La curiosidad mató al gato.

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Entre la noche y el día. Entre la locura y la sensatez. Entre permanecer allí, sin hacer nada, o ir a su encuentro.

Anhelante, confuso, aturdido.
   
Sentado en un banco de la calle, frente al edificio en el que vivía Young Saeng, Hyun Joong observaba inquieto su ventana, incapaz de decidir qué hacer. Era noche cerrada, tan cerrada que en un par de horas amanecería. Las persianas de la habitación de su amigo permanecían subidas, las cortinas a medio cerrar le instaban a ascender hasta el alféizar y deleitarse con su figura dormida. Pero eso no estaría bien. Young Saeng le había confiado el número de su telefonillo, permitiéndole entrar en su hogar cada vez que él lo había solicitado. No podía colarse en su casa como un ladrón y observarlo oculto entre las sombras.
   
—¿Por qué no? —gruñó su frustración al cielo infinito.
   
Varias estrellas centellearon en respuesta.
   
—Sí, ¿Por qué no? —le trasladó el aire sus susurros.
   
—Porque es mi amigo —se contestó a sí mismo y a ellas a la vez.
   
Irritado consigo mismo caminó hasta el portal y observó los telefonillos. Si llamaba a esas horas, lo mataría del susto. Una sonrisa ladina comenzó a dibujarse en su cara. Un buen amigo siempre estaría dispuesto a recibir a otro. Fuera la hora que fuera. Pero, un buen amigo no asustaría a otro de forma gratuita, por tanto, Hyun Joong se comportaría como un buen amigo y ascendería hasta la ventana para permitir a Young Saeng comportarse como un buen amigo y recibirlo aunque estuviera dormido.
   
Seguro de sus buenas intenciones, aumentó la temperatura de la capa de helio que lo rodeaba y flotó hasta el tercer piso. Abrió con facilidad la hoja de aluminio y cristal que lo separaba de su compañero, penetró en el cuarto y cerró con rapidez la ventana para no delatarse. Caminó sigiloso hasta quedar situado frente a la cama y lo observó.
   
Young Saeng yacía lánguido sobre el colchón. Su silueta apenas se perfilaba bajo el edredón nórdico que le proporcionaba calor. Tumbado bocarriba, los rasgos de su cara estaban suavizados por el plácido sueño. Se arrodilló con cuidado al lado del lecho y retiró lentamente la odiosa prenda que lo ocultaba a su mirada. Cuando lo tuvo tal y como deseaba, inclinó la cabeza, curioso, y lo observó.
   
Bajo la pálida claridad de la luna, el cabello dorado de Young Saeng parecía tejido con las estelas que dejaban las colas de los cometas. Su naricilla respingona y sus mejillas esponjadas, parecían moldeadas en mercurio de tan suaves y lisas como eran. Sus labios golosos igualaban en belleza y color a la enana roja más resplandeciente del firmamento. Desvió la mirada lentamente, centrando su atención en el cuerpo apenas oculto por la camiseta casi transparente. Bajo el fino algodón, sus pezones se erguian tan altivos como el Monte Olimpo en Marte. Con cada respiración de Young Saeng, la depresión de su vientre ondulaba, asemejando en belleza a las olas de hidrógeno líquido de Saturno.
   
El suspiro que escapó de los labios de la estrella, le sorprendió incluso a él. ¿Se había quedado tan embelesado mirándolo que se había olvidado de respirar correctamente?
   
No se lo podía creer.

Hacía miles de siglos que observaba a los habitantes de aquel planeta y jamás se había sentido deslumbrado por la apariencia física de ninguno de ellos, hasta ahora. El universo era un lugar colmado de escenas tan maravillosas que harían llorar a los humanos. Young Saeng jamás sería tan hermoso como un quásar, pero a él le hacía suspirar. Su cuerpo jamás sería tan bello como la Nebulosa de Orión, pero él moriría por Young Saeng.
   
Posó su mano sobre su propio pecho y buscó su corazón. Los rítmicos latidos que en principio deberían mover de forma mecánica el preciado órgano se habían acelerado. Últimamente le pasaba a menudo. Cuando lo oía reír. Cuando lo miraba y Young Saeng le sonreía. Cuando lo tomaba de la mano. Cuando le había besado la mejilla. ¿Qué había cambiado en él? Había pensado que el cuerpo humano era una máquina precisa, pero el suyo cometía fallos inesperados, casi siempre en respuesta a los actos del hombre que dormía frente a él.
   
Incapaz de responder a sus propias preguntas, continuó observándolo. Se deleitó con cada monte y depresión de su figura. Aprendió cada camino perfilado bajo la camiseta. Respiró con cada una de sus inhalaciones. Y entonces, comprendió.
   
Algo había cambiado en su interior.
   
Seguía siendo un cúmulo de elementos químicos dotado de un poco de magia. Pero ahora había algo más. Una chispa de vida. Una pizca de sentimientos. Un mundo de emociones ignotas en el que ansiaba perderse. Young Saeng había rellenado con su pasión y ternura los espacios vacíos que había entre sus moléculas. Y él no sabía qué hacer con todas esas sensaciones nuevas. Nunca había deseado acariciar a nadie, pero ahora agonizaba por tocar al hombre que dormía ajeno a sus deseos.
   
Negó con la cabeza angustiado. Esto no podía estar pasándole a él.
   
Era una estrella.
   
Solitaria.
   
Independiente.
   
Insensible.

La Estrella más Brillante.. 💫⭐💫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora