Capítulo 13: ¿Me Estará Manipulando?

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Llegó una vez más el momento, estaba pronto a amanecer, todos dormían, el lugar era una mezcla entre silencio, oscuridad y niebla. Yo estaba viendo el pasillo, sigilosa desde la puerta, pero Minji no aparecía, la preocupación comenzó a crecer en cuanto los minutos pasaban, los que podían significar éxito o fracaso y, de ser este último, tendría las próximas veinticuatro horas encerrada en el que ya se sentía un infernal claustro.

Minji llegó de pronto, helada y más pálida de lo normal, parecía haber visto un fantasma, pero dijo que estaba bien.

—¿Estás segura de esto? —Pregunté porque sabía que lo nuestro está prohibido, que el deseo debía apagarse y que, de escaparnos, debíamos hacerlo para no volver jamás.

La religiosa me miró con cara de duda, algo la agobiaba, pero por más que quise indagar, su corazón estaba sellado, soy una desconocida, lo que mantenía su duda de que escape conmigo, pero yo si debía irme.

—Es que, no es fácil —Dijo entrando a su habitación, haciéndome retroceder.

Cerró la puerta donde me ha mantenido encerrada y se apoyó en esta, llevando sus palmas a su pecho.

—Deseo tanto irnos, pero tengo miedo —Señaló.

—¿A qué temes? —Pregunté.

Minji me miró incrédula, como si mi pregunta tuviese la respuesta más obvia, entonces miró el crucifijo sobre su cama y me devolvió la mirada con intención.

—Le temes a tu Dios —Sentencié y ella afirmó.

—Desde que llegué has mentido, fornicado y robado, pero ahora tienes miedo —Dije en voz baja, procurando llamar su atención.

Minji me miró de pronto con culpa, recién había notado todo lo que hizo por mí, por mantenerme ahí a su lado, por no permitir que me marchara pese a que ella no podía irse y estar rompiendo una regla inquebrantable para las religiosas.

Soy alguien externo a su congregación, soy una intrusa.

—Debería irme sola —Dije firme.

Entonces ella se me abalanzó, mi espalda chocó contra las piedras de su pared, sentí sus manos en mi abdomen bajo, descendiendo hasta un lugar inexplorado. Mis ojos brillantes observaron los labios que casi le palpitaban y me adueñe de ellos, pegando su pecho contra el mío, procurando que sus latidos y los mío bailaran una pieza de amor sin fin.

La respiración se hizo pesada, arranqué su tonsura dejando al desnudo ese largo y negro cabello, me permití mirar su rostro al descubierto sosteniéndole la cabeza, confirmé otra vez lo deslumbrante de su belleza, me sentí llena de fortuna por el momento y la besé con pasión desbordante, ella recorrió mi afilada mandíbula y dijo que le excitaba. Para qué me molestaré en explicar lo excitante que es oírlo de una monja, de la más ardiente monja.

Ella tomó poder sobre mi dirigiéndome al escritorio, abrió mis piernas y entró con sus caderas entre ellas, empuño mi playera con una de sus manos y con esa actitud dominante me doblegó, sentí como me mordía con un silvestre dulzor, mis poros temblaban ante su presencia y con algo de vacilación la observé desabrochar mi pantalón, quitándome junto a las bragas, la monja se arrodilló junto a su reclinatorio y no miró a su cristo y no tenía un rosario entre sus manos, me miraba a mí y tenía mis glúteos sujetos entre sus dedos.

Afirmada del borde del escritorio, trataba de no gemir, pero era imposible contener el placer que me daba la religiosa, por inercia puse una de mis manos en su cabeza, ella me miró y fue la imagen más jodidamente sexy que pude tener en la vida, podría jurar que casi acabé, evité el contacto visual hasta que lo supe, el trabajo que hacía ahí abajo me estaba derritiendo, ya casi caí rendida en su cara, pero en realidad me fundí en su boca y ella parecía satisfecha.

Varios espasmos increíbles no permitían que los músculos de mis piernas respondieran, caminar fue un renacer, ella me ayudó a sentarme y se comportó de la manera más dulce posible. Me limpió y ayudó a vestir, me besó, me acarició y cuidó de mi hasta que recuperé el aliento, pero para entonces el tiempo para escapar había terminado y de alguna manera no supe sí quiso tener sexo conmigo o que no escapáramos.

—¿Tuvimos sexo para no irnos? —Pregunté sin filtro.

La monja se alejó de mi e incrédula se quedó en silencio. Yo la acompañe en esa pausa.

—Te pido me disculpes, no debí buscarte y debería dejar que te fueras, es mi culpa, es mi deseo, te dejaré el resto de la noche —Contestó y se fue sin más.

Ahora me siento como una estúpida mirando la puerta que retumbó con cuidado.

Mantenme en Silencio | JiYoo | DreamcarcherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora