Capitulo IV

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En medio de la lluvia torrencial que azotaba a una de las ciudades de Corea, el emperador y su séquito se refugiaban bajo los techos, buscando resguardo de las inclemencias del tiempo. Las calles empedradas brillaban con la fina capa de agua que reflejaba la luz de las lámparas de papel que parpadeaban débilmente. El emperador, rodeado por sus consejeros y protectores, observaba con calma desde su posición cubierta mientras la tormenta rugía en el exterior.

Sin embargo, mientras en la ciudad se resguardaban de la furia de la naturaleza, Min Yoongi, hijo del emperador, decidió desafiar la lluvia. Con determinación, se aventuró junto a un grupo selecto de guerreros bajo su mando, aprovechando la tormenta para cazar. Aprovechando que, en medio de la confusión provocada por la lluvia, los animales estarían desorientados, ofreciendo una ventaja estratégica.

En su búsqueda a través del bosque empapado, Yoongi se movía con agilidad sobre su imponente corcel con sus ropas empapadas pegadas a su cuerpo. Fue entonces, entre el rugir de la lluvia y el murmullo de las hojas, que un aroma peculiar llegó hasta sus sentidos. Un irresistible aroma a hierba buena y limón se filtró entre la tormenta, guiándolo hacia un rincón del bosque.

Siguiendo el llamativo aroma, El alfa se adentró más profundamente en el bosque hasta que, finalmente, descubrió un hueco en el tronco de un antiguo árbol. Allí, oculto entre las raíces y las sombras, encontró al pequeño omega. Este yacía en un rincón del reducido espacio temblando por el frío y con los ojos cerrados, como si estuviera sumido en un sueño inquieto.

El omega, ajeno a la presencia de Yoongi, parecía vulnerable, envuelto en ropas empapadas que se adherían a su figura diminuta. La lluvia resbalaba por su piel delicada, y sus labios apenas se movían mientras susurraba palabras ininteligibles en sueños, quizás buscando algún tipo de consuelo.
Min no dudó. Desmontó de su caballo y, desafiando la lluvia, se arrodilló junto al pequeño. Sacó con destreza unas mantas de calidad que llevaba consigo en el equipaje del caballo, tela suave y cálida era un contraste reconfortante con la frialdad de la tormenta.

Con movimientos delicados, Yoongi envolvió al pequeño omega en las mantas, cubriéndolo con cuidado para protegerlo del frío implacable. Sus brazos fuertes y seguros sostenían al omega, formando un escudo contra la tormenta que aún arremetía sin piedad alguna. A medida que cubría al pequeño omega, sintió como este se acurrucaba más cerca de él en busca del calor que emanaba tiritando por el frio y la dureza con la que lo había tratado la naturaleza.

—Tranquilo cachorrito, ya estas a salvo, no te preocupes te vamos a cuidar— dijo con suavidad para no espantar al menor.

Como podría estar un omega solo a la intemperie de tan cruel tormenta, porque a pesar su aroma, era claro que no se trataba de un alfa con solo contemplar su contextura, al menos que sea un lobezno de alfa, pero igual seria al menos más resistente al clima que los rodeaba.

El Alfa emitió un agudo silbido que resonó en el aire, una llamada nítida que convocó a su equipo con precisión, dejando de lado su cacería, volvieron a la cuidad para buscar refugio y un lugar cálido para el menor.

El pequeño omega, rescatado por Yoongi en medio de la tormenta, fue llevado con cuidado a los improvisados aposentos del alfa, mandando a llamar a los médicos imperiales, quienes, al examinarlo con meticulosidad, revelaron la fragilidad de su salud. Mientras lo examinaban descubrieron las cicatrices que marcaban su espalda, uno de los médicos informó a Yoongi con rapidez el hallazgo encontrado en la piel del menor.

—Majestad, estas cicatrices indican un azote brutal y no se ven que sean recientes. Ha sufrido mucho— declaró el médico, con tono serio. —Es un milagro que haya resistido hasta ahora, si le sumamos las heridas que se ven recientes y el estado en que lo trajo—

A light at the end of the tunnelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora