II: El Interrogatorio

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Como lo vaticinaban las grises nubes de aquel cielo sureño, una ligera llovizna comenzó a caer sobre la cabeza del estudiante, empapando su cabellera desnuda y los uniformes de los dos policías que le acompañaban en el patio del profesor Salas. Uno era robusto y bajito, de semblante adusto y mirada severa, ataviado en una gruesa gabardina oliva de Carabineros de Chile. El otro policía era esbelto y de talla promedio, de bigote bien peinado y de mirada desinteresada. Vestía el impermeable azul característico de Policía de Investigaciones. Ambos tenían parches en sus uniformes, los cuales leían los nombres Sgto. Retamal y Comisario Cabezas, respectivamente.

Por un momento, Daniel Castillo se vio abstraído de toda la situación. Sus ojos persiguieron la bolsa en la que los forenses retiraban el cadáver del profesor, incapaz de prestarle atención a los dos uniformados.

—Responda la pregunta, señor Castillo -inquirió el Sargento Retamal.

Pero Daniel siguió sin responder. Todavía no podía creer que Eduardo Salas había acabado con su vida, menos de una forma tan horrible.

—¡Señor Castillo! —espetó Retamal con un rastro de violencia en su voz.

Daniel fue arrebatado de su trance, solo logrando emitir un murmullo que implicaba que no había captado la pregunta.

—¡Que si conoce al sujeto le estoy preguntando! —repitió el policía, evidentemente bailando al borde de la frustración.

—Eduardo Salas... —soltó Daniel con amargura tácita.

—¿Disculpe? —El policía frunció el ceño.

—Eduardo Salas, mi cabo —repitió Daniel-. Su nombre era Eduardo Salas.

—Usted se refiere a mí como Sargento Retamal. ¡Nada de mi cabo! ¿Entendido? Ahora, por favor, responda la pregunta que le estoy haciendo.

El otro policía carraspeó, como tratando de llamar la atención de Retamal. Parecía querer fulminarlo con la mirada.

—Sí... No, no... —reflexionó Daniel—. Él es mi... él fue mi profesor durante los cinco largos años que estudié en la Universidad de Concepción, también fue mi profesor guía para la tesis de postgrado que estoy escribiendo... pero nunca llegué conocerle de verdad. Puede hablar con cualquiera de sus colegas o de sus estudiantes y todos le responderán lo mismo. El hombre era muy reservado, un total misterio.

—Entonces, ¿qué hacía en su casa? ¿Acaso usted va a forzarle la cerradura a todos sus profesores?

—No, mi sargento —respondió Castillo en voz baja, apretando sus puños—. Como le dije, me estaba ayudando a hacer la tesis y hace rato que no respondía el teléfono... Por eso decidí venir a verlo... porque me imaginé que algo malo podía haber pasado, el caballero no tenía pareja, ni hijos, ni red de apoyo... Me había preocupado, yo... yo me imaginé lo peor. Por eso le tiré la puerta abajo...

Retamal resopló a modo de risa.

—¿Qué decís, Cabezas? ¿Le creemos a este huevón? -ironizó Retamal.

—Yo no veo razón para dudar de su testimonio —respondió el otro policía, impasible.

—Todos los estudiantes de ciencias sociales son marihuaneros. Yo creo que este huevón se metió a robar pa' financiarse el vicio —dijo Retamal con una grosera sonrisa dibujada en su rostro.

—¿Y se mamó ocho horas de viaje en bus de Concepción a Osorno para robarle a su profesor? ¡Use la cabeza, Retamal! —contestó Cabezas, cortante y hastiado.

Retamal borró su sonrisa sardónica y por un momento pareció querer replicar, pero fue rápidamente interrumpido por el comisario.

—Oye, ¿por qué no vai' a ver como va el informe de balística?

La Marcha de los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora