(ESPAÑOL) La sombra

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La oscuridad era más densa en el nuevo hogar de Diego. El aire frío parecía susurrar secretos olvidados mientras la casa antigua se alzaba, ominosa, entre árboles retorcidos. A sus dieciséis años, Diego no sabía qué esperar de esta mudanza repentina. Su familia se había trasladado a este remoto lugar por razones que no le habían explicado completamente.

La casa, de aspecto decrépito, estaba envuelta en misterio. Las ventanas parecían ojos que observaban cada movimiento, y las sombras se retorcían en las esquinas, como si estuvieran vivas. La primera noche, Diego se acurrucó bajo las sábanas, con la sensación de estar siendo observado.

Los sueños de Diego se convirtieron rápidamente en su peor pesadilla. Cada noche, sin falta, era arrastrado a un mundo de oscuridad y desesperación. En su sueño, una sombra oscura y sin forma se movía hacia él, cada vez más cerca. No podía gritar, no podía moverse; solo podía observar mientras la oscuridad se deslizaba hacia su alma.

Cada mañana, Diego se despertaba empapado en sudor, con el eco del terror de la noche anterior aún resonando en su mente. Trató de racionalizarlo como simples pesadillas, pero la sensación de malestar persistía, como un eco de algo más siniestro.

Con el paso de las noches, la sombra parecía más definida, más tangible. Sus ojos, fríos como el abismo, lo miraban desde lo profundo de la oscuridad de sus sueños. Diego comenzó a temer el momento de dormir, sabiendo que enfrentaría nuevamente la presencia oscura que lo acosaba.

Durante el día, la casa estaba envuelta en un silencio inquietante. Los crujidos de las tablas del suelo resonaban como susurros de fantasmas atrapados en las paredes. Diego intentó hablar con sus padres sobre sus sueños, pero lo descartaron como el resultado de su imaginación exaltada por el cambio.

Una noche, cuando la luna estaba llena y la oscuridad parecía más densa que nunca, Diego se encontró de nuevo en el abrazo de la sombra. Esta vez, algo era diferente. La sombra parecía más poderosa, más sedienta de su presencia. Podía sentir su aliento gélido rozando su piel, susurros indescifrables llenaban su mente.

Despertó gritando, el corazón martilleándole el pecho. La habitación estaba envuelta en la penumbra de la noche, pero la sensación de la sombra aún lo perseguía, palpable y real. Decidido a desentrañar el misterio, Diego se aventuró a explorar la casa en busca de respuestas.

Los pasillos crujían bajo sus pies mientras se adentraba en la oscuridad. Cada sombra parecía cobrar vida, cada susurro le susurraba antiguos secretos. Finalmente, llegó a una puerta que parecía haber sido sellada por el tiempo. Con un chirrido, la puerta cedió ante su empuje, revelando un oscuro sótano.

Una débil luz parpadeaba desde el interior, arrojando sombras danzantes en las paredes descascaradas. Diego descendió con cautela, sintiendo el peso de la oscuridad envolviéndolo. En el centro del sótano, una figura yacía cubierta por un manto de sombras.

El corazón de Diego dio un vuelco al reconocer los rasgos de la figura