Capítulo 3

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Sergio se pone el piyama y se mete a la cama, pasadas las 10 de la noche. Mientras el inglés medita en el sopor del sueño, su puerta es golpeada dos veces. Pérez se acomoda sobre las sábanas, desorientado. Los golpes se repiten de nuevo, el vendedor se levanta confundido y se dirige a la puerta con precaución. El vendedor abre la puerta y se encuentra del otro lado al joven Conde.

Max usa también su piyama, una camisa blanca abierta en su pecho y pantalones sueltos de color negro. En sus manos el Conde lleva dos lámparas de keroseno, iluminando solo su cuerpo en el obscuro pasillo. Vestido de esa manera, con su tez pálida y sus ojos azules, parece un fantasma. El inglés mira con sorpresa al joven hombre frente a él, sin poder disimular su asombro.

—Conde. —El inglés abre la puerta por completo para invitarlo a entrar.

—Toma. —Max entrega una de las lámparas a Sergio, quien la toma aún confuso. El Conde agarra la mano de Pérez para llevarlo escaleras arriba—. Vamos, no hagas ruido.

— ¿A dónde vamos? —Sergio pregunta mientras sigue al Conde. La mano del menor es fría, se calienta a medida que ambos suben las escaleras.

—Al tejado, la noche está clara hoy. Me gustaría que vieras algo. —Max responde sin soltar la mano del inglés. Sergio no ha caminado en el castillo durante la noche, aun si va de la mano del Conde, el interior es espeluznante. Solo alumbrados con la lámpara de keroseno, es imposible ver al fondo de la escalera. Al inglés le cuesta procesar que está tomando la mano del conde hasta Verstappen tira de su brazo.

— ¿Qué? —Sergio increpa, Max se vuelve para hacerle una señal de silencio al inglés.

—No hagas ruido, despertarás a los fantasmas de mis antepasados. —El Conde suelta una risa alta y se detiene en uno de los descansos mientras suelta la mano del vendedor. Max rebusca en su bolsillo y encuentra un juego de llaves. El Conde revisa de a poco las llaves, hasta encontrar la que puede abrir la puerta. Verstappen abre la puerta y sale al tejado. Tal y como el Conde se lo dijo, la noche está despejada y la luna llena alumbra el espesor de las praderas y los llanos. Están encima de una de las torres del castillo, desde ahí, con la noche clara y sin niebla, se pueden ver las luces lejanas del pueblo—. Apaga tu lámpara.

El inglés obedece y cierra la perilla de la lámpara. El conde baja la intensidad de la fuente de luz que él lleva con la intención de que su fulgor no moleste. Max avanza hasta otra de las esquinas de la torre, haciendo una señal a Sergio para que este lo siga. El vendedor mira a su alrededor maravillado por la vista. La luna brilla sobre la copa de los árboles, proyecta las sobras sobre este y desde tan lejos se pueden observar a los animales nocturnos. Los búhos y lechuzas se mueven entre los árboles, mientras los murciélagos salen de sus cuevas y surcan el cielo.

—He tenido una duda desde hace un tiempo. —Max se vuelve para mirar a Sergio.

— ¿Sobre qué?

—Tu nombre no es algo que me suene típicamente inglés.

—No soy de origen inglés. Bueno, sí, pero mi familia no es inglesa. —Sergio se detiene cerca de la puerta para grabar la imagen en su mente. La imagen espectral del Conde baja la luz de la luna, mientras viste esas ropas es, de alguna manera erótica. A pesar de que en su estómago la excitación crece, en su cabeza las señales son confusas.

— ¿Española?

—Sí, pero más bien Criollos. Mi abuelo y mi padre nacieron en México. —Sergio traga grueso al mirar con detenimiento a Max, sus extremidades largas, su porte. No es que sea femenino o andrógino, es claramente un hombre y luce como tal. Aun así, es la soledad de la noche, en la intimidad de esa azotea, Pérez está seguro de que lo que siente es deseo. No puede describir el porqué, es solo el sentimiento puro y primitivo cociéndose en su vientre.

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⏰ Última actualización: Nov 14, 2023 ⏰

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