CAPÍTULO 2

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Voy caminando por los pasillos del Instituto con los auriculares puestos escuchando música, el pasillo no estaba muy lleno, pero tampoco vacío, lo suficiente para que hubiese alboroto, cosa que odiaba, odiaba todas las voces gritando y mezclándose en una masa de palabras sin sentido, pero tampoco me gustaba el silencio total, ese silencio que te consume poco a poco, por ambas razones siempre estoy escuchando música, este año había cambios de compañeros, asignaturas, profesores y aulas, aunque a mi siempre me parece igual, los compañeros casi siempre son el mismo tipo de personas, humanos a los que no les importa hacer daño ya sea de manera psicológica o física a otros para su bien propio o por simple entretenimiento, pero a veces había gente amable, casi siempre intento hablarles, pero al final solo les hablo dos o tres veces.

Entro al aula y hay pocas personas ya que aún faltan 15 minutos para que la clase comenzará, la verdad, yo también me habría quedado afuera, pero tengo que elegir un sitio decente, aunque todos los años son el mismo, última fila en la esquina más alejada de la puerta, cuando entro por la puerta del aula inmediatamente mis ojos se posan sobre el asiento que escogía todos los años, pero, para mi sorpresa, hay alguien sentado, una chica. En lo primero que de fijaron mis ojos fue en un lunar que tiene debajo de su ojo izquierdo, aunque no me gusta admitirlo, le queda bien junto con sus ojos verdes esmeraldas con un toque de dorado, me recuerdan a un anillo o unos pendientes de oro con toques decorativos verdes. Doy un pequeño suspiro y decido sentarme en el asiento delante de ella, saco mi libreta de bocetos y comienzo a hacer un dibujo rápido de un pájaro, aun escuchando música.

Las clases pasan rápido, no prestó atención pero consigo entender algunas cosas, antes de darme cuenta llega la hora de descanso, salgo al patio donde varias personas están hablando, otras jugando al fútbol y otros simplemente paseando, me dirijo a una esquina y me siento en el suelo, estoy cansada, siento que en cualquier parpadeo me voy a quedar dormida, miro hacia un árbol que estaba a unos pocos metros de mí, hay un pájaro, un gorrión, para ser exacta, sin darme cuenta me quedo mirándolo, hundida en mis pensamientos, hasta que a la lejanía lo veo, es ese monstruo, el mismo que no me dejaba dormir por las noches, el mismo que siempre me perseguía con esos ojos blancos, esos mismos que ahora me miran.

Me levanto del suelo y rápidamente me dirijo a los baños, huyendo de él, entró en uno de los cubículos y cierto la puerta, para después sentarme en el suelo situando mis rodillas en mi pecho, abrazándome a mí misma, después de unos segundos escucho la puerta abrirse y justo depués unos pasos lentos pero continuos, se acercan, cada vez más y más, hasta que se detienen casé enfrente del cubículo donde me encuentro, puedo sentir mi respiración, es agitada, trato de hacer menos ruido tapandome la boca. Todo comienza a volverse negro a mi alrededor, siento como si gente estuviera pasando por encima mía o como si alguien me estuviera ahorcando, todo a mi alrededor se vuelve más oscuro y los ruidos más fuertes y molestos, todos los sonidos y un pitido retumban en mi cabeza, me tapó los oídos tratando de pararlo, pero no funciona, empiezo a sentir algo cayendo por mi rostro son lágrimas, trato de frenarlas, pero causo el efecto contrario, me siento impotente, no es la primera vez que veo a esos monstruos, pero aún así no se como controlarlos, no se como frenarlos, comienzo a llorar en silencio en aquel cubículo frío y pequeño, con todo negro a mi alrededor, con aquellos ruidos y aquel pitido, con mi agitada respiración, pero más importante, con aquellos monstruos.

Escucho como la puerta del baño se abre y todo se va, la oscuridad, los sonidos, el pitido y aquellos monstruos, mi respiración continua un poco agitada, pero más calmada, aunque las lágrimas siguen cayendo por mi rostro, escucho una voz, luego otra, son dos chicas, están hablando, no estoy segura de que, después de unos minutos se van. Consigo calmarme por completo, paso la manga de mi sudadera por mis mejillas y por debajo de mis ojos, después de unos minutos suena el timbre que alerta que tenemos que volver a esas celdas de cuatro paredes en las que estamos obligados a estar sentados en duras y frías sillas, salgo del cubículo y me dirijo a entrar en esa celda, esperando que la rutina pase un día tras otro.

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