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Intentar persuadir a Phoenix para que no se mude conmigo resultó tan sencillo como intentar convencer al huracán Katrina de que no pasara por Nueva Orleans. Estaba tan entusiasmada con la idea que después de la recepción me acompañó y recorrió la casa de punta a punta, alabando hasta el último detalle. Le pareció que el rostro tallado en el frontón tenía «una mirada seductora» y que los dioses griegos de la repisa de la chimenea y del friso del comedor tenían «buenos traseros». Y la biblioteca le dio ganas de «acurrucarse y leer hasta el fin de los días». Pensé que su entusiasmo se esfumaría cuando viera el apartamento de soltera de Ya Jun, pero le pareció «una monada» y me dijo que le recordaba a la habitación que había alquilado en el hotel que se quedaba cuando se estaba desintoxicando del alcohol y escribiendo sus memorias.

— ¡Esta casa es el lugar perfecto para escribir! -exclamó al final-. Verás, a veces tengo algunos problemillas para mantenerme en el buen camino. Los hombres son mi talón de Aquiles... ¿No te parece que Niu Zhi Qiang está buenísimo? Y también está... -estiró el dedo pulgar y simuló beber- el diabólico ron.

Todavía estaba buscando una manera educada de decirle que no quería compartir la casa con nadie, pero si su traslado era inevitable (tal como parecía), debía al menos dejarle claro que necesitaba muchas horas ininterrumpidas de silencio para escribir.

— Tengo una idea para un nuevo libro -dije con cautela mientras subíamos la escalera, esperando no arruinar la idea por mencionarlo-. Y estaré trabajando la mayor parte del tiempo.

— ¡Perfecto! -exclamó-. ¿Y aquí es donde trabajarás?

Habíamos llegado a la habitación donde había organizado todos los papeles y cuadernos de Meng Ting-Yu.

La puerta estaba abierta y asegurado con un ratón de hierro («¡Qué mono!», chilló Phoenix al verlo). Creí haberlo cerrado, pero quizá Wen Ning, que se había ido después de mí, lo había dejado abierto por alguna razón. También había colgado algo en la ventana: un pequeño manojo de ramitas de abedul y enebro atadas con una cinta roja, que supuse que era algún tipo de amuleto sueco para la buena suerte.

Le hablé a Phoenix de los cuadernos de Ting-Yu y de los curiosos términos de su testamento, pero no mencioné que había descubierto un tesoro oculto de literatura erótica del siglo XIX en los manuscritos.

— ¡Qué gran hallazgo! -Phoenix batió palmas y luego sostuvo las manos abiertas por encima de las pilas de papeles como si los bendijera-. Puedo sentir energía creativa aquí. Ay, sé que avanzaré mucho en esta casa... Será mi salvavidas. ¿Te he dicho que hace seis meses que debería haber entregado mi siguiente manuscrito al editor?

Mientras recorríamos el pasillo en dirección a mi dormitorio, Phoenix me explicó las razones que le habían impedido empezar su segundo libro. Por un lado estaban las limitaciones de tiempo impuestas por su gira de conferencias, entrevistas y la redacción de notas publicitarias de otros libros, y por el otro la responsabilidad de no defraudar a sus queridos lectores, que se habían emocionado tanto con su primer libro.

— Pero sobre todo -dijo cuando abrí la puerta de mi habitación-, no sabes lo duro que resulta tener que utilizar partes de tu propia vida para crear. Me siento como el pájaro de aquella historia que se arranca plumas del pecho para tejer seda.

Quizá fuera la alusión a una de mis fábulas preferidas, "La grulla agradecida", lo que me ablandó, o quizá la afinidad que sentía con Phoenix por lo mucho que le estaba costando gestar su segundo libro, pero en realidad creo que acabé cediendo porque tenía miedo. Ese mismo día había empezado a pensar que el hombre oscuro de mis sueños era real. Seguro que aquello era una señal de que estaba demasiado solo. Y si alguien era capaz de llenar de vida esa vieja casa, esa era Phoenix.

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⏰ Última actualización: Jan 08 ⏰

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