La Tumba

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En aquel momernto me dedicaba a silbar una tonadilla que había oído en alguna parte. Estaba hundido en un sillón, en la biblioteca de mi casa, viendo a mi padre platicar con el señor Obesodioso, que aparte de mordiscar su puro, hablaba de política (mal).
Mi padre me miraba, energético, exigiendo mi silencio, y como es natural, no le hice caso. Tuvo que soportar mis silbidos combinados con la insulsa plática de don Obesomartirizante.
Decidiendo dejarlos por la paz, Murmuré un compermiso que no contestaron, y subí a mi recámara. El reloj marcaba las once y media: maldije por levantarme tan temprano. Puesto un disco (lohergrin) , lo escuché mirando el proceso de las vueltas. Vueltas, vueltas. Las di yo también. Al escuchar un clarín, me desplomé en la cama, viendo el techo azul.
Mi cuerpo se agitaba como un torrente. Todo era vueltas. En la lampara del techo se formó el rostro de Dora y eso detuvo el vértigo. Odié a Dora, con deseos de despellejarla en vida. No había logrado verla desde el insidente con el maestro de literatura.
Me sentí tonto al estar tirado en la cama, a las once del día, mirando el reloj y
-¡pensando en esa perra!
Telefoneé a Martín: no estaba, pero recordé que había ido a nadar a su casa de campo. Tras tomar una chamarra roja y mi traje de baño, salí apresuradamente.
Partí a gran velocidad hacia las afueras del Distrito. Encendí la radio: hablaban de Chéjov. Sonreí al pensar otra vez: ¡ Ni esta mal si mis cuentos son confundidos con los de Chéjov!
La gran recta de la carretera se perdía al dibujarse una curva a lo lejos, en una colina. Un coche esport me retaba a correr. Hundí el acelerador y el esport también lo hizo, pasándome. Sentí una furia repentina al ver la mancha roja del auto frente a mi. El chofer traía una gorrita a cuadros. Está sonrriendo el maldito. Furioso, proseguí la carrera con ardor. Había pasado la casa de Martín, pero insistí en alcanzar el esport.
Llegamos a la curva. El rival se mantenía adelante a dar la vuelta. El esport no lo hizo y la dio a todo vapor.
Un estruendo resonó en mis oídos, mientras la llamarada surgía como oración maléfica. Frene al momento para ir, a pie, hasta la curva. El esport se había estrellado con un camión que transitaba en sentido contrario. Una ligera sonrisa se dibujó en mi cara al pensar: eso mereceses.
Di la media vuelta.
Al llegar a casa de Martín, estacioné el coche y caminé hasta la sala. Martín, preparando bebidas, alzó los ojos.
-¡hola, Chéjov!
- Deten tu chiste, que no estoy dispuesto a soportarlo.
-Calmaos, niñito.
- Es que ya me cansó esa tonada.
- pues desahogate -y agregó, con aire de complicidad-: ahí está Dora.
- ¿Palaba?
- Yep. ¿Como te suena?
- Interesante.
-¿Que quieres beber?
- No sé, cualquier cosa.
Con un cóctel en la mano, entré en un cuarto para ponerme el traje de baño. Desde la ventana vi a Dora, nadando con los amigos, aparentemente sin preocupaciones. Maldita esnob, pensé. Vestía un diminuto bikini que le quedaba bien. Tras morder mis labios, aseguré vengarme.
Salí con lentitud de la casa y me detuve un momento en el jardín, en pose. Ella, al verme, se volvió, aullando:
-¡Hooola, Chéjov!
Salude a todos, incluyendola, y sin más me tiré al agua. Dora también lo hizo y nadamos el uno hacia el otro hasta encontrarnos en el centro de la alberca. Éramos la espectación general. Todos habían dejado de hablar y nos miraban. Por tercera vez, mis labios sintieron el contacto de los dientes. Nos miramos. Ella tenia esa sonrisa sarcástica (¿sardónica?) tan característica en su rostro.
- Nadas bien, Chéjov.
- Ni nado bien ni me llamo Chéjov, querida.
-¿Que te pasa? No jueges al enfadado.
-¿Me crees enfadado?
- Pues, viéndote ahora, sí.
-Y, ¿que opinas de eso?
-Que te ves graciosísimo.
-Mmmm... Oye, permíteme hacer una pregunta con conmovedora ingenuidad.
-Di.
-¿Porque le armaste ese cuento al de literatura?
-Esa clase es muy monótona, mi estimado Chejovín, necesitaba un poco de emoción.
-Vaya...
-Ademas, tu me dijiste niña estúpida.
-Pero eso no está tan apartado de la realidad.
-Ahora soy yo la del vaya...
-Lo cual me agrada.
-Entonces, ¿amigos?
-¿Que dejamos de serlo?
-No sé, pero de cualquier manera, es bueno ratificarlo.
-Sea.
Decidí terminar esa húmeda conversación haciendo un guiño al nadar hacia la orilla. Martín se acercó preguntando si había consumado mi venganza. Le contesté que habíamos ratificado nuestra amistad.
-¡Caramba! -rio-. ¡Esa si es venganza!
Cuando se aburrieron de nadar, pasamos a la sala. Tras la repartición de bebidas, se empezó a bailar. Yo tomé mi vaso, decidido a encerrarme en completo mutismo, pero no lo logré: Dora vino hacia mí, riendo.
Intercambiamos sandeces y nos levantamos para bailar. Una ensordinada trompeta hacia un solo mientras nosotros nos deslizabamos al compás del low-jazz. Dora había estado bebiendo y cínicamente soltaba incongruencias y palabrotas. Realmente me divertía, bailaba muy bien y su cuerpo era fuego. Al fin, rompió el silencio.
-¿No propones nada?
-¿Eh?
-Que si no propones nada, Chejivito.
-¿Yo? No, no se.
-Como eres bruto. Toma un hectolitro de whisky y vamos al jardín.
Con una botella birlada, salimos. El ocaso se mostraba esplendoroso y así se lo hize saber. Ella rio.
-No seas cursi, Chéjov.
Nos sentamos tras unos arbustos, y bebiendo con rapidez pentatlonica, inquirió:
-¿Asi vas a estar?
-¿Eh?
-¿Que demonios esperas para besarme?
Sintiéndome humillado, respiré profundamente antes de rozar sus labios con suavidad, con timidez. De nuevo soltó una carcajada y me besó con ardor.
El match duró poco. Yo sentía miedo. Algo inexplicable se apoderó de mi.
Aunque ese no era mi estreno, me sentia extraño a todo, sin percibir nada y comportandome como idiota.
Dijo que estaba imposible y que ya seria otra vez.
Cuando volvimos a la sala, todos se tetiraban. Dora cantó La marsellesa a tutti volumen. Le narré el incidente con el esport y comentó que el estrellado debí ser yo, por imbecilito. Eso no me molestó, pues era cierto. Y al llegar a la ciudad, dijo que la llevara directamente a su casa, lo que tampoco me indignó, pero me hizo sentir humillado. Me dijo adiós con sus carcajadas, y tambaleándose, entró a su casa.
Su risa estuvo en mi cabeza toda la noche.

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