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— ¡Shiro, Kuro!

El hogar de los Fushiguro era bastante silencioso, a excepción de los dos perros siberianos que caminaban de un lado hacia otro, especialmente, detrás del alto muchacho de cabellos oscuros.

Yuuji se agachó hasta que su rostro quedó a la altura de las mascotas, recibiendo con una sonrisa de felicidad los intensos lengüetazos que ensuciaron de baba sus rosadas mejillas. Acarició a cada uno, murmurando cosas como "qué chicos más buenos", "los extrañé mucho" mientras los verdosos ojos de Megumi no dejaban de observarlo, como si estuviese bajo el efecto cautivador de la adorable escena.

Y se sintió como un estúpido por tenerle envidia a sus dos retoños.

Sacudió la cabeza, difuminando los pensamientos intrusivos y extraños que aparecieron, sobre todo después de ver los besitos que el pelirosa depositó en la frente de cada can. Optó por tomar la mochila de Itadori sacándola de los hombros para después subir las escaleras hasta llegar a su alcoba, dejando su bolso encima de la silla del escritorio y encendiendo de inmediato la televisión. Para su buena suerte, no tendría a una odiosa Tsumiki mirándolo con doble sentido como todas las veces que Yuuji venía a casa, se ahorraría uno de los tantos momentos incómodos otorgados por su odiosa hermana.

— ¿Quieres que instale el Nintendo? — alzó un poquitito la voz, ya que Itadori todavía estaba en el primer piso, mimando a Shiro y Kuro.

— Sí, mientras besuqueo a estos bonitos. — escuchó como respuesta, inevitablemente esbozando una sonrisa por la dulzura con la que sonaron sus palabras.

Al cabo de un rato, Yuuji finalmente subió a la habitación, seguido por los enormes perros que se acomodaron por el suelo de la habitación de Megumi.

La tarde transcurrió entre risas, burlas por parte del azabache, pucheros de molestia provenientes de Itadori y el sonido de la música del Mario Kart contrastando de fondo. Jugaron por bastantes horas, hasta que terminaron aburriéndose de pelear una y otra vez por quién era mejor en el Mortal Kombat.

Yuuji siempre perdía en todo cada vez que jugaba contra Megumi. ¡No podía entender por qué era tan bueno, si ni siquiera tenía consola! En cambio, él jugaba casi todos los días, intentando perfeccionar sus habilidades para que alguna vez pudiese superar con creces a su mejor amigo.

No es justo, es claramente talento innato versus esfuerzo, ¿cómo es posible que Dios no lo bendiga con un super poder capaz de superarlo?

— ¡No es justo, siempre ganas! — lanzó el control sobre el cobertor, dejándose caer a los pies de la cama. Mantuvo los brazos abiertos y el ceño fruncido, luciendo tan tierno a ojos de Megumi que no pudo evitar sentir cosquillas en el fondo de su estómago.

Hasta molesto luce precioso.

— Perdedor. — por supuesto que siempre se burlaba del desempeño de Yuuji, únicamente para ver ese abultado puchero en sus labios peligrosamente atractivos y escuchar sus quejidos similares a los que Kuro hacía cuando le faltaba comida en su platillo.

Y como siempre, ante las burlas de su mejor amigo, el de ojos color miel fingía molestarse; porque obviamente jamás se enojaría en serio con él, al menos, no en un futuro cercano. Se volteó en el catre, dándole la espalda a un relajado pelinegro, que estaba recostado sobre las almohadas, con la espalda en el respaldo de la cama y sus piernas abiertas a cada lado.

Megumi dejó a un lado el control, desviando la mirada por la anatomía del pelirosado, observando cada porción de su cuerpo. Miró fijamente el detalle de su nuca recientemente rapada, el arete plateado en su oreja izquierda, los músculos fornidos de su espalda remarcándose por la camisa blanca del uniforme, el pronunciado contorno de su cintura similar a una curvatura atenuada y elegante. Cada detalle de Yuuji, como siempre, dejándolo boquiabierto, deslumbrado, con una sensación mágica que crecía a pasos agigantados en el centro de su pecho.

❝Softly❞ 「ItaFushi」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora