(ESPAÑOL) Bajo la Luz de la Timidez

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En un pequeño pueblo rodeado de colinas y bosques, vivía un chico llamado Alex. Era conocido por todos como el alma de la fiesta, siempre rodeado de amigos, con una sonrisa radiante y una energía contagiosa que iluminaba cualquier lugar al que entrara. Alex era extrovertido por naturaleza, y su vida estaba llena de risas y aventuras. Sin embargo, a pesar de su personalidad vivaz, siempre había sentido curiosidad por lo desconocido, por las historias y misterios que podían esconderse detrás de las miradas silenciosas.

Un día, mientras paseaba por el parque del pueblo, escuchó un suave murmullo de hojas y percibió un delicado aroma a flores. Siguiendo el sonido, se encontró con una chica sentada bajo un árbol, con la cabeza baja y el cabello oscuro cayendo sobre su rostro. Era como una sombra entre la luz del día, y su presencia silenciosa capturó la atención de Alex de inmediato.

—¡Hola! —saludó Alex con su característica entusiasmo—. Soy Alex, ¿y tú?

La chica levantó la vista, sorprendida por la repentina interrupción. Sus ojos expresaban una mezcla de sorpresa y timidez, pero algo en ellos intrigó a Alex.

—Soy Maya —respondió la chica en voz baja.

Aunque la conversación comenzó con cierta torpeza, Alex no se rindió. Empezó a contar historias divertidas, a hacer bromas y a compartir anécdotas de su vida. Aunque Maya inicialmente evitaba el contacto visual y respondía con monosílabos, Alex notó que de vez en cuando una pequeña sonrisa asomaba en su rostro.

Los días pasaron, y Alex seguía buscando a Maya en el parque. Se volvió parte de su rutina diaria, y cada encuentro se convertía en una nueva oportunidad para romper el caparazón que envolvía a Maya. Poco a poco, Alex descubría más sobre ella: sus gustos, sus pasiones y sus sueños. Aunque ella seguía siendo reservada, la conexión entre ellos se fortalecía.

Maya, a su vez, comenzó a abrirse a la posibilidad de la amistad. Se dio cuenta de que Alex no juzgaba su silencio, sino que lo aceptaba como una parte de quien era. La presión que sentía para encajar en un mundo ruidoso se disipaba cuando estaba con él.

Un día, Alex invitó a Maya a un pequeño café en el centro del pueblo. La idea la hizo titubear al principio, pero aceptó. Mientras compartían café y conversación, la tensión que rodeaba a Maya comenzó a disolverse. Alex no solo la hacía reír, sino que también la escuchaba de una manera que nadie más lo hacía.

Con el tiempo, la amistad entre Alex y Maya se volvió inquebrantable. A pesar de las diferencias en sus personalidades, encontraron un equilibrio perfecto. Alex aprendió a apreciar los momentos de tranquilidad y reflexión que compartía con Maya, mientras que ella comenzó a disfrutar de la energía y la vitalidad que él aportaba a su vida.

Un día, mientras paseaban por el parque donde se conocieron, Alex detuvo a Maya frente a un estanque lleno de patos. El sol se estaba poniendo, tiñendo el cielo de tonos cálidos.

—Maya, desde el día que te conocí, supe que había algo especial en ti. Has iluminado mi vida de maneras que ni siquiera puedo explicar. —Alex se puso nervioso, pero decidido continuó—. Me gustaría ser más que amigos, Maya. Me gustaría que fueras mi novia.

Maya, sorprendida pero emocionada, asintió con una sonrisa. A partir de ese momento, su amistad se transformó en algo más profundo y significativo. Se enfrentaron a los desafíos juntos, celebraron los éxitos y encontraron consuelo en los momentos difíciles.

El amor floreció entre ellos, y la pequeña historia que comenzó con un chico extrovertido y una chica callada culminó con un beso bajo la luz de la luna. Era un beso que sellaba no solo su amor, sino también la idea de que las diferencias pueden ser la chispa que enciende la llama de una conexión verdadera y duradera.


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