3.

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Otra vez en ese oscuro y frío infierno. Otra vez esos dolores insoportables recorrían todo su cuerpo, desde la cabeza hasta sus brazos, manos, la punta de sus dedos; todo su abdomen, espalda, sus piernas. Otra vez su otra mitad estaba siendo brutalmente maltratada como suponía. Y, otra vez, no podía hacer absolutamente nada, más que compartir todo ese dolor con ella.

Había estado así por lo menos una hora, recostado en su cama, retorciéndose de dolor por cada pequeño pinchazo que sentía en su cuerpo, uno más fuerte que el otro, más seguidos por cada segundo que pasaba. No tenía idea de qué hacer, estaba harto de los retorcijones y calambres, de las marcas casi invisibles en su piel, del ardor en muchos lugares de su cuerpo sin ni siquiera tocar el área.

Estaba harto de que la otra persona estuviese sufriendo día tras día y no pudiese hacer absolutamente nada.

Para sumarle a su desgracia, no únicamente podía percibir su dolor físico, sino también todo lo relacionado con sus emociones, y le hacía sentir peor de lo que ya estaba. Se sentía despreciada, humillada; totalmente rechazada, pero Rodrigo no sabía el por qué y se estaba volviendo loco.

— ¡Má! — gritó de repente, entre gemidos de dolor, acurrucado entre las mantas de su cama, con el rostro rojo y sintiendo que en cualquier momento le agarraba fiebre. Escuchó los pasos apresurados de su madre yendo hacia la puerta de su cuarto, la cual se dejó ver en apenas segundos.

— ¿Qué pasó, corazón? — preguntó con un notable tono de preocupación en su voz, sentándose a un lado del menor. Rodrigo no dijo nada, únicamente la miró. Sus verdes ojos estaban llenos de lágrimas, las cuales dejaba recorrer sus mejillas.

— No aguanto más. — soltó apenas en un susurro ahogado. — Está sufriendo un infierno, no lo soporto. — el fino hilo de su voz se cortó a media frase, haciéndole casi inentendible. La mujer hipó; le dolía ver a su —aunque no lo fuese— pequeño sufrir de esa manera, sabía por lo que estaba pasando, pero no podía hacer absolutamente nada por él.

Acarició con cariño sus castaños cabellos y su cálida mejilla.

— Todo va a pasar pronto, mi amor. Cuando la encontrés, vas a poder hacer algo, y tanto ella como vos van a dejar de sufrir. Por el momento tenés que ser fuerte, ¿sí? — sus palabras apenas le calmaron. Tenía razón en que en cuanto le encontrara detendría todo aquello que estaba viviendo, porque no dejaría que volviera a pisar su casa nunca más.

Se estremeció al sentir una fuerte punzada en su espalda. Ya no aguantaba más, el dolor era mucho, es muy intenso, no quería vivir más aquello, quería que cesara de una vez.

— No puedo. Necesito encontrarla. Necesito parar a su agresor. Necesito que pare. — susurró rápidamente, con la voz entrecortada, derramando lágrima tras lágrima, hipando y ahogándose en su llanto.

Sabía que tenía que ayudarla, DEBÍA ayudarla, pero no encontraba la manera. Su cuerpo era destrozado poco a poco a cada segundo, sintiendo que se despedazaba sin siquiera sentir el golpe directo; eran unicamente punzadas, pero lo tenían muriendo en agonía. Quería parar el infierno que estaba viviendo su alma gemela, pero no sabía cómo mierda hacer para poder encontrarla y ayudarla. Era deprimente y doloroso.

— Intentá dormir. Tal vez sirva... tal vez no, pero si lográs dormirte, al menos vas a dejar de sentir el dolor por un rato. — Rodrigo asintió, no muy convencido de que en verdad funcionaría. Bajo tiernas palabras de ánimos y caricias de su madre lo intentó y, extrañamente, lo logró.

 Bajo tiernas palabras de ánimos y caricias de su madre lo intentó y, extrañamente, lo logró

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soulmate ; 𝗿𝗼𝗱𝗿𝗶𝘃𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora