Capítulo 06 | El primer prodigio

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—Los prodigios son los únicos que tienen esa marca —afirmó—. Creo que te puedes hacer una idea de por qué lo sé.

De su bolsillo trasero sacó una pequeña navaja. Era casi exactamente igual a la mía, lo único que era diferente era su color. La mía era negra, en cambio la suya estaba repleta de rayas rojas y amarillas. Cada navaja representaba un color: La de las siamesas era verde, la de Alice rosa, y por último, la mía, que era negra. Había dos opciones: o era otro prodigio, o eso era una navaja normal. Aunque si había dudado de mí significaba que sabía demasiado.

—¿Me estás amenazando? —me agaché para recoger mi bolso y saqué mi daga sin pensarlo.

Morgan me agarró de la muñeca y me arrebató la navaja de un tirón.

—¡Cuidado! Está afilada —cerró mi navaja y la guardó en una de sus mangas mientras reía—. Hagamos un trato, ¿te parece? No le diré a nadie que eres un prodigio, a cambio solo necesito que me hagas un pequeño favor.

La expresión en el rostro de Morgan dio una vuelta de ciento ochenta grados. Era una persona completamente diferente a como aparentaba hace relativamente poco. Antes era calmado, como su ojo negro. Ahora estaba hundido en la locura, justo como el iris amarillento. Cuando lo encontré con Celeste parecía una persona normal, ahora parecía el Sombrerero Loco de Alicia en el País de las Maravillas.

—¿Sabes? —apunté mi dedo índice en su pecho—. Estás demente.

—Ya veremos quién es qué —entrelazó sus dedos y rigió su espalda—. Mata a los trotapieles. A cambio de mi silencio, ayúdame con eso.

¿Los trotapieles? Esa especie se había extinguido hace años. Eran el tipo más peligroso de engendros, fueron los que reanudaron la gran cacería. Al final todos fueron exterminados, así que no era posible que siguieran vivos. Simplemente no tenía sentido.

Morgan levantó sus cejas y una gran sonrisa se asomó a través de sus labios.

—Querida, los trotapieles siguen entre nosotros —sonrió al ver mi expresión de asombro—. Tienes muy mala suerte para dejar que el amor te ciegue, ¿no crees?

Pisé uno de los pies de Morgan y lo aparté de mi camino empujándolo contra la pared. Él se golpeó la cabeza y gimió de dolor. Salí lo más rápido posible del ancho cuarto de baño y recogí mi vestido para bajar las escaleras. Me apoyé en las barandillas de madera para revisar todas las pertenencias de mi bolso.

Morgan salió del baño y unos cuantos chicos le rodearon en pocos segundos, parecía que era popular. Después de hablar un poco con ellos, Morgan me dirigió la mirada y todos los demás chicos que estaban con él hicieron lo mismo.

—Creo que has olvidado algo —sacó mi navaja de su manga—. Algo muy importante.

Los demás muchachos le miraron con confusión. Y no les culpo, yo también lo haría si alguien sacase una navaja de la manga así como así.

—Lo que sea, te ayudaré —sacudí la cabeza y subí algunos escalones para acercarme a él—. Dámela —ordené.

Morgan tiró el arma con delicadeza y la atrapé entrecerrando mis párpados. Una vez en mis manos la guardé lo más rápido posible y me dispuse a bajar las escaleras para salir de la fiesta. Cuando salté el último escalón, Montgomery se acercó peligrosamente al borde de las barandillas y se despidió agitando su mano.

Tras pasar horas dentro de la mansión, salí por la puerta principal y volví a pasar por el camino de piedras en el que horas antes había atravesado con Noah. Me senté en el borde de la carretera y saqué mi móvil. No tenía mensajes nuevos, ni llamadas, ni notificaciones en general. Suspiré y acomodé bien mi vestido, volví a mirar a la pantalla y entré en uno de mis chats recientes.

Cacería de Bestias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora