La Tumba

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Desperté, no muy tarde, con la idea fija de hacer una fiesta en la noche para agasajar a doña Berta Ruthermore, hermana de mi padre, y por consiguiente, mi tía.

Hice  un millón de llamadas telefónicas. Mis padres luego de conocer mis intenciones (que los alegraron bastante), invitaron a Lo Más Granado De La Sociedad Capitalina (lo cual yo no quería). Decidiendo invitar a Germaine Etcétera, pero mandar al diablo a los circuloliterariomodernistas, enfilé a casa de mi recién amiga. 

Afortunadamente, la pesque antes de que saliera. Me miró muy sorprendida y con grandes trabajos logré que se acordara de mi. Ya entonces, aceptó con gusto, e incluso recordó que mi padre ya había invitado al señor Giraudux una hora antes. Quedó muy formalita, de prestarse en compañía de sus galos padres.

Era imposible mantener el secreto de la Ruthermore, y cuando lo supo, se mostró muy contenta, "porque tenía ganas de bailar". Hice todos los preparativos. Despejé, con la ayuda de los criados, las salas, el jol, y todos los lugares donde se pudiera bailotear. Contraté meseros profesionales y un conjunto de música tropical, para no dar la mala impresión a los imbéciles de la high.

Germaine llegó a las siete -sola- "para ayudar". Mi tía había salido con mamá a visitar a la familia y en casa sólo estaban los meseros. Aunque yo pretendía fiscalizar todos los preparativos de la fiesta, Germaine,  con esa sonrisa tan chistosa, me jaló a la terraza.

Anochecía y el viento penetraba por mi camisa. Al pedirme un cigarro, saqué dos Observé su rostro con la luz del encendedor (desde el incidente con Dora uso encendedor). El rostro no parecía real, era algo de otra naturaleza; desgraciadamente, sólo fue cosa de un instante, pues tuve que apagar y perder uno de los momentos mas agradables con Germaine..

-¿Cuál es el  motivo de la fiesta?

-Ya lo dije, para agasajar a mi tía.

-Una apreciable anciana, seguramente.

-¡Qué va!, es toda una belleza.

-Ja, ja.

-No te burlarás cuando la veas.

-No te enfades, Enrique.

-Gabriel.

-Ah, sí, que coincidimos en las ges.

-Bien sûr.

-¿Quienes van a tocar?

-Un conjunto de chachachá.

-¿Quienes?

-Los Siguas.

-No son conocidos

-Eran los únicos a la mano.

-Ya doy.

-¿Cómo te ha ido?

-Reg'lar.

-¿Has leído algo últimamente?

-Rimbaud, Une Saison en Enfer.

-No conozco a Rimbaud.

-¡Toda una francesa que no conoce a Rimbaud! ¡Qué cinismo!

-Ni modo. Y no soy francesa.

-¡Ah! a mi me encanta.

-¿Te sabes algún poemucho?

-Claro.

-Declama uno

-Uh, no. soy pésimo declamando.

-Perfecto. Así tendré algo de que burlarme.

-Ya, ¿eh?

-Ándale.

-¿En francés o en español?

-En francés, naturalmente.

-Bueno, hay uno famoso que se llama Voyelles.

-Déjate de circuncoloquios y venga.

Declame las Vocales y díjome que sólo le había gustado eso de Ô, I'oméga, rayon violet de ses yeux!

Aclaré que el poema pertenece a los Delirios, lo que pareció no importarle. Sólo dijo:

-Ahora puedo decir que conozco a Rimbaud.

Y ante tal imbecilidad, saqué a flote mi mas sarcástica risa.

Al cuarto para las nueve, los músicos hicieron su aparición. Poco después los invitados empezaron a llegar. El ambiente se tornaba más y más pesado. Mi madre y mi tía llegaron y esta última fue presentada a los invitados, que ya habían empezado a platicar unos y a bailar otros. Yo bailaba con la Giraudoux cuando la Ruthermore se acercó en brazos de don Yonoloinvité, diciendo:

-La próxima conmigo.

Y se fue en los brazos, bastante velludos, del mismo señor. Al acabar la pieza, le dije a Germaine:

-Iré a cumplir con mis deberes de buen sobrino.

Ella hizo un mohín y enfiló hacia la repartición de bebistrajos.

Bailé varias piezas con mi tía al american way of dance y luego fui a bailar con Germaine. Eso, hasta que sus padres la mandaron a llamar a las dos de la mañana y ella tuvo que partir.

Salí entonces a la biblioteca para encontrarme con luces tenues invadiendo a danzantes, que ahogados en alcohol, se apretaban unos contra otros, llenos de la música sexy que tocaban los Siguas. Mis padres no aparecían por ninguna parte: salieron cada quien por su lado. Mi tía trataba de hacerse entender en español con un mesero; sin éxito como era natural. Ya estaba muy embriagada, demasiado.

Al invitarla a bailar, aceptó y lo hicimos nuevamente muy pegaditos (sí, al american way of dance).

-He bebido bebido y seguiré haciéndolo, mi querido Gabrielito, y tú lo harás conmigo; bebo porque hace mucho que no bebía y porque aquí hay licor, y bailo porque no está el imbécil de mi marido y porque tengo con quien hacerlo. Me gusta tu mejilla, por eso oprimo la mía con la tuya. Estoy muy contenta, Gabriel, hacía mucho tiempo sin sentirme contenta.

Mi tía, Bertha de Ruthermore, era quien decía eso y en inglés. En otras circunstancias no lo hubiera creído, pero en aquellos momentos estaba muy embriagado y sólo decía en su oído

-Okay, okay, okay.

Ella siguió hablando incoherentemente.

-Okay, okay, okay.

Luego hablaba de mí.

-Me caes muy bien, sobrino, me caes muy bien, me gustas, tengo ganas de besarte, no con un beso maternal, ni de tía, no, no, no.

-Okay, okay, okay/

Su beso tuvo tal ardor que me asustó haciendo que me separase.

-Te lo dije, Gabriel, te lo dije

Seguimos bailando muy pegados, y ella seguía hablando. Luego bebíamos y bailábamos y bebíamos, bailábamos, bebíamos, si, si, si.

Las cuatro de la mañana: los músicos se van. Mis padres no regresan. Otros se van. Alguien ronca en la biblioteca Más gente se retira. Nosotros, sí, bailamos. Otros mas se van. Bailamos. Los mas borrachos se han ido. Afrojazz ahora. No han vuelto mis padres. Aún bailamos. Ya no hay nadie en la casa. Bailamos. La mano fina de mi tía oprime el interruptor de luz. Bailamos. Otro trago. Ya no hablamos. Bailamos. Se separa. Me toma de la mano. Ha caído otro disco. Subimos las escaleras. Música de Peter Apleyard. Abre la puerta. Oscuro. Jazz. Cierra la persiana. Más oscuro. Sus labios enterrándose en los míos. Mareado. Hemos caído en la cama. Ya están aquí: vueltas, vueltas, vueltas. El vértigo. Círculos. Mi tía me besa. Ondas, giros, órbitas. Besándome. ¡El vértigo! Las vueltas, vueltas, círculos. . .




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