Capítulo IX

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Martes, 28 de diciembre de 1976
Downtown, Los Angeles, California

La oficina estaba sumida en caos, con papeles esparcidos por todo el lugar y la pizarra de corcho cubierta de imágenes de posibles sospechosos que no parecían llevar a ninguna parte. Bebió un largo sorbo de su café ya frío y, con un gesto de frustración, golpeó la taza sobre su escritorio. Luego, llevó las manos a su rostro y se las frotó con agotamiento. Llevaba meses investigando este caso y, hasta el momento, solo parecía dar vueltas en círculos.

Justo cuando sentía que estaba sumido en sus pensamientos, un suave golpeteo en la puerta de su oficina lo sacó de su ensimismamiento.

—Detective Kim, la camioneta es robada —informó el agente Suh, con manos temblorosas al entregarle documentos importantes.

Scott levantó la mirada, sus ojos enrojecidos reflejaban la ira que estaba acumulando.

—¿Cómo dices? —rugió con furia mientras se ponía de pie.

El agente Suh retrocedió un paso, intimidado por la reacción de su superior.

—La camioneta es robada... no guarda relación alguna con los sospechosos —respondió con voz temblorosa.

—¡Incompetentes! ¡Todos ustedes son unos incompetentes! —gritó, lanzando los papeles de su escritorio al suelo en un estallido de rabia.

El tic-tic constante del reloj en la pared llenaba la oficina de una sensación de urgencia. Scott, con un gesto brusco, tomó su abrigo y sombrero del perchero, como si estuviera ansioso por salir de allí. La puerta se cerró tras él con un resonante chasquido, dejando un ambiente cargado en la oficina. El agente Suh, nervioso por la inesperada reacción de su superior, corrió tras él.

—Señor Kim, ¿a dónde va? —preguntó, intentando alcanzar a Scott.

El detective frenó su andar de manera repentina y se volvió bruscamente, enfrentando al agente Suh con una mirada que aún reflejaba la furia que lo consumía. Sus ojos chispeaban con un brillo de ira inconfundible mientras se plantaba con firmeza en medio de la oficina. La tensión en la habitación se podía cortar con un cuchillo, y sus subordinados lo miraban con temor, sabiendo que no era el momento de desafiarlo. Scott los miraba con desdén, como si la mera presencia de aquellos bajo su mando le resultara irritante.

—Haré lo que ninguno de ustedes, buenos para nada, parece capaz de hacer —respondió Scott, alzando las manos en un gesto de desprecio hacia los trabajadores que se encontraban ocupados en sus labores cotidianas.

El agente Suh titubeó, sin estar seguro de si debía seguir a su superior o quedarse en la oficina.

—Debo... ¿debo acompañarlo? —balbuceó con inseguridad, sin apartar la mirada del irritado detective.

—¿Tú qué crees, Johnny? —preguntó Scott con un tono cargado de cansancio mientras reanudaba su camino hacia la salida, sin esperar realmente una respuesta.

El frío del día azotó el rostro de Scott con una ráfaga implacable, y los sonidos de la ciudad comenzaron a despertar a su alrededor. Con manos expertas, sacó una cajetilla de cigarrillos del bolsillo interior de su chaqueta y encendió uno con movimientos precisos. El humo se elevó en espirales caprichosas, danzando al compás de su respiración, mientras se dirigía hacia su Ford Galaxie de color café, que aguardaba pacientemente en el lugar de siempre.

—¿Quién es el propietario del vehículo robado? —inquirió Scott, notando la cercanía de su subordinado, el agente Suh, que había seguido sus pasos.

Johnny, con una expresión de determinación en su rostro, comenzó a revisar los documentos, hoja por hoja, en busca de la información deseada. Mientras tanto, Scott dejó escapar un suspiro de frustración, impaciente ante la demora y la aparente dificultad para encontrar lo que buscaban.

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