Papá y Mamá

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Un pequeño, un niño, de aproximadamente 8 años, estaba sentado en un columpio instalado en el jardín de su casa. Se balanceaba con suavidad mientras contemplaba las flores que tenía debajo de sus pies, estas tenían un llamativo color rosado, como el cabello de Mamá. A su lado, unos cuantos ejemplos de hibangana, rojo intenso, como los ojos de Papá, y los de su tío, y los del abuelo, y los de él.

Toujuro Rengoku, no tuvo el mejor día. Ya estaba por anochecer y no había buenas noticias aún.

¿Qué sucedió?

Esa mañana, Mamá no se sentía bien y por lo tanto, como buen hijo, se preocupó.

Apenas había amanecido, Toujuro estaba acomodado entre los brazos de Mamá, allí no había nada que le preocupara o le causará daño. Se suponía que debía pasar como cualquier otro día. 
Los rayos cálidos del sol entrarían por las ventanas para terminar de levantarlos del cómodo futón. Papá se levantaba primero,  para comenzar el día, después, Mamá, con un beso, daría los buenos días a ambos. El abuelo, para entonces estaría cómodamente tomando su té mientras se perdía viendo el cielo. Su tío, como siempre, le daría los buenos días y jugaría un rato con él, o tal vez, le leería un buen libro.

Mamá siempre sonreía, era muy fuerte y extremadamente saludable. Que recordara jamas le había visto con un aura tan apagada, mareada, agotada y sin apetito o animos de levantarse.

Papá parecía bastante preocupado, eso también era muy raro, Papa era alguien lleno de vigor y energía. Nunca faltaba su buen humor.

Pero, de momento, todo dió un giro inesperado. 

Pasaron la mayor parte del día en la habitación, Mamá seguía en cama y Papá no se apartaba de su lado. Su abuelo se quedó con él, pero no parecía estar menos preocupado que los demás. Al menos intentaba ser buena compañía y decirle cosas agradables. Toujuro amaba a su abuelo, sabia muy bien que detrás de esa cara seria, había  un hombre muy amable.

Quiso ver si podía ser de ayuda, pero Papa y Mamá estaban muy ocupados con el doctor.  No dejaban de hablar y de hacerse preguntas entre ellos. Toujuro no entendía el nivel de la conversación y se sintió inútil.

Viendo que no había mucho que hacer, salió a jugar al jardín, sólo Que, no estaba de humor para jugar, algo le decía que no era momento de comportarse como siempre lo hacía.

Con pasos pequeños estuvo dando vueltas, mientras pateaba suavemente su temari.

Precisamente recordó que no hacía mucho, pidió a Papa y a Mamá que le dieran un hermanito, pues jugar solo en un gran jardín no era muy divertido y necesitaba un compañero.

Las puertas de la habitación seguían cerradas.
¿Acaso Mamá estaba tan enferma?
Nadie salía.

Era la primera vez que Toujuro extrañaba a Papá y a Mamá, a pesar de estar separados por tan sólo unas puertas.

Subió a su columpio para intentar distraerse y divago en sus recuerdos mientras observaba su alrededor.

- Tal vez si rezo, Mamá se recupere- Se dijo a si mismo. Así que levantó sus ojos al cielo y juntó sus aún pequeñas manos para comenzar su plegaria.

Después de unos minutos, guardo silencio, esperando que su respuesta llegase pronto.

De momento, se le ocurrió que podría pensar en algo para regalar a Mamá, ella decia que cualquier cosa, mientras viniera de él, le daría energía para miles de años. Papá decía con frecuencia que los dulces rosados siempre le gustaron a Mamá y por eso, cada vez que se presentaba la oportunidad, traía a casa varios de estos, en una caja de madera envuelta en un pañuelo. Entonces, Mamá, al terminar de comer, tomaba uno para ella, uno para Papá y uno para él. Mamá siempre procuraba darle el más grande de la caja.

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⏰ Última actualización: Nov 11, 2023 ⏰

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