Lo que oculta el corazón de una estrella.

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Muchos años después.
   
Young Saeng cerró los ojos. Últimamente le suponía un gran esfuerzo mantenerlos abiertos. Respiró trabajosamente e intentó permanecer despierto.
   
—Saengie, descansar cariño —dijo Hyun Joong entrando en el cuarto y sentándose a su lado, en la cama—. He mandado a los chicos a dormir a sus casas, pero no me han hecho caso —comentó interpretando la mirada de su esposo—. Han preferido descansar un rato en el salón. No ha servido de nada decirles que estás perfectamente y que deben permanecer junto a sus propias familias. Me temo que hemos criado a unos muchachos rebeldes que desobedecen a sus padres. ¿Crees que debería ir y regañarlos? —preguntó bromeando. Young Saeng sonrió con esa sonrisa aniñada que enternecía el corazón de su marido. Intentó decir algo, pero la tos se lo impidió—. Shhh no hables, no hace falta —lo reprendió Hyun Joong besándole la frente—. Duerme un poco, mañana será otro día. Ya verás —afirmó tendiéndose a su lado—. Deja que descanse, aquí, contigo. Mis viejos huesos se están quejando tras pasar todo el día atendiendo a esos tragones que tenemos por hijos —se quejó sonriendo.
   
Young Saeng volvió a sonreír ante su desvergonzada mentira. Lo observó una última vez y cerró los ojos feliz en el momento en que sintió el cuerpo de su marido acurrucándose junto al suyo.
   
Adoraba a ese hombre alocado. Cuando decidió compartir su vida con él, hacía ya tanto tiempo, ni siquiera había llegado a intuir cuánta felicidad le depararían los más de sesenta años que llevaban juntos.
   
Había realizado todos sus sueños junto a él. Eran padres de unos hijos maravillosos a los que amaban y que les amaban más que a nada en el mundo. Kyungsoo, era el mayor de todos, un inquieto doncel del que se habían enamorado. Luego llegaron Youngsoo, otro precioso niño doncel y Jibin, un varoncito de piel canela y de enormes ojos miel.

Kyungsoo era el único que había heredado el amor de su padre por las estrellas.
   
Ninguno de sus hijos era ya un niño. Todos tenían sus propias familias, y dos de ellos ni siquiera residían en la misma ciudad. Pero todos habían acudido a la llamada silenciosa de su padre.
   
Ah, tonto, tonto Hyun Joong, pensó Young Saeng.

Estaba tan aterrorizado por Young Saeng, que todos sus hijos habían sentido el miedo en su voz y habían acudido a su casa.
   
Para hacerles una visita, aseveraban.
   
Para despedirse de él, intuía Young Saeng.
   
Eran tan maravillosamente tontos como su padre. No debían asustarse ni entristecerse por él. No tenía miedo a la muerte. Sabía que antes o después le llegaría la hora, y estaba preparado y con todos sus asuntos en orden. Oh bueno, todos no. Había una cosa que le preocupaba: Hyun Joong. Su amante y cariñoso marido. Era por él por quien debían preocuparse sus hijos. Tenían que cuidarlo y arroparlo para que no hiciera una locura.
   
Temía tanto la reacción de su extraño marido.
   
Hyun Joong, unas veces tan firme, otras tan inseguro. Siempre tan enamorado. El hombre que había elegido envejecer con él en vez de mantenerse joven eternamente. Sí, ese pensamiento era una estupidez, pero no podía dejar de recordar las primeras arrugas en el rostro de su amado.

Young Saeng tenía casi cincuenta años, cuando cayó en la cuenta. Su rostro comenzaba a mostrar el paso de los años, sus manos ya no eran tan firmes, su cabello lucía algunas canas, y su cuerpo… Ah, su cuerpo tenía demasiadas curvas en los lugares menos apropiados y algunas muy caídas. Nada fuera de lo normal para un hombre de esa edad. Pero Hyun Joong, su marido, se mantenía igual que cuando lo había conocido. Ninguna arruga en su piel, ninguna cana en su precioso cabello pelirrojo, nada de tripita o papada. Mantenía la misma fuerza y vitalidad que cuando era un joven de treinta años, pero hacía varios meses que había cumplido el medio siglo.
   
—¿Por qué no envejeces, Hyun Joong? —le preguntó.
   
—¿No envejezco? —respondió él confundido.
   
