𝐌𝐈𝐑𝐑𝐎𝐑 ✧ 𝐡𝐚𝐨𝐛𝐢𝐧

𝟑

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Al ingresar a la sala principal, una sensación de vacío helado nos crispó la piel. Los niños estaban de pie frente a la gran mesa de madera del comedor con confusión ante nuestra presencia. Les sonreí levemente antes de pasear por el lugar, notando el enorme ventanal, que, así como todos los demás, estaba sellado con tablones.

─ El ruido de las ventanas en las noches era insoportable, y aunque yo creo que se debe a las corrientes de viento, mi esposa insistió. ─explicó Jungmin cuando nos vio tocar la madera.

Pero entonces, Hao se detuvo mirando a un punto fijo en la madera; él había notado algo más. Se acercó sigilosamente al ventanal, como si temiera despertar a alguien con el ruido de sus pasos.

─ Por favor, salgan de aquí un momento. ─dijo sin siquiera mirarnos.

Sunhwa reunió a los niños y fue la primera en salir con ellos de la sala, Jungmin la siguió. Yo fui retrocediendo poco a poco, hasta detenerme en el marco de la puerta, sin quitarle la vista de encima a Hao, no quería que nada le sucediera.

Unos minutos después, vi que su cuerpo se arqueaba hacia adentro, como si tuviera arcadas; se cubrió la boca con la mano derecha y puso la izquierda sobre su estómago con rapidez.

─ Bin, ¿sientes ese olor como a carne quemada? ¿Lo sientes? ─me susurró con voz baja. Sus ojos estaban muy abiertos, su nerviosismo se hizo presente. Sabía que algo muy extraño estaba sucediendo.

En ese momento, sin dejarme responder, los clavos de los tablones que revestían las ventanas se salieron de su lugar, como si alguien los estuviera desatornillando. Hao y yo lo vimos atónitos, sin comprender de dónde provenía esa fuerza no visible.

Decidimos subir a la segunda planta de la casa. Las escaleras eran de madera y los peldaños altos nos provocaban más esfuerzo que el normal al ascender. Al llegar arriba, descubrimos que Sunhwa se había encargado de decorar las paredes con pinturas infantiles hechas por los niños.

─ Me gusta tenerlas a la vista. Me hace pensar que mis hijos son felices. ─soltó la mujer al notar la dirección de mi mirada.─ Todos los días, estos cuadros amanecen en el piso, por eso les he retirado el vidrio que los cubría, ¿ve? ─y extendió hacia mí la pintura de un carro amarillo.─ Pero de inmediato las vuelvo a colgar en su sitio, como si nada hubiera pasado.

─ ¿Alguna vez los ha visto caer? ─pregunté curioso.

─ Una vez, en uno de nuestros primeros días en la casa. Iba a subir a la habitación de los niños a limpiar ya que ellos estaban en el colegio. ─explicaba.

Con lentitud le hice una señal a Hao para que prestara atención y comenzara a anotar los datos más importantes y relevantes en su mente, él era bueno en ello; así esto nos serviría más adelante.

─ Tenía las manos ocupadas, pues llevaba sábanas limpias. Estaba por subir las escaleras cuando vi una forma extraña; un bulto negro, grande y alargado cubrir la pared de los cuadros. No sabía si lo que veía era cierto o no. Pero cuando intenté subir las escaleras, una extraña fuerza me detuvo y me hizo caer.

Su voz cada vez disminuía su volumen, quizás para hacer que los niños no oyeran y no se asustaran más de lo que ya se encontraban. Sunhwa me miró algo aterrada, sabía que era difícil de asimilar y contar.

─ Desde el piso, vi cómo a ese bulto sin forma le brotaban brazos humanos y arrojaba con un solo movimiento los cuadros de mis hijos. ─bajó la mirada.─ Era una mujer, lo sé, porque a sus brazos los cubrían las mangas de un vestido de otra época.