A la mañana siguiente me despertó el camión de las mudanzas en el camino de entrada. Me quedé en la cama un momento, tumbado entre un revoltijo de sábanas, intentando recordar dónde estaba. ¿No me había ahogado? Enseguida comprendí que no había sido más que un sueño.
No obstante, mientras recuperaba la ropa que había dejado tirado la noche anterior, vi que había cristales rotos en el suelo y que tenía un buen corte en la mano. Me acerqué a la ventana con cuidado y descubrí, entre los cristales rotos, el carillón de metal. Me quedé observándolo un instante recordando la violencia del sueño, pero un golpe en la puerta principal me sobresaltó y me hizo abandonar el recuerdo. Supuse que el ruido del carillón golpeando el cristal me había desvelado, y al levantarme para cerrar la ventana, debí de haberme cortado la mano. El resto del sueño debió de ser fruto de la unión entre el viento, los cristales y el deseo reprimido de reencontrarme con mi oscuro amante. «Esa es la única explicación posible -me dije mientras me apresuraba escaleras abajo-. Al menos, lo único que tiene cierta lógica».
Los dos hombres y las dos mujeres de "Traslados Verdes" (la empresa de mudanzas ecológica de Lira, la novia de Liying) no tardaron en descargar las cosas de mi apartamento de Inwood y las cajas del almacén, y cuando acabaron la casa todavía se veía vacía. Los invité a compartir una cesta de sándwiches que había recibido por gentileza de la charcutería Deena's Deli («¡Estamos encantados de que seas nuestro nuevo vecino!», ponía en la nota). Y nos sentamos en el porche para disfrutar de la brisa fresca que llegaba desde el bosque.
— Los veranos son fantásticos aquí -dijo una de las mujeres-. Mi novio y yo tenemos una casa en Margaretville, a unos cuarenta minutos al este. Pero los inviernos...
Se llamaba Meimei y me contó de una pareja que tras instalarse en la zona habían perdido la cabeza, aunque siempre habían tenido «sus cosas». Bromeé acerca del peligro de volverme loco en el campo, y todos dijeron que mi situación era diferente porque iba a trabajar en la universidad. Cuando se marcharon, la casa se me antojó todavía más silencioso y vacío que antes.
Antes de que pudiera plantearme si uno de los primeros síntomas de la locura consistía en tener sueños eróticos extraños, me metí de lleno en la tarea de desembalar mis escasas pertenencias, pues creí que una de las maneras más eficaces de prevenir la melancolía era sentirme en casa. Colgué algunas fotografías e ilustraciones en la biblioteca y el salón, y coloqué mi colección de tazas y platos desiguales en las vitrinas empotradas del comedor. Pensé entonces que sería divertido comprar algunas cosas en las tiendas de antigüedades para decorar la casa.
Después de cenar, me di el tan anhelado baño en la bañera antigua, aprovechando el aceite de peonias que había recibido de una cesta de bienvenida. Después me puse un camisón holgado y empecé a organizar mis carpetas y el material de oficina en la mesa de trabajo que había en el despacho, a la vez que disfrutaba de una copa de vino. Fue divertido abrir todos los cajoncitos del escritorio. Además del huevo de petirrojo que había encontrado el primer día, encontré una vaina negra y brillante con forma de cabeza de cabra, la cabeza de una muñeca de porcelana a la que le faltaba un ojo azul y un nido de pájaro. Uno de los cajones estaba cerrado con llave. Busqué la llave en los otros cajones, en vano.
Devolví todo a su sitio y añadí mi propia colección de piedras y conchas, así como los bolígrafos y lápices, la cinta adhesiva, la grapadora, un abridor de cartas con forma de daga (recuerdo de un castillo escocés), los archivadores y las libretas. También saqué de las cajas los libros de consulta que me gustaba tener cerca cuando escribía: el Diccionario Oxford (un regalo de mi abuela cuando acabé la universidad), el Diccionario de los símbolos, el Tesauro de Roget, La rama dorada, From the Beast to the Blonde, La loca y el desván de Gilbert y Gubar, y otra media docena de volúmenes sobre los cuentos de hadas y el folclore. En uno de los estantes coloqué mis novelas favoritas, desde Los misterios de Udolfo y Jane Eyre hasta Rebeca y "El extraño oscuro" de Meng Ting-Yu. Después de meter los bolígrafos en una taza de la Universidad de Oxford (un souvenir de mi año de intercambio en el extranjero) y de vaciar un puñado de clips en una taza de té medio desconchado, lo único que quedaba de la porcelana de mi tatarabuela (según mi abuela), al fin me sentí como en casa.
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Visitante Nocturno [ZhanYi]
FanfictionSinopsis: Desde que aceptó un puesto como profesor en la remota Universidad de Fairwick, Wang Yibo ha experimentado todas las noches el mismo inquietante sueño: un desconocido surge de la bruma para seducirlo y llevarlo al éxtasis. Quizá esos sueño...