La lluvia inundaba todo el entorno. Estaba frente a un edificio descomunal. A pasos acelerados, en vez de correr por miedo a resbalar debido a la humedad, entré por la gigantesca puerta de cristal. Una vez allí, busqué con la mirada el mostrador y, en cuestión de segundos, el recepcionista me entregó una llave y me hizo saber que mi número de habitación era el setenta y ocho. Mi tiempo de visita era de aproximadamente unas dos horas, así que no me tenía que agobiar por eso. Estaba a punto de alejarme del mostrador, cuando los labios del chico se volvieron a abrir.
—Se me olvidó comentar que tu hermana no estará presente durante la visita. Todavía hay algunos exámenes médicos que necesitan ser acabados antes de un periodo. No te preocupes, la llevaremos de vuelta a su habitación inmediatamente al terminar. No tiene permitido acompañarla, ya que las pruebas se rigen por unos parámetros médicos. Pedimos comprensión por parte del visitante.
Seguí las instrucciones y, más calmada que antes, comencé mi búsqueda. Pasé alrededor de un montón de doctores, pacientes, visitantes, di bastantes vueltas por los amplios pasillos como una niña perdida. Se suponía que los hospitales estaban construídos tradicionalmente con sencillez, no como un laberinto. Suspiré con alivio cuando llegué a mi destino: la habitación setenta y ocho.
Abrí la puerta corredera con una llave y eché un vistazo general a la habitación. Me senté en el taburete que había al lado de la cama en la cual se debería de encontrar mi hermana. Al parecer, ese había sido su dormitorio. De alguna manera u otra podía sentir su presencia.
Pasaron unos minutos y la puerta entrecerrada hizo un estrepitoso ruido. Seguidamente, entraron dos individuos a los que no pude reconocer. El primero fue un hematólogo alto y joven, detrás del cual se encontraba una enfermera de mediana edad, cuidada y guapa.
—¿Qué le sucede a mi hermana? —sonó demasiado amenazante para solo ser una pregunta.
Sin oportunidad para presentarse, la enfermera se dio cuenta de la situación y me siguió el ritmo.
—Tiene la presión arterial muy alta. Mediante pruebas hemos descubierto que ha estado abusando de su medicina, tomando mucho más de lo que debería tomar —clavó su mirada en mí, buscando una reacción—. Sabes que eso es algo muy peligroso, ¿no? Los efectos pueden ir desde la disminución de la presión arterial hasta el coma o la muerte.
—¿Está bien? —Intentaba ocultar el temblor de mi voz, pero no era capaz de desatar ese nudo en mi garganta.
—Necesitará reposar. Le haremos analíticas de sangre y orina antes de darle el alta. ¿Cuántos años tienes? —el doctor se sentó en una silla de cuero—. ¿Quieres avisar a tus padres?
—Ellos... Ellos no están aquí —aparté la mirada y miré alrededor en busca de inspiración.
El consultorio estaba enfermizamente ordenado. En el escritorio vi bolígrafos, dispuestos uno junto al otro, ordenados por tamaño y perfectamente rectos. Cada mueble se encontraba pulcro y en perfectas condiciones. La cama estaba perfectamente tendida, sin ninguna arruga por más pequeña que fuese. Al lado de esa misma cama había una mesita con un jarrón, pero no tenía agua. Estaba vacío. Mirando un poco más arriba, vi que la ventana estaba entreabierta, dejando pasar el aire. Aún así, todo se notaba muy vacío, como si algo muy importante faltara.
En ese momento, el doctor se levantó de la silla, apiló una montaña de papeles y se centró en mí. La enfermera se acercó a él y le susurró algo al oído. Él asintió con la cabeza dando luz verde. Tras respirar profundamente la enfermera se aclaró la garganta y dijo:
—Sé que quizá no quieres hablar con ellos, pero los necesitamos. No tienes que sentirte culpable por nada ¿entendido? —Su dulce voz lo hacía sonar incluso más convincente de lo que era.
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Cacería de Bestias ©
Romance¿Alguna vez te has enamorado? ¿Alguna vez has sentido cómo se detiene el tiempo cuando cruzas miradas con esa persona especial, o cómo se te acelera el corazón cuando vuestras manos se rozan? ¿Cómo, por un momento, olvidas todo a tu alrededor? Freya...