De la misma manera como había llegado, Mrs. Berta Ruthermore se fue. Mis padres la despidieron en el aeropuerto. No quise ir, no podía verla otra vez. Sentía que la vergüenza se desbocaba por mis sienes. En la mañana, al despertar viendo la espalda desnuda de mi tía, me odie terriblemente y salí de ese cuarto. Los efectos de la embriaguez de la noche anterior, la árida boca, la casa desordenada, mis manos temblorosas, el recuerdo de mi tía, los vasos vacíos, y por último, mi imagen reflejada en el espejo de la sala se revolvieron en mi, bulleron en mi cerebro haciendo que abadonara la casa para refugiarme en un hotel cercano.
Regresé hasta estar seguro de que Mrs. Ruthermore ya se había ido. Los criados se afanaban borrando los recuerdos de la noche anterior. Caminé por el pasillo, dirigiendome, inconciente, al cuarto de los húespedes. Entré atemorizado. Aún no lo arreglaban. La cama deshecha, las persianas bajadas. Todo igual. Sobre el buro estaba un papel doblado, donde se leía:
GABRIEL.
"Forget that right of madness, excuse my heavy drinking and thanks for the memory."
Tras leerlo, reí: reí a carcajadas, sin poderme controlar. Del lado no escrito, puse:
It was terrific sound
Giggle or noise
Perhaps was a spellbound
Perhaps a voice.
-La debilidad exterior proviene de la debilidad interior- dijo Jacques, orgulloso de su frase, pero todos se la reprobaron al instante. Gano un sinfin de silbidos y de opiniones mordaces.
Con esa frase terminaba su ensayo titulado Tentativa de un estudio acerca de la intelectualidad contemporanea o la siquis de don Juan Tenorio a los dieciocho años, donde citaba en griego, latin y esperanto. Jacques me miro con angustia.
-¿Que te parecio, Gabriel?
Miré las caras de los circuloliterariosmodernistas: esperaban mi respuesta como acertado colofón, mientras Jacques imploraba con los ojos una crítica satisfactoria.
al fin dije:
-Indubitablemente, tu modesta tentativa es la prueba irrefutable de que tu obra parafrasea con éxito la totalidad de la sandez humana.
Hubo una explosión de carcajadas crueles, con la ira de Jacques en crescendo. Me llamó mediocre, burgués, tarado y cosas por el estilo.
-Vas a ver.
Al terminar la reunión, me escabullí rápidamente, temiendo la mirada de Jacques. Me fui a un café, donde bebí una mezcolanza de sombras pensando si realmente había líquido en mi cerebro.
En la mesa contigua estaba un pederasta tirándome el azuelo, pero me fingi ídem y prefirió retirarse. Recordé a Germaine y me pregunte (estúpidamente) si estaría pensando en mí. Después inclinaba la cabeza de un lado al otro.
Con ritmo, pensé, para seguir el juego.
Después, la noia. Fui hacia allá. Casi al llegar, decidí telefonearle. Su voz sonaba lejana. Pregunté si podía visitarta y accedió.
El automóvil, funcionando casi perfectamente, me transportó a su casa. Men senté en un mullido sofá. Todo era lujo y comodidades. No fue mucha la espera: bajó sonriendo. Se sentó en un sillón, junto a mi, entornando los párpados, con su sorisilla. Extrajo de la falda una cajetilla de extranjeros cigarros y ofreció sin mirarme.
-¿Qué deseas?
-¿Acaso es necesaria una razón para verte?
-Mais oui.
-Entonces, hipócritamente diré que ansiaba estar contigo.
-¡Vete al infierno!
-Yo aclaré.
-Está bien.
-No muy bien, pero está.
-¿Te sientes ingenioso?
-Mais non.
-No me arremedes.
-Ya vas.
-¿Cómo has estado?
-Mira, chérie, ésa es una pregunta vulgar que amerita una respuesta delmismo calibre.
-¿Cúal?
-Bien.
-¡Ahhh!
-Y, ¿tu madre?
-Debe haber salido con alguno de sus maquereaux.
-En fin, ¿estás sola?
-Con mi estúpida hermana. ¿Quieres un trago?
Salió dando pasitos cortos, como de ballet. Me dediqué a observar un retrato de su señor padre que fue, seguramente, la obra de un morfinómano con pretensiones abstracccionistas. Cuando regresó con las copas, le pregunté por el mamarracho que intentó pintar a su padre. Respondió, sin inmutarse, que había sido ella.
Mis carcajadas invadieron la estancia.
-¡Tu padre debe quererte mucho para colgar ese engendro en plena sala!
-Vamos, no te burles. Mi talento, combinado con el ocio, produjo esto.
-Y aparte de tus bocetos, ¿qué haces?
-Sabrás, soy el arte mediocre con faldas, pues tambiñen escribo.
-¡Caray, cuántos intelectuales en un sólo país! Habrá que ver tus trabajos, puede ser interesante.
-¿Crees?
-Yep. Formo parte de un círculo literario y correteamos a los nuevos valores.
-¿Podría entrar?
-Claro, andamos escasos de fondos y tus cuotas nos empujarían bastante.
-Entonces, entraré.
-No podrás escaparte -precisé con expresión de canalla.
Salimos de su casa para anegarnos de licor en un bar. Whisky, whisky, Castillo. Pensé que mi cerebro se volvería charco. Pasado un momento, los efectos del alcohol empezaron a dejarse sentir: las luces se empeñaban en bailar un cursi pizzicato. Germaine, mirándome divertida. Luego, para mi pesar, irrumpió el show. Cosas vulgares y gazmoñamente pornográficas se sucedieron.
-Este show es una invitación al vómito -dije a Germaine-, yo me largo.
Sus ojos se alegraron, y tras acabar con su licor, respondió:
-Nos largamos. Allons enfants de la mairie!
Tras pagar, nos refugiamos en el cochemóvil. Estábamos embriagados hasta la médula.
-¿Qué hacemos?- preguntó, mientras el aire se colaba para juguetear con su clitorito.
-¿Por qué no vamos a faire l'amour?
Pero se negó.
-Vete al infierno, ésas son cochinadas.
Sin insistir la llevé a su casa. Después, ya en mi cuarto, al desvestirme, advertí que todo era nebuloso.
¡Oye, Gabriel, tienes líquido en el cerebro!
Logré acostarme, sólo para sentir el deseo de que Germaine estuviera conmigo. Mas no era así y un raro sentimiento me llenaba, como cuando las olas alcanzan la arena. Y yo, borracho e idiota, me sentí solo, ahogado en el liquido de mi cerebro.