| Capítulo IV |

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|A veces, he estado perdiendo la cabeza.

Se está quedando sin fe.

Solo, me he sentido solo.

Ponme en mi lugar.|

Little Bastards - Palaye Royale

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|Finnick Haraldsen:|

La fortaleza se sentía como si, en su interior, una bomba estuviera a punto de explotar.

Los días pasaban y nadie parecía querer hablar de nada, y cada palabra dicha en voz alta fue antes buscada cuidadosamente con el fin de no tocar ninguna de las fibras importantes. Tanto mi padre como mi tía habían evitado el tema de la vampira por completo, sin querer dar más explicaciones que no fueran las que creyeran necesarias —es decir, ninguna—. Aunque aún se notaban demasiado nerviosos por el tema, como si las cosas no se hubieran terminado con su muerte.

Y no lo habían hecho, concordé.

Killian parecía un ente en pena que se paseaba por todo el lugar. O mejor dicho, como si él fuera la bomba a punto de explotar. Solía verlo mientras estudiaba en el comedor ir y venir con libros en la mano. A veces más sudado de lo normal, otras con una mirada que no te decía nada bueno. Aquella mañana, volvió hecho una furia silenciosa. Su presencia trajo consigo una tormenta en donde, con el primer cruce con Oliver —quien no se la puso fácil a la paciencia del peliblanco—, terminaron casi destruyendo uno de los cuadros en las paredes.

Tristan y yo intercedimos antes de que los daños sean evidentes, dejando todo con un corte en la mejilla de Oliver y un moretón en la barbilla de Killian. Si alguna vez se me preguntase cómo veía aquella relación, diría que no creía que fuesen hermanos. En cierto grado eran iguales, fríos y calculadores en ocasiones, pero explosivos y dañinos en otras. Eran los contextos de aquellas explosiones lo que los diferenciaba. Killian era pasional y protector, así que cualquier cosa que amenazara aquello que protegía lo desequilibraba. Mientras que Oliver era ambicioso y voraz, capaz de todo por conseguir lo que quería.

Recordé el tiempo en donde íbamos a verlo a los partidos de Lacrosse en su universidad, lo letal y mortífero que se volvía en un par de segundos dentro de la cancha. La competencia parecía absorberlo y de él sólo quedaba un gran hambre por la victoria. Una vez, le había roto el stick por la espalda de otro jugador y, si no lo hubieran detenido, estaba seguro de que una de las mitades terminaría clavándose en el estómago del chico. En ese momento, Oliver tenía diecinueve años. Un par de meses antes de que su padre muriera y su madre decidiera enviarlo a New York porque no podía lidiar con dos hijos de luto.

Aunque también había alejado a Killian con Marcus.

De cualquier manera, el punto era que Oliver estaba lleno de un violento rencor hacía la vida. Se notaba en como miraba a los demás, en las palabras que utilizaba al hablar. Era demasiado inteligente como para decir algo que no creyera necesario. Y más cuando se trataba de su hermano.

Una Maldición Inmortal | II |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora