Puedo fabricar muchas cosas en mi laboratorio, soy inteligente, muy inteligente pero crear feromonas de alfa, eso es algo que está fuera de mis capacidades.
Después de pensar y descartar la idea de que sería similar a fabricar un repelente de insectos, llegué a la triste conclusión de que necesitaba un sujeto de prueba.
Necesitaba a un individuo cuyas feromonas por sí solas pudieran ahuyentar a otros alfas para que al amplificar la potencia de la fórmula, de forma artificial, me procurara una sólida protección.
Mi relación con alfas era limitada, el único alfa que conocía bien era mi propio padre, pero ¿Cómo llegar hasta él y pedirle una fracción de sus feromonas sin darle una explicación? Porque bajo ningún punto de vista, diría a mis padres sobre los ataques que sufrí. Eso los preocuparía mucho y los instaría a salir de la prisión, poniendo en peligro sus vidas. Y aunque inventara la mejor excusa, no conseguiría engañar a dos Premio Nobel de Medicina.
Cansado e irritado me senté en el sofá del living y encendí el televisor. Me entretuve con un documental sobre lobos marinos, pero cuando éste concluyó y yo me disponía a seguir con mi tortura científica, algo en el programa que acaba de comenzar, llamó mi atención.
Era un programa de entrevistas, no pude identificar a la personalidad entrevistada y mucho menos al entrevistador pero lo que me paralizó en el lugar fue uno de los cojines en los que el entrevistador se encontraba reclinado. Era un cojín peludo y cuadrado, de grandes dimensiones, tal fue mi admiración a dicho objeto que me vi en la obligación de pausar la entrevista y hacer un acercamiento a la imagen.
Era un almohadón color ceniza, mullido y peludo, permanecí varios minutos con la cabeza frente a la pantalla tratando de identificar más cualidades del objeto, como su tamaño, textura o peso.
- ¿No te parece el cojín más hermoso que hayas visto, Señor Cachetes?
El Señor Cachetes no respondió por lo que la tomé como una respuesta afirmativa.
Cogí el teléfono y comencé a buscar una tienda en donde pudiera adquirir el precioso objeto. No fue difícil encontrarlo, pero no en el color que yo lo había visto; después de visualizar varios sitios llegué hasta el portal de una tienda de decoración, que se especializaba en objetos que forman parte de la escenografía en teatros o películas y en su catálogo finalmente hallé el cojín deseado.
Ingresé mis datos y cuando pidieron la cantidad de unidades que necesitaba coloqué el número cinco. Eran cojines grandes y cinco parecía un número razonable pero antes de cerrar la compra una sensación rara me hizo dudar. ¿Solo cinco? Miré al señor Cachetes, esperando acabar con mi incertidumbre y una oscura ansiedad me obligó a duplicar el número de unidades pedidas: diez. ¿Diez es mejor, verdad? ¡Diez de esos lindos cojines! Pagué el envío rápido y me senté en el sofá esperando mi tan ansiada compra.
Al cabo de unas cuantas horas de desesperación e impaciencia, escuché el sonido del monitor de la entrada de la casa que me alertaba que alguien se encontraba en la puerta.
Corrí hacia la salida y deslicé varios billetes por debajo del portal, acompañados con una nota en la que agradecía al repartidor, mostraba mi identificación y aclaraba una excusa para evitar nuestro contacto.
Reteniendo mi ansiedad, esperé hasta escuchar partir el vehículo y abrí la puerta. Al otro lado del umbral, me encontré con diez perfectos cojines envueltos, cuyas dimensiones y número apenas cabían en la entrada de la casa.
Requirió tres viajes para poder entrarlos, pero finalmente los tenía conmigo. Quité el envoltorio que los protegía y los acomodé uno al lado del otro sobre el sofá del living, me alejé para poder ver mi obra, pero su descomunal tamaño hacía imposible que cupieran todos juntos en el sillón.
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CORONA DE SANGRE (Parte 1: "Sin Omega")
RomanceMis padres cortaron el lazo con la hoja de una cuchilla, pero hay alguien detrás de mí. ¿Será el indicado?