II

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La noche se le fue eterna & como las noches anteriores no pudo dormir, los recuerdos de aquellas torturas en aquel infierno aparecían una tras otra, junto a pesadillas de su familia en peligro.

— Buenos días Don Franquito.
Le saludo Quintina al entrar a la cocina sonriente como siempre.
— Buenos días Quintina.
— ¿Quiere desayunar?
— No, gracias. Solo un café & si tiene un analgésico, por favor!! la cabeza me está por reventar.
— Eso es porque no a comido.
— Quizá más tarde coma algo. ¿Juan & Norma donde están?
— Don Juanito salió con los mellizos, & la Señito Normita esta en el pueblo, me imagino que en el centro de modas con la señito Jimenita.
— Ya... & a quien le lleva ese desayuno?
— Es para Don Martin.
— Perfecto, pues termine de servirle que yo se lo llevare.

Su fiel Quintina sonrío para luego pasarle la bandeja.

El abuelo era la mejor compañía que podía tener en estos momentos. Así que Franco camino hacia su habitación, Don Martín al verlo entrar sonrió, para luego invitarlo a sentarse junto a él dejando su desayuno a un lado & empezar una partida de ajedrez.

— Nuestra familia no quiere que sepamos nada, porque no quiere que suframos & nos preocupemos. & yo aquí no puedo hacer nada, estoy imposibilitado... En cambio tú si. Eres joven, fuerte. Tienes que intervenir, tienes que ver a tu familia Franco. Así no estes preparado. —Culminó diciéndole mientras ganaba la jugada.

Aquella conversación continuo hasta que el dolor de cabeza volvió atormentar a Franco por lo que este se disculpó para retirarse a la habitación e intentar tomar una siesta, pero aquello simplemente fue un acto fallido. La conversación con Terencio junto a la del abuelo Martín no dejaban de darle vuelta.

Decidido Franco se levanto para ir en busca de su familia, algo en su interior le gritaba que fuera por ellos de inmediato.

Las caballerizas estaban vacías por lo que salió en busca de algún peón, pero no había nadie, hasta que el sonido de una moto llamo su atención & al ver que era Terencio exhaló aire aliviado.

— Buenos días Señor Franco.
— Terencio cómo le va.
— Bien Señor. Madrugo hoy, no?
— Quiero dar una vuelta por los terrenos... —Mintió.
— Uy! Lo malo es que sus sobrinos ya salieron con Don Juan... Hoy es día de pastoreo, por eso no tenemos caballos en este momento.
— Si, ya vi. Pero no se preocupe que voy caminando.
— No, no! Don Franco espere... Si quiere use mi moto. — Ofreció amablemente.
— ¿Seguro?
— Si, agalé!

Agradecido Franco se subió sin pensarlo, la encendió & entonces tomo camino hacia su hacienda.

Los pálpitos de su corazón eran rápidos, la adrenalina le recorría por las venas & los nervios por todo el cuerpo.

¿Estarían Sara & sus hijos ahí?
¿Como reaccionarían al verlo?
A caso aquellas miradas de orgullo & de amor de parte de ellos ahora sería oscura & llena de rencor.

Sin darse cuenta ya estaba frente al portón principal, que para su suerte el mismo apenas se estaba cerrando.

Nervioso miró por las rendijas hasta que una voz masculina le interrogó.

— ¿Que se le ofrece amigo?
Los nervios de Franco no le permitieron hablar.
Pero entonces respiro profundo & preguntó.

— ¿La señora sara & sus hijos viven aquí, señor?

Aquella voz era irreconocible. Gonzalo se acercó & en cuanto comprobó de quien se trataba no pudo evitar emocionarse.

— Don Franco? .. ¡No es que yo no lo puedo creer.!
— ¿Qué pasó? ¿No me va abrir ? — le cuestionó su patrón con una semi sonrisa mientras bajaba de la moto. Su capataz era de las pocas personas a las que él confiaba. Gonzalo fue el remplazo de Olegario en cuanto esté quiso retirarse, & siempre con Sara estuvieron de acuerdo que mejor remplazo no hubieron podido conseguir.

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