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Caminé con energía por el campus, intentando disipar la ridícula idea de que mis sueños pudieran ser algo más que el resultado de una imaginación sobrecalentada, el mío o la de Ting-Yu. Todo aquello tenía una explicación sencilla: había crecido escuchando cuentos de hadas y, a partir de ellos, me había inventado mi propio príncipe. Además, había pasado años leyendo los libros de Ting-Yu, e incluso en la versiones editadas y publicadas había un erotismo latente y numerosas referencias a la luz de la luna y las sombras. El hecho de instalarme en la antigua casa de Ting-Yu había avivado esa sexualidad latente, que hasta había llegado a colarse en mis sueños. «Saber que ella había descrito las escenas eróticas de un modo más gráfico en el manuscrito original es un gran descubrimiento académico -me dije mientras entraba en el pabellón Briggs-, pero solo es eso». No significaba que mis sueños fueran algo más que sueños.

Al igual que el pabellón Li, el Briggs era un edificio de estilo Tudor, aunque bastante más grande. Cuando entré en el salón principal me pareció estar entrando en el viejo castillo de Cao Yu-chen. Una pared estaba cubierta con tapices enormes y pesados y el techo de vigas tenía unos cuatro metros de altura. Alcé la vista y observé que las vigas estaban decoradas con caracteres y diseños celtas, que se repetían en inserciones pintadas en los oscuros paneles de roble. Por encima de la chimenea de piedra al fondo de la habitación había un cuadro gigantesco en el que aparecían unas figuras enormes vestidas con ropas medievales. La sala era tan impresionante que me quedé en la entrada varios minutos, admirándolo y recuperando el aliento tras mi marcha apresurada por el campus. Pero, de pronto, me sentí observado. Hu Xiao Ting, ataviada con un vestido de brocado y un collar de perlas que le concedían un aspecto muy chic al tiempo que una elegancia clásica, me estaba haciendo señas. La decana, de pie junto a una alta mujer vestida de verde, me pedía que me acercara a ellas. Obedecí, como si me estuviera llamando una reina.

A pesar de la majestuosidad que irradiaba Hu Xiao Ting, la otra mujer la eclipsaba. Medía al menos un metro ochenta y llevaba un vestido de punto verde que se ajustaba a su esbelta silueta. Su larga melena rubia platino le llegaba hasta la cintura. Desde el otro lado de la sala me había parecido bastante joven, pero cuando me acerqué vi que tenía unas arrugas finas en el rostro y el cabello canoso. Sus ojos eran verdes y nítidos como esmeraldas y me observaban con una atención desconcertante, como un puma acechando mis pasos por la gran sala.

— Me alegro de que hayas venido, Yibo -dijo Hu Xiao Ting, tuteándome por primera vez y tendiéndome ambas manos-. ¡Estás estupendo!

— Gracias. -Me había puesto una camisa azul marino elegante y unos pantalones negros entallados que marcaba mi trasero, mi cabello cobrizo plateado con algunos mechones escapándose me realzaban los ojos. No obstante, a la sombra de aquella deslumbrante mujer de pronto me sentí como un criado.

— Wang Jie, me gustaría presentarte a Ling Wen, nuestra especialista en el período isabelino.

Ling Wen inclinó su afilada barbilla en mi dirección y entornó sus felinos ojos verdes.

— Ting me ha estado hablando de ti, Jie... ¿Te importa que te llame así? Me encantan los nombres celtas antiguos. Son muy románticos.

— Claro -contesté, preguntándome qué le habría contado de mí la decana-. Pero me temo que el mío no es un nombre especialmente romántico. Significa «brujo viejo».

Ling Wen sacudió la cabeza y oí un tintineo, seguramente procedente de sus pendientes, unas diminutas bolas de plata suspendidas de cadenitas. De pronto me sentí un poco embriagado, aunque no había bebido nada.

— Bueno, eso es una corrupción del nombre -insistió Ling Wen -. Los Jie's eran dioses venerados por los celtas de antaño. Ting me ha comentado que viviste una aventura interesante en el bosque.

Visitante Nocturno [ZhanYi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora