•El lago como testigo•

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Capítulo 5.

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Abrió sus ojos y pudo observar los rayos del sol que prácticamente chocaban en su rostro. Rin había caído rendida en aquella cama en donde algunos resortes sobresalían de un colchón que aparentemente estaba muy usado. Se giró y lo primero que buscó fue su bolso, pues allí llevaba el efectivo para sus planes futuros.

Justo antes de dormir lo último que Rin escuchó fueron gemidos de mujer, gritos y luego un par de balas. Obviamente sintió temor pero cuando notó a la patrulla policial estacionada al frente del pequeño motel pudo dormir más tranquila.

Lo primero que tenía en mente era darse un baño y cambiarse de ropa, luego desayunar y después buscar una lavandería en donde puedan quitarle las gotas  de sangre a su traje “Chanel” para después venderlo a un precio justo en cualquier tienda donde aceptaban artículos usados, haría lo mismo con sus valiosas joyas. Tenía su día totalmente organizado.

Al salir de la ducha se llevó con ella el Shampoo que sobró y dos pequeños jabones. No podía desperdiciar nada.
Se cambió de ropa y dejó su cabellera suelta. Nada de moños bajos ni mucho menos aceites finos para su larga cabellera castaña. Estaba cómoda y se sentía muy bien porque las náuseas ya la habían dejado de molestar.

—Gracias por la habitación —dijo saludando a una jovencita que había hecho cambio de turno con el anciano —. Puede ser que esta noche también venga. ¿Puedo hacer una reservación?

La señorita que tenía el pelo pintado todo de rojo se rió en su rostro aceptando las llaves que Rin le estaba alcanzando —Señora, este no es un hotel de cinco estrellas…la mayoría solo alquilan las habitaciones por horas, usted me entiende ¿verdad?.

—Tiene razón, me disculpo— dándole las gracias de nuevo Rin salió del motel.

El día estaba lindo, con la lluvia de la noche  anterior las flores estaban regadas y brillaban más que nunca.
En ese lugar no habían lavanderías y preguntando pudo llegar a una que quedaba seis cuadras más adelante. En su camino se encontró con una curiosa escena, pues la gente cuando de dinero se trata no tienen escrúpulos y son capaces de tirar todas las pertenencias ajenas a la calle.

Rin vio como una  computadora antigua estaba siendo tirada junto a un armario y un pequeño sofá de dos cuerpos. También se encontraban varias maletas de ropa y un cajón lleno de zapatos junto a un par de ollas y algunos platos amontonados en otra caja de cartón.

La pobre joven suplicaba por más tiempo, pero la señora casera se negaba rotundamente a su pedido.

—El límite son dos meses, ¡tú me debes de cuatro!.

La joven desesperada imploró una vez más por la solidaridad de la casera, sus lágrimas estaban a punto de salir y sentía la impotencia a flor de piel. El dinero que traía en sus bolsillos no le bastaban para pagar.

—¡Señora! dele otro mes más se lo suplico —intervino el vecino. Era un hombre de gran estatura con el rostro algo deformado y posiblemente con fea apariencia para la mayoría de las personas, pero Jinenji tenía un corazón de oro, su alma era pura y era el mejor vecino que Kagome pudo conocer.

—Son cuatro meses, lo siento pero la señorita Kagome tiene que irse — dando instrucciones a dos hombres que venían bajando la cama, la casera gritó enojada para que se apuren.

Jinenji sacó su billetera pero el dinero apenas le alcanzaba para un mes y la casera lo rechazó.
Los tipos que venían bajando la cama lo aventaron bruscamente a la acera y casi lastiman a Rin que estaba curioseando la escena.

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