—No tienes arrugas ni canas… y sigues igual de fuerte que siempre.
   
—Eso es porque me miras con buenos ojos —afirmó sonriendo.
   
Pero al día siguiente, su varonil rostro lucía arrugas en la frente y el rabillo de los ojos, y su estómago, plano y firme veinticuatro horas antes, exhibía una pequeña barriguita. Lo único que no modificó fue el color de su cabello: «tengo problemas con el exceso de hierro» le había explicado él, compungido.
   
Apenas dos semanas después la transformación de Hyun Joong se había completado. Había envejecido veinte años en quince días. Young Saeng se preguntó en ese momento cuál sería el motivo del drástico cambio, pero como todo lo que acontecía alrededor de Hyun Joong, decidió pensarlo en otra ocasión.
   
Quizá ya había llegado esa ocasión.
   
Se permitió preguntarse, por primera vez en muchos años, a donde iría Hyun Joong cuando desaparecía durante una semana cada año. Al regresar, siempre aparecía en su joyero algún hermoso diamante. Hyun Joong aseguraba que acudía a su estrella para cuidar su mantenimiento, y que de paso, creaba esos preciosos diamantes para él.
   
Se preguntó porque cuando se le olvidaba apagar el despertador los viernes, los sábados por la mañana aparecía congelado. Hyun Joong odiaba madrugar en fin de semana, recordó sonriendo.
   
Se preguntó tantas cosas. ¿Por qué Hyun Joong no necesitaba abrigarse en invierno? ¿Por qué desde aquella primera noche de Reyes, la estrella que su marido decía poseer, brillaba con fuerza durante la cabalgata? Ni siquiera los científicos eran capaces de explicarlo. ¿Por qué cuando sus hijos eran pequeños aseguraban que papá les hacía flotar en el aire? ¿Por qué los globos que escapaban de las manos de los niños siempre regresaban a las de su marido? ¿Por qué su cabello rojo no mostraba ninguna cana a sus noventa y un años? Ah, sí, por el hierro.
   
Y, sobre todo, la pregunta más importante de todas: ¿por qué una estrella inmortal, la más brillante del universo, bajaría a la tierra para vivir en ella, como un simple humano, durante tantos años?
   
«Ah, para esa pregunta sí tengo respuesta. Y quizá también valga para el resto de las cuestiones», pensó Young Saeng sonriendo. «Porque en realidad es una estrella que se ha enamorado de un humano y quiere estar a su lado».
   
—Te amo, Hyun Joong, te amaré siempre —musitó al oído de su marido con su último hálito de vida.
   
El llanto estrangulado que se escuchó tras la puerta de la habitación congeló el corazón de los hermanos que permanecían insomnes en el comedor. Todos se levantaron de sus asientos y corrieron al cuarto de las personas a las que más querían en su vida.
   
Jibin fue el primero en entrar.
   
—Papá… ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? —preguntó asustado.
   
Su padre estaba arrodillado en el suelo, a un lado de la cama, toda la parte superior de su cuerpo tapaba el pecho de su esposo. Se abrazaba a él como si temiera que Young Saeng fuera a marcharse sin él, con la cabeza hundida en el cuello del anciano mientras los sollozos sacudían su cuerpo.
   
—¿Papá, papi está…? Oh, Dios.
   
Los tres cayeron de rodillas rodeando a sus padres. Besándolos y abrazándolos, intentando consolar al hombre inconsolable que lloraba por el amor perdido.
   
—Papá, tranquilízate, él está ahora en un lugar mejor —dijo Youngsoo sin dejar de abrazarlo.
   
—¡No! —gritó Hyun Joong—. Young Saeng está aquí —dijo tocando el pecho inmóvil de su esposo—. Su energía sigue brillando en el interior de su cuerpo. Aún está con nosotros.
   
—Papá, papi se ha ido —susurró Kyungsoo, mirando a sus hermanos, preocupado. Todos sabían que a veces su padre era un tanto… Imprevisible.
   
—Vamos, papá, levántate y serénate —ordenó con voz rota Jibin—. Tenemos que llamar a un médico…
   
—¡No está muerto! Está aquí, conmigo. Puedo ver su energía brillar bajo su piel.
   
—Papá…
   
—No estoy loco. Lo estoy viendo ahora mismo. Aquí —volvió a tocar el pecho de Young Saeng—. Toda su energía se está agrupando sobre su corazón. En el lugar en que está su alma. Puedo verlo.
   
—Papá, por favor, escúchanos —suplicó Youngsoo asustado ante la locura de su padre.
   
—¡No, maldita sea! ¡Escuchénme ustedes por una vez en su vidas! ¡La energía no se destruye, se transforma! —gritó como si esa ley científica fuera lo más importante del mundo en ese momento—. Sé de lo que hablo, soy una estrella. Puedo ver y manejar la energía, y la de su padre está aquí, frente a mis ojos, estoy viendo su alma. Si sólo pudiera tocarlo, lo transformaría para que siguiera viviendo… pero no puedo, algo me lo impide.
   
—Papá —lo abrazó Youngsoo— no puedes tocar el alma de las personas, eso sólo lo puede hacer Dios. Él cuidará de papi ahora.
   
—¿Dios? No, él no tiene nada que ver —desestimó Hyun Joong con un gesto de la mano—. Young Saeng es energía.
   
—Claro que sí papá —consintió su locura Jibin—. Nadie lo duda. Deja que su energía se… vaya. Deja que descanse.
   
—¡No! Youngsoo —llamó a su hijo—. ¿Por qué dices que el alma de tu papi es de Dios? —preguntó sin dejar de abrazar a su esposo.

—Bueno… Es lo que dicen. El alma de las personas buenas subirá al paraíso para estar junto a Él.
   
—¡No! ¡Young Saeng es mío! ¡No puede arrebatármelo! —aulló Hyun Joong abrazándose con fuerza a su esposo.
   
—Mira lo que has ocasionado —siseó Kyungsoo a su hermano.
   
—¡Yo te consolé! —gritó en ese momento Hyun Joong, dirigiendo la mirada al cielo.

Sus hijos lo miraron asustados.
   
—Papá, no…
   
—¡Déjalo hablar! —exclamó Kyungsoo, el única de los hermanos que aún creía en esa vieja historia.
   
—¡Te reconforté! ¡Brillé para ti y dejaste de llorar! ¡Reíste al verme! ¡Me sonreíste! ¡Guie a esos tres patanes ante tu presencia!
   
—Papá, por favor, tranquilízate. Nos estás asustando —susurró Jibin abrazándolo.
   
—Nunca te he pedido nada, hasta hoy. ¡Devuélvemelo! —continuó gritando Hyun Joong, ignorando las súplicas de sus hijos.
   
—Papá…
   
—Estabas llorando y te consolé —sollozó Hyun Joong incapaz de reprimir su dolor—. Ahora soy yo el que llora. ¿No vas a consolarme?
   
—Me gusta verte brillar —se escuchó entonces la voz de un niño. Tan dulce y serena era que reconfortó los corazones de los humanos, no así el de Hyun Joong, quien lo miraba con esperanzado anhelo—. Iluminas el cielo con tu fulgor, pero hoy tu estrella no resplandece. No estés triste. Tu tiempo aquí ha terminado, debes regresar a tu lugar en el universo.
   
Los tres hermanos miraron a su alrededor buscando el origen de la voz infantil, pero no hallaron ningún niño entre ellos.
   
—¡Papá! —gritó Youngsoo al volver la mirada hacia su padre.
   
Hyun Joong ya no era un anciano, sino un hombre joven. Tenía las manos posadas sobre el corazón de su esposo, y por entre sus dedos escapaba una luz blanca, tan hermosa, que dolía verla.
   
—Miren el alma de su padre —ordenó a sus hijos—. Observen lo puro que es. Lo increíblemente bello que se muestra.
   
Un calor inusitado comenzó a emanar del hombre a la vez que todo su cuerpo empezaba a temblar y brillar.
   
—Los quiero con todo mí ser —declaró Hyun Joong a sus hijos—. No deben echarnos de menos, ni llorar por nosotros. Los estaremos observando y cuidando desde el cielo —afirmó.
   
Una hermosa nube blanca escapó entonces de entre los dedos de Hyun Joong y recorrió lentamente la habitación, deteniéndose sobre el rostro de cada uno de los hermanos, posándose sobre ellos, acariciándolos con un roce etéreo. Luego regresó a las manos de Hyun Joong que brillaba con fuerza frente a la ventana de la habitación.
   
Hyun Joong sonrió cuando el alma de su amado se acurrucó entre sus dedos, miró a sus hijos con sus ojos de hombre por última vez en su vida y se desvaneció en un estallido de luz. 💫⭐💫

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