IV: La Tablilla

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Mientras más se adentraba en el diario, más crecía la consternación del estudiante. Tras finalizar de leer la entrada del 15 de octubre, Daniel releyó todo el contenido desde la entrada del 27 de septiembre hasta donde el punto donde había parado. Llegó un punto en que Daniel quedó pasmado, con la mirada fija en la pantalla y los ojos enrojecidos por la luz azul, incapaz de seguir leyendo sin lagrimear; no por pena, sino que por cansancio. Todavía no podía creer las palabras que el profesor había escrito.

No pudo evitar sentirse sobrecogido por el desequilibrado relato del profesor Salas; eran demasiadas cosas que procesar. ¿Acaso fue su autodiagnóstico lo que le empujó a quitarse la vida? ¿De verdad había sido acosado por allanadores o tan solo fueron las maquinaciones de su enfermedad mental? De ser verdaderos, ¿habían tenido alguna implicancia en la muerte del profesor?

Daniel se apoyó en el escritorio mientras se levantaba de su asiento, soltando una exhalación sorda en un esfuerzo por sosegar el ardor que sentía en la boca del estómago. Su sistema digestivo, al igual que sus ojos, no pudieron aguantar leer un párrafo más. La curiosidad todavía lo embargaba, pero sería imprudente continuar.

Caminó a la cocina con apremio y sosteniéndose la barriga, como si las tripas se le fueran a caer. Allí abrió un sobre de sales de fruta que rápidamente diluyó en un vaso con agua. Bebió la mezcla efervescente con rapidez, apoyando su mano temblorosa en la encimera. Sintió como la espuma se expandía por sus entrañas, sometiendo a los ácidos estomacales que le provocaban tanto dolor, y finalmente exhaló aliviado. El reflujo había cesado, al menos por el momento.

Con la intención de retomar la lectura del diario, Daniel se disponía a salir de la cocina cuando fue interrumpido por un golpeteo rítmico e iracundo que se sintió en su puerta. Al abrirla, se encontró con un silencio abrumador y con el pasillo desolado del hotel en el que se estaba hospedando. Alcanzó a divisar una figura caminando a lo lejos; un hombre de sombrero de cuero y gabardina negra. Trató de llamarle la atención, pero este le ignoró por completo. En cambio, siguió caminando hasta desaparecer tras el umbral que llevaban a las escaleras.

Daniel quiso salir a buscarle, pero tropezó con algo que había a los pies de su puerta: una pesada caja de cartón bien sellada con cinta de embalaje. Atónito, dudó de siquiera tocarla, pero finalmente cedió ante su curiosidad. La tomó con sus dos manos y la llevó hasta el interior de su habitación.

Cuando cortó la cinta con un cuchillo cartonero y deslumbró lo que había en su interior, Daniel no podía creer lo que contenía. Era la tablilla que estaba estudiando su profesor, no podía ser otra cosa. Tenía todas las características descritas por Eduardo Salas; de edad incalculable, tallado en madera de araucaria, elementos pictóricos representando a un grupo de nativos cruzando por un bosque... Sin embargo, a primeras luces no pudo distinguir el contraste del que hablaba el profesor. Todos los árboles del bosque parecían ser iguales, no había ninguna "oscuridad" de la que estuvieran huyendo. Esto no hizo más que confirmar la noción de que Salas estaba perdiendo la cabeza.

Tras reflexionar un momento, Daniel incluso se mostró incrédulo ante los resultados que habían arrojado los exámenes de Carbono-14, por lo que decidió contactar a los arqueólogos que estaban trabajando con su profesor. Marcó el celular de uno de ellos y respondió casi al instante:

—¿Aló? —sonó por el parlante de su celular.

—Buenas noches, disculpe llamarlo tan tarde. Me presento, me llamo Daniel Castillo, soy...

—Ah, sí, el estudiante del profe Eduardo —interrumpió el arqueólogo.

—Sí, sí...

—Mi más sentido pésame. No me imagino por lo que debe estar pasando.

—Gracias, muchas gracias —contestó Daniel—. Bueno, en fin; necesito que me ayuden a entender algo...

—Por supuesto, como no —respondió el arqueólogo.

—Verán, sobre la tablilla...

Daniel pensó en decirles que alguien había dejado la tablilla en la entrada de su habitación, pero algo le impulsó a mantener silencio.

—Estaba leyendo el diario del profesor y me encontré con más de una cosa que me dejó perplejo... —continuó Daniel—. Dice que mandó a hacer un examen de Carbono-14 "por afuera" y, bueno... el resultado es bien estrafalario. Dice que la tablilla tenía más de dieciocho mil años. ¿Es esto verdad?

Hubo una larga pausa, como si las palabras de Daniel hubieran sorprendido al arqueólogo al otro extremo de la línea.

—Eso es... curioso. Hasta donde sabemos, el profesor Salas mandó un trozo de la tablilla al extranjero sin pedirle permiso al Consejo de Monumentos Nacionales, pero no compartió el resultado con nosotros. Nosotros seguimos todos los procedimientos legales correspondientes y todavía estamos a la espera de la resolución del consejo. Pero que la tablilla tenga más de dieciocho mil años... eso no encaja con el resultado que estábamos esperando. ¿Pudo haber sido un error en la muestra? ¿Has revisado los documentos del proceso de datación? Como Salas lo hizo a la mala, me temo que los resultados no puedan ser muy confiables.

—No, no... Los documentos los tiene la Policía de Investigaciones. Me temo que están en calidad de evidencia mientras dure la investigación de su muerte.

Hubo otra larga pausa al otro lado de la línea.

—Qué raro... Por lo general, los casos de suicidio no demoran tanto, ni los policías requisan todos los documentos y los devuelven a los cercanos inmediatamente. A menos...

—¿A menos?...

Daniel quedó helado ante la insinuación del arqueólogo. ¿Acaso había algo más tras la muerte del profesor que un simple suicidio? Pensó en la parte del librero en que no llegó la sangre, en aquel espacio libre de esa materia negruzca y pegajosa. Mientras más lo reflexionaba, el respaldo de la silla de salas no parecía ser lo suficientemente alto como para tapar el chorro de sangre que salió del cráneo de su profesor. Seguramente los peritos se habían dado cuenta de eso, pero Daniel no. Al menos no en el momento.

—Nada, Daniel —respondió el arqueólogo—. Olvídelo. ¿Tiene alguna otra inquietud que pueda solucionarle?

—No... gracias. Muchas gracias. Eso sería todo. Disculpe, me tengo que ir.

—No hay problema. Adiós, Daniel. Cuídese. 

Después de despedirse del arqueólogo, Daniel se quedó pensativo. La conversación le había dejado más confundido que antes. Miró la tablilla, cuestionándose su autenticidad y todo lo que había rodeado la muerte del profesor Salas. Con sentimientos encontrados, guardó la tablilla y se dispuso a intentar descansar, aunque sabía que la noche sería larga y llena de incertidumbre.

Y tuvo razón. A las tres de la madrugada, Daniel todavía era incapaz de conciliar el sueño, por lo que se levantó de la cama y se dispuso a continuar leyendo el diario de Eduardo Salas.

La Marcha de los CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora