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La casa estaba muy fría. 

Kim San, que estaba vuelto bolita en la cama, quiso cubrirse con el edredón así que extendió la mano hacía un lado. Sin embargo, no había nada que pudiera atrapar. Además, ya que había luchado varias veces contra sus hijos, perdió su fuerza y simplemente ​​cayó sobre la cama, jadeando y mirando para el techo sin hacerlo realmente. No había comido durante varios días y en realidad, hasta podía decirse que todo lo que tenía en el estómago era el semen de sus niños. Y cuando cerró los ojos y finalmente los abrió de nuevo, ya había llegado una mañana bastante tranquila. Pensó: "Ya pasó mucho tiempo" y se acostó como si fuera una piedra. Estaba encerrado en su habitación, esperando a que llegaran sus hijos...

Y tener una relación con ellos, más que nada a base de sexo, se estaba convirtiendo lentamente en una rutina de la que pareció no poder escapar.

"Estás completamente loco, Kim San."

Kim San levantó la mano, que le estaba temblando con fuerza, y se cubrió la cara con ella para comenzar a llorar. Dios, ¡De verdad no quería llorar! Era solo que ya no podía evitarlo. No lograba entender por qué su vida se estaba volviendo tan... Demente. El costo del pecado que seguramente cometió en algún momento, pareció ser demasiado grande si lo había llevado a caer en esta situación precisamente ahora

Quería huir.

Quería correr a un lugar lejano y descansar. 

Morir en un sitio donde no hubiera nadie más que él.

Kim San exhaló lentamente mientras miraba a su alrededor. Aparentemente, los niños no estaban en casa así que se levantó con la completa intención de salir corriendo. Sin embargo, tuvo que detenerse frente a la puerta debido a la correa que seguía bien unida a su cuello. Kim San exprimió toda la fuerza que no tenía y trató de tirar de ella para liberarse así que, casi de inmediato, una línea de quemadura comenzó a dibujarse en su mano debido a la fricción del cuero. Respiró profundo y siguió tirando de ella una y otra vez y otra vez. Ahora todo lo que quedaba en su cabeza era la idea de huir lo más lejos posible. Tal vez era una locura pero tenía que salir de aquí a como fuera lugar, tanto por el bien de los niños como por el propio. La palma de su mano, que jalaba contra la cuerda, estaba desgarrada y sangrando pero Kim San todavía pareció no querer rendirse.

Un minuto.

Dos minutos.

Cinco...

No importaba cuanto lo intentara, la correa que estaba firmemente atada al barandal de la cama no se soltó ni una vez. Se sintió incluso como si tuviera que cortarlo con algo afilado. Levantó la vista para tratar de encontrar unas tijeras o un cuchillo, pero la cabeza le dolía tanto que no podía ni pensar. Todavía no había comido y su cuerpo estaba débil y temblando. La sangre goteaba de sus palmas y sus piernas estaban tan sensibles que no logró caminar más de un par de pasos. Hace solo unos días, era un guardaespaldas excelente en el trabajo y ahora estaba básicamente siento reducido a nada. Kim San agarró su estómago dolorido y se tumbó en el suelo. Fue tanto así, que en realidad no pudo evitar cerrar los ojos y ponerse a dormir porque siempre hacía eso cuando se cansaba. Pero ahora, mientras se daba la vuelta, comenzó a sentir que alguien se estaba acostando a sus espaldas. Era un olor familiar y una temperatura corporal que ya conocía. Quería abrir los ojos y ver lo que pasaba, pero, ya que no tenía fuerzas para hacerlo, Kim San dijo el nombre de la persona que pensaba que estaba allí:

"Isaac..."

"Sí, papá. Estoy aquí."

Isaac respondió suavemente y besó los labios resecos de San Kim. Fue un gesto lleno de cariño. Con emociones que se arremolinaban y fluían dentro de los dos. Pero mientras más comenzaba a sentir ese inmenso amor que tenía por él, menos era capaz de entender por qué había sido encarcelado y tratado con tanta dureza. Los niños siempre habían dicho que lo amaban, pero no sé sintió así.

Una Habitacion En Silencio. Tomo 2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora