32. Ven conmigo a Budapest.

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- ¿A qué hora llegaste? – preguntó mi amigo jugando con mi almohada.

- Tarde – dije con poca fuerza.

- ¿Te bañaste?

- Sí.

- Debiste secar tu cabello, aún sigue húmedo. – dijo tocando mi cabeza.

- ¡Cállate y déjame dormir!

- Iré a preparar el desayuno – mencionó saliendo de la cama.

- ¡No, quédate conmigo un rato más!

Alex acarició mi cabeza y nuevamente regresó a la cama, donde se acomodó a mi lado y dijo:

- De acuerdo, pero ya no llores más. ¡Mataré a ese idiota que te hace llorar!


***


Me dolía todo el cuerpo, me sentía pesado y agotado, pero Alex se encargó de que no me quedara tirado en la cama como un pañuelo usado.

Revoloteó a mí alrededor como una mariposa a una flor. Preparó comida para mí y me entretuvo con dudas y conversaciones científicas.

- Terminaré pronto. – señaló metiendo una cuchara llena de cereales en su boca.

- Lo sé.

- Tendré que irme – agregó y me miró.

- También sé eso.

Si tuviera que ser justo, diría que Alex era perfecto. No había defecto en su persona, cualquiera en mi lugar, se habría aferrado a él como garrapata, pero en mi vida existían algunas cosas que me impedían encadenarme a él.

- No quiero dejarte a merced de ese sujeto.

- Alex... no soy un niño.

- Actúas como si lo fueras. Corres detrás de él en cuanto te llama.

Escuchar eso fue duro.

- ¡No es cierto! – Me defendí. – Me ha llamado ochenta veces y no le respondí.

- ¡Bloquéalo! – exigió.

- No puedo.

Alex no tenía idea de las razones por las que estaba atado a Camil y tampoco podía explicarlas.

- ¿Por qué? – insistió ante mi silencio.

- Tenemos un trato. – Me limité a decir escondiendo mi rostro detrás de la caja de cereales.

- ¿Un trato?

- Si, un trato.

- ¿Qué obtienes tú, además de lágrimas? – Expresó con cierto recelo.

Permanecí en silencio.

- Ven conmigo. Budapest es un buen lugar para descansar. Te llevaré a conocer el Danubio.

Habría dicho que sí al instante, habría subido por las escaleras hacia mi habitación solo para buscar mi pasaporte y salir hacia el aeropuerto con Alex en una mano y el señor Cachetes en la otra, pero mi mal me detuvo.

Era un riesgo para mí y para cualquiera que se acercara.

- Me encantaría conocer tu hogar. – le dije sinceramente.

CORONA DE SANGRE (Parte 1: "Sin Omega")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora