Capítulo 01 | El inicio

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La sangre cae.

Se escuchan sollozos de madres destrozadas.

Veo desesperación en sus ojos.

Eso es lo único que recuerdo, y lo único que no quiero recordar.

—¡Padre!... —Mis manos teñidas de rojo temblaban incontrolablemente mientras mi corazón se estremecía—. Aguanta, por favor... No nos dejes como mamá.

A duras penas podía sostener la daga entre mis manos. Trataba de parar la hemorragia, pero la sangre seguía saliendo sin importar lo mucho que intentase. Frías lágrimas de dolor recorrían mis mejillas mientras buscaba algún trozo de tela sin éxito. Arranqué un trozo de mi camisa para detener el sangrado.

—Freya, agarra la daga y huye lejos —tosió más sangre y su piel empezó a perder color—. Lejos de este infierno. ¡Haz lo que te digo y vete! ¡Vive!

Me quedé presente hasta el último aliento de mi padre: una tos ensangrentada que tiñó de rojo su ahora, piel pálida. Luego, su boca se quedó quieta, esbozando una de sus características sonrisas. Yo no podía asimilarlo. Él fue quien me enseñó a no rendirme jamás y, sin embargo, esta vez fue mi padre quien se había dado por vencido.

Levanté la mirada y, junto a mi respiración jadeante, el tiempo pareció detenerse. El cielo estaba teñido de humo y eran tantos los cadáveres que se amontonaban como carne recién cortada. El olor a putrefacción me hacía querer vomitar, pero tenía que mantenerme firme. Tenía que ser fuerte por mi padre. Seguí presionando la herida hasta que dejé de sentir su pulso.

El prodigio número seis ha sido eliminado y renombrado.

En ese momento desperté.

—Dios... —Me costaba asimilar lo real que se había sentido—. ¿Cuándo dejaré de pensar en eso...?

Esas dichosas pesadillas me estaban atormentando todas las noches sin cesar. Hacía ya un tiempo que experimentaba esos horribles recuerdos, una y otra vez. Por eso no me gustaba dormir. Recordaba esos dolorosos momentos de la masacre en la que vi morir a mi familia junto al resto del pueblo. Desgraciadamente —o milagrosamente— la única que sobrevivió aparte de mí fue mi hermana menor, Lizzie.

—¡Lizzie! —dije cariñosamente mientras bajaba al sótano—. ¡Es hora de tu medicina!

Tenía que atender algunas de sus necesidades y cuidar de ella siempre que pudiese. A cambio de sobrevivir, Lizzie entregó media vida. Quedó paralítica de cintura para abajo a causa del ataque liderado por las bestias. Incluso después de todo eso, no me importaba cuidar de ella. Ese era mi deber como hermana mayor.

—Di ahhh —bromeé jugando con la jeringa. Mi intención era emular un avión, pero parecía de todo menos eso.

—No gracias —intentó contener su risa, respiró hondo y mantuvo el gesto serio—. Sé cuidarme sola, señorita Hunter.

—¿Ah, sí? —sonreí de oreja a oreja—. ¡Ya veremos cómo te las apañas para preparar la cena, limpiar la casa, planchar la ropa...!

Sus ojos grisáceos me miraron con incredulidad. Jugó un poco con un mechón de su largo cabello castaño oscuro, que tenía que tener agarrado en una trenza si no quería que se atascara con las ruedas de la silla, y colocó bien su vestido blanco. En ese momento me di cuenta de que mi hermana y yo nos parecíamos más de lo que pensábamos.

—¡Vale, vale! No hace falta que me lo restriegues —rechistó explotando a carcajadas.

Solté una pequeña pero sincera risa. Tuve que taparme la boca para disimular un poco. Me resultaba muy gracioso ver a mi hermana enfadada por casi cualquier motivo.

Cacería de Bestias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora