IV- Preguntas y decepciones

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Desorientada, abrí los ojos. Una extraña sensación de deja-vú se apoderó de mi mente. Claro, ya lo recordaba: Estaba pasando lo mismo que cuando desperté en la cabaña. Simplemente, esta vez lo estaba haciendo en un entorno bastante diferente. Una habitación de paredes acolchadas, blanca como las cartas y cuyo único mobiliario era un váter, una ducha, un lavabo con dos cepillos de dientes, un reloj analógico y dos camas me dejó boquiabierta. Miré a mi izquierda y me encontré con que la cama idéntica a la mía contaba con un bulto cubierto por una sábana blanca del que solo asomaba una cabeza con pelo castaño. Mala señal, esto ya había pasado una vez y había dejado un resultado traumático. Pude relajarme cuando comprobé que el bulto emitía una respiración constante, dejando saber que lo que fuera que estuviese debajo estaba vivo y descansando.

Con cuidado, me acerqué a la cama decidida a descubrir qué reposaba en ella, y con esperanza de poder conseguir algunas explicaciones.

―¡¡AAAAAAHHHHHH! ―Gritó el bulto al ser descubierto y zarandeado por mí.

Me volví a sorprender sobremanera.

―¿Hudson? ―Pregunté.

―¿Blythe? ―Respondió el chico con los ojos como platos― ¿Pero tú no habías huido?

―Sobre eso... es algo bastante largo de explicar... ―Traté de justificarme, claramente incómoda.

―Tengo todo el tiempo del mundo. Bueno, me atrevería a decir que tenemos todo el tiempo del mundo.

Pensé. Tratando de ser lo más inteligente posible, llegué a la conclusión de que si le contaba a Hudson lo que quería saber, podría presionarlo más tarde para sacarle información sobre qué estaba pasando. Así que le conté todo lo que había pasado, sin dejarme ni un solo detalle atrás, desde el principio hasta ese mismo momento.

―Guau. ¿de verdad derribaste a toda esa panda de gente? ―Dijo Hudson, incrédulo.

―Claro que no, me lo inventé para poder impresionarte después de que me empujaras contra un ladrillo en clase de Rose y que así no pensaras que soy débil.

―Vale, lo pillo.

Reaccioné rápido.

―Bueno... resulta que yo también tengo preguntas.

―¿Ah, sí? Vaya.

―¿Vaya?

―Vaya.

―Quiero que me respondas algunas de ellas.

―Vaya.

―¿Puedes parar de decir vaya?

―Vaya, no sabía que te molestaba.

―Voy a proceder a ignorarte.

―Vaya ―Dijo Hudson con una mano en el corazón―, creo que no podré morir en paz después de descubrir eso.

―¿Vas a responderme si te hago una pregunta o no?

―Depende de cómo me lo pidas.

Sabía por dónde iban los tiros. No pensaba pedirlo de ninguna manera humillante.

Aunque, antes de que pudiera intentar preguntarle algo, Hudson me movió de manera que quedé exactamente en frente suya. Sacó del bolsillo de su chándal una servilleta un poco desgastada y un bolígrafo azul claramente usado, con la tapa mordisqueada. Me quedé muy quieta. Unos segundos después, en la servilleta se podían leer con letra pequeña y organizada dos oraciones claras:

Nos están escuchando. No preguntes nada respecto a este lugar.

Me palpitó el corazón de manera acelerada.

Bajo la luna llenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora