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Llegan los panas






Al día siguiente fueron a desayunar al mismo lugar, solo que como era de mañana ya no eran almuerzos los que habían, sino desayunos. Hiccup le comentó que era probable que ese día llegasen sus amigos a Ereth, así como le pidió que no dijera nada.

---¿Y cómo compras mi silencio?--- preguntó divertido, con una ceja alzada.

---Tengo plata, ¿pago el desayuno?

---En ese caso... ¡Elsa, tres empanadas de carne mechada!

---Tampoco abuses--- refunfuñó Hiccup, con una leve sonrisa divertida.

Ereth solo se limitó a reír, mientras veía cómo la platinada anotaba dos empanadas más a la orden de Ereth. Esto le iba a doler a su billetera.

Luego de un rato llegaron con el desayuno. Se relamió los labios, realmente olía rico.

---¿No y que andabas sin real, Ereth?--- cuestionó Elsa, con una ceja alzada.

---Yo sí, él no--- señaló a Hiccup con un dedo, mientras le daba un mordisco a una de sus tres empanadas.

---Si no quieres quedarte sin dinero--- dijo la platinada, dirigiéndose a él ---, jamás le invites la comida a este glotón--- aconsejó.

---Sí, me doy cuenta tarde--- respondió con una leve sonrisa.

Ella rió un poco y se fue.

---Esa chica se ve demasiado joven, ¿por qué trabaja todo el día?--- observó Hiccup, mientras ella se iba a atender a otros clientes.

---Es solo un trabajo de verano, luego seguirá con sus clases.

Pero Elsa se veía tan joven, como de la edad de Hiccup, ¿qué necesidad había de que ella trabajase durante el verano en vez de pasarla con sus amigos divirtiéndose? No se lo explicaba, pero era la vida de ella, no tenía por qué estarse metiendo.

Luego del desayuno hicieron algunas diligencias en el pueblo antes de volver a la finca. Según Ereth, necesitaban algunas cosas para el mantenimiento de los lugares y el cuidado de los animales.

La mañana pasó muy lento y, a pesar de no tener los trabajos más pesados y tener la ayuda de su primo, estaba sudado y cansado. Agradecía a los dioses que le hubieran dejado la tarde libre mientras se acostumbrara, así que la mayor parte de la tarde estuvo en su cuarto, dibujando en su cuaderno de dibujos.

La tarde sí se le pasó rápido. Estaba tan concentrado en el paisaje rural que estaba haciendo que perdió por completo la noción del tiempo. Ya estaba anocheciendo y estaba casi oscuro. Antes de él llegar, había cuadrado con sus amigos para verse en la posada donde se quedarían por las primeras horas de la noche.

¿Sí le pedía permiso a salir a sus tíos de lo concederian?. No. Probablemente no. Guardó los lápices y colores en sus respectivas cartucheras y escondió su cuaderno de dibujos en uno de los cajones. Abrió la ventana y se escapó por ahí, corriendo al pueblo.

Agradecía enormemente que el clima durante la noche fuese más fresco. Sentía el aire frío pegarle en la cara en lo que corría a ver a sus amigos. Era una sensación completamente diferente a la ciudad. No había ni un solo vehículo por el camino de tierra o por la calle, el aire era más fresco y liberador, los espacios más abiertos y menos sofocantes. Tal vez estar ahí no era tan malo, al menos no cuando estaba solo.

Tardó como media hora corriendo antes de llegar a la posada, rezaba para que su tía en ningún momento lo hubiese llamado a cenar. Una vez más, estaba cansado y sudoroso, pero eso jamás lo detuvo hasta llegar al lugar que se habían dicho.

Al llegar fue directamente a recepción y preguntó por sus amigos, esperaba que ya estuviesen ahí. La recepcionista lo miró de pies a cabeza, parecía juzgar su sudada y sucia franela blanca, su cabello mojado y enmarañado o sus jeans desgastados, algunas no cambian aunque estés en otro lugar ¿no?. Le respondió que ellos vendrían en un momento y mientras tanto él podría sentarse en uno de los muebles, aunque pareció disgustada ante la idea de que él se sentase en uno de los pulcros muebles de la recepción.

Rodó los ojos ante esa idea, algo divertido, claro que lo hizo una vez le dio las espaldas. Se sentó y comenzó a revisar un poco el lugar. No era como los locales del pueblo, que si bien estaban muy cuidados, no tenían ese aspecto de ciudad que daba la posada, algo muy extraño tomando en cuenta lo que era. Parecía el recibidor de una casa moderna muy muy grande, a comparación de las demás posadas de los viajes de Eugene. En ese momento agradeció que Hans no hubiese ido, al tener trece hijos, los padres de Hans son algo pobres, trabajan todo el día y ganan un sueldo normal, uno que se va rápidamente en ellos y sus hijos, en la comida para los quince o las medicinas.

Fue sorprendido por la mancha blanca que se acercaba a él como un metal a un imán. Se apartó rápidamente del sillón y Jack cayó muy mal ahí, lastimandose un poco la cara con la pared blanca que había detrás. La recepcionista lo miraba de tal manera que parecía mirar a un mono salvaje fuera de su jaula.

Tanto Eugene como Hiccup rieron un poco, burlándose de su amigo, que parecía ver las estrellas antes de recomponerse y tambalearse hacia ellos.

---Ya hasta hueles mal, amigo--- saludó Jack, apoyándose de Hiccup mientras lo miraba con una sonrisita divertida.

---Al menos no fui el tonto que se pegó con la pared--- devolvió el saludo, de la misma forma bromista y sarcástica.

---Quería saludar a mi bebé--- Jack los agarró de los cachetes y estrujó un poco su cara, mientras hacía muecas exageradas de un enamorado, aunque parecía más las que ponía su abuela cuando le pellizcaba las mejillas de bebé.

---Otra que cae en tus encantos, Hicc--- se burló Eugene, parecía disfrutar de la incomodidad del ojo-verde.

---¿Celoso, Eugene?--- cuestionó Jack ---. Tengo mucho para los dos.

---¡Ya! Esto se puso raro--- exclamó Hiccup, soltandose del agarre de Jack algo incomdodo, mientras sus amigos reían con demasiadas ganas ---. Salgamos, hace rato que no lo hacemos--- apuró antes de salir de la posada.

Jack y Eugene tardaron un poco en dejar de reír, para luego seguir a su amigo. Recorrieron el pueblo sin saber muy bien a donde ir, hasta que Eugene propuso pasar por un bar. "Claro, él puede pedir lo que quiera y nosotros un refresquito" pensó Hiccup de mala gana, sabiendo que su amigo proponía eso más para disfrutar él que ellos, porque tampoco era que iba a comprar algunos vasos para ellos y beber en un callejón, no conocían bien el lugar y preferían no arriesgarse.

Entraron y realmente era un ambiente nuevo. Este bar era más rural que a los que acostumbraba, parecía a esos que salen en las películas, con la gente ruda incluida. Se sentaron en la barra y pidieron una cerveza y dos pepsi. Y sí, se sintieron como unos niños.

CampoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora