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Esa noche dormí con la luz encendida y a la mañana siguiente llamé a Wen Ning para que viniera a arreglar la ventana de mi habitación. Un cuarto de hora después ya estaba llamando a la puerta. Era bajo, fuerte y llevaba barba. Podría haber tenido un rostro bonito, pero debía de haber sufrido un acné muy agresivo en la adolescencia que le había dejado la piel rugosa y picada. Cuando le mostré la ventana rota, se acarició la barba como si estuviera contemplando la Mona Lisa.

— Sucedió hace dos noches, cuando hubo ese viento tan fuerte -expliqué-. Este carillón chocó contra el cristal y lo rompió. -Recuperé el juego de tubos de metal de uno de los cajones del escritorio y se lo enseñé para confirmar mis palabras.

Wen Ning me miro con desconfianza

— ¿Y así es como se hizo ese corte? -preguntó, bajando la vista a mi mano.

Me había quitado la venda porque la herida ya había cicatrizado, pero todavía me escocía. Asentí y Wen Ning me tomó la mano y lo apoyó sobre la suya. Se quedó tanto tiempo estudiando el corte que empecé a sentirme incómodo. Entonces pasó la punta de un dedo por la herida, gesto que debería haberme incomodado más, pero me causó el efecto contrario. Mientras él me acariciaba la mano, una oleada de confort y bienestar me recorrió el cuerpo. Pensé en las historias que había leído sobre los curanderos, personas cuyo tacto puede aliviar el sufrimiento. Las manos de Wen Ning parecían haber sufrido lo suyo; tenían rasguños, cicatrices y unas marcas de quemaduras blancas que destacaban en su piel oscura, y le faltaba la falange superior del dedo anular izquierdo. Quizás el haber sufrido tanto le daba poder para aliviar el dolor de otros. Cuando me soltó la mano, el picor había desaparecido.

— Será mejor que tenga más cuidado la próxima vez -dijo mirándome con sus amables ojos castaños. Esperó hasta que le prometí que así lo haría y entonces se fue a buscar las herramientas a la camioneta.

Pasé la mañana ordenando los papeles de Meng Ting-Yu mientras Wen Ning trabajaba repasando todas las puertas y ventanas. Preparé una cafetera para los dos y calenté un plato de hojaldres de canela que Liu Ying Niu me había dejado ante la puerta con una nota explicativa: los dulces le habían sobrado de la noche anterior. Los aromas del café y la canela se mezclaban con el olor a pino del serrín. Era agradable tener a alguien en casa. Quizá Niu Zhi Qiang tenía razón. Era una casa demasiado grande para una sola persona, aunque tal vez no para alguien que tuviera tantos libros como yo.

Decidí que no quería guardar todas aquellas cajas en el despacho de la torrecilla, así que los arrastré hasta uno de los dormitorios vacíos. Cuando Wen Ning vio lo que estaba haciendo, vino a echarme una mano. A continuación, empecé a vaciar las cajas y apilar los papeles en el suelo, organizándolos por categorías y utilizando los ratones de hierro como pisapapeles.

Había muchos cuadernos donde por lo visto Ting-Yu había escrito los primeros borradores de sus libros; montones de hojas escritas a máquina y gran cantidad de cartas. Ordené las cartas cronológicamente e hice una pila para cada década de su vida, y luego organicé los cuadernos y los textos a máquina según el libro al que correspondían.

En algún momento de la tarde Wen Ning me trajo un plato de queso y pan, unos trozos de manzana y una taza de café recién hecho.

— ¡Lo siento, Wen Ning! -me disculpé-. Debería haberle preparado algo para comer.

— No se preocupe, ya he visto que estaba inmerso en lo que sea que está haciendo. ¿Son estas las cosas de Tingting? -preguntó.

— ¿Tingting?

— Sí, así la llamábamos en Fairwick. Para el resto del mundo era Meng Ting-Yu.

— ¿Todavía hay gente que la recuerde? -quise saber, sorprendido de que la memoria del pueblo llegara tan atrás.

Visitante Nocturno [ZhanYi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora