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Su cuerpo chocó abruptamente contra la pared y luego cayó sobre el suelo con un sonido seco, sacándole más de un quejido de dolor y angustia; sentía que todas sus costillas habían sido rotas cuando en realidad estaban en perfecto estado... esperaba. La firme mano del hombre fue a parar en su ya muy —de por sí— débil brazo, obligándole a levantarse como si nada, únicamente para poder tenerle ahí, de pie, sufriendo un dolor infernal mientras la persona que se hacía llamar su padre lo enterraba en insultos.

— Cariño, yo creo que ya es suficiente. Te estás pasando un poco con Ivi, ¿no creés? — la dulce voz de la mujer llamó la atención de ambos hombres en la habitación. El nombrado la miraba con una ligera sonrisa de angustia; temía que por intentar defenderlo le fuese mal a ella.

Su madre siempre estaba presente cuando ocurrían estos episodios, pero sin mirar, sin prestar atención, sin decir ni una sola palabra; sabía que le costaría mucho si se atrevía a hacerlo. Pero luego siempre le consolaba, siempre le curaba todas las heridas, siempre estaba con él para cualquier cosa que necesitara, incluso se quedaba a su lado hasta que se pudiera dormir, como si siguiese siendo ese pequeño niño de siete años que de un día para otro dejó de serlo por culpa de su padre.

— ¡Callate vos! — bramó el hombre en dirección a su mujer. Por alguna razón le tenía un odio irracional a su madre del cual Iván temía; junto con su hermana eran las mujeres de su vida, y realmente no se perdonaría ni una si les llegaba a pasar algo por intentar defenderlo. Su padre no les ponía mano encima a ninguna, pero sabía lo haría en cualquier momento; no era tonto. Sabía que en algún momento se iba a cansar de él y su débil cuerpo que a duras penas lograba mantenerse de pie últimamente e iba a arrebatar contra su hermana y, por último, su madre.

— Y vos, — Iván volteó rápidamente hacia el hombre — me volvés a ocultar otra pelotudez tan repugnante como que te gustan los pibes, y juro que me va a chupar un rehuevo cada súplica que hagas, pero no volvés a ver la luz del día, ¿escuchaste? — no respondió. Se limitó a mirarle fijamente, sin apartar su mirada de la de su padre en ningún momento, sosteniendola tan firme como podía, sin expresión alguna en su rostro.

— ¡¿Escuchaste, Iván?! — gritó entonces.

El nombrado no hizo nada más que negar en rebeldía, ganándose una bofetada, y de paso uno que otro golpe y empujón. Su cuerpo chocó contra la mesa de centro de la sala en el momento en que perdió estabilidad y tropezó con sus propios pies. Se retorció del dolor apenas sintió el borde de la madera en medio de sus costillas; tenía la ligera sensación de que ahora realmente sí se había quebrado algo.

Su padre únicamente se le quedó viendo mientras sufría como un pequeño animalito de la calle recién atropellado y agonizante; no hizo absolutamente nada, ni siquiera se arrepintió, simplemente le dejó ahí y se retiró del lugar como si fuese de lo más normal casi matar a tu hijo.

No lloró; no tenía las fuerzas para hacerlo.

Su madre corrió hacia él tan pronto como su marido desapareció de su vista, sujetándole gentilmente y ayudándole a levantarse. Sus quejidos únicamente los escuchaban ellos dos pero, si quería, los podían escuchar absolutamente toda la casa; aunque sería completamente en vano si nadie podría hacer nada.

Entre pausas y gemidos de dolor, con ayuda de su madre, subió a su cuarto. Por cada paso que daba era un infierno distinto, uno más oscuro que el otro, y es que sentía que se iba a desmayar en cualquier momento; al menos la sangre llegaba a su cerebro y circulaba bien por su cuerpo. Ni siquiera hablaría de cuando tuvo que subir escalón por escalón; estaba considerando pedir y firmar él mismo la solicitud de construir un ascensor en su casa.

Su martirio disminuyó un poco cuando tocó por fin el suave colchón. Su madre lo ayudó a sentarse allí con cuidado y fue en busca de medicamentos y utensilios para poder curar sus heridas abiertas.

soulmate ; 𝗿𝗼𝗱𝗿𝗶𝘃𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora