2. TODO TIENE UN PRINCIPIO

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Estaba tumbada en el sofá, bajo una manta de lana, intentando encontrar algo decente que diesen en la televisión. Anna iba de acá para allá abriendo todas las cajas de la mudanza, buscando el conjunto perfecto. Ya estaba maquillada y peinada, y sólo le quedaba vestirse para ir a la fiesta de bienvenida de los nuevos. Cada vez que atravesaba la puerta del salón para vaciar alguna caja más, aprovechaba para comerme la cabeza.

       —Sabes que tienes que venir, no tienes ochenta años —dijo mientras sacaba dos vestidos más de la caja, negando con la cabeza con desaprobación al no encontrar nada— y aunque los tuvieses no hay excusa. Juanita se viene.

       —De hecho, no, no tengo que ir. Eres tú la que te has comprometido —respondí con simpleza.
Anna me tiró los vestidos, no seleccionados, a la cara. Los aparté y seguí viendo la tele.

       —Veeen anda, te prometo que no volveremos tarde. Sólo es para conocerlos —me puso la mayor cara de inocencia que pudo mientras aleteaba las pestañas—. Son nuestros nuevos vecinos, no nos viene mal saber quién son.

       —Por eso, conócelos tú y me lo cuentas.

Anna avanzó a grandes zancadas hasta ponerse de espaldas a la televisión, frente a mí. Intenté moverme para seguir viendo la pantalla, pero Anna también se movía, impidiendo que la ignorara.

       —¿Qué? —farfullé mirándola por fin.

       —¿Cómo que qué? Que vengas.

       —Como si no tuviese nada mejor que hacer.

       —¿Y cuál es tu maravilloso plan? —me cuestionó cruzándose de brazos.

Me quedé unos segundos pensando. Le señalé la televisión, pero pareció no hacerme caso. Intenté buscar una excusa mejor.

       —Mañana es Noche Vieja y viene mi padre. Simplemente quiero estar tranquila hoy —la respondí, sincera—. Ya sabes, la calma antes de la tempestad.

       —Primero, mañana es Noche Vieja, sí, pero ma ña na —subrayó el mañana—. Segundo, tu padre no está tan mal, simplemente algo amargado.

Intenté rebatirla, pero levantó el dedo índice posándolo sobre sus labios, queriendo que me callara mientras seguía con su monólogo. Sabía perfectamente que mi padre era un caso aparte.

       —Y aunque mañana venga con ganas de guerra, yo estaré aquí —me dedicó una cálida sonrisa——. En tercer lugar, creo que te vendrá bien. Y a mí también, pero necesito que vengas.

       —Anna… —suspiré.

       —Lex —se sentó a mi lado estrechando mi mano con ternura tal como yo lo había hecho con ella esa misma mañana—. Sé que ha sido un año de mierda, pero por eso mismo, terminémoslo bien. No mereces el cómo te tratas.

No, claramente no me merecía mi propio trato. Llevaba meses machacándome sin sentido, intentando caminar de puntillas para que nadie notase mis pisadas, e irremediablemente, mis huellas comenzaban a borrarse. Había pasado los últimos meses refugiándome en las mismas cuatro paredes, y dejando que la rutina me absorbiera sin remedio. Y por supuesto, convirtiéndome en una imitadora pésima de Homero, describiendo mi vida como una gran catástrofe griega cuando en realidad sólo necesitaba un par de polvos, tres o cuatro copas y un buen plan para comenzar. Todos los traumas estaban ya más que masticados y sólo necesitaba salir de la zanja y avanzar.
Sabía que Anna se había dado cuenta y que, como siempre, tenía razón.

       —Tienes razón —susurré dándome por vencida.

       —¿El qué? —preguntó intentando aparentar que no me había escuchado.

LO QUE HAY DETRÁS DE TUS MENTIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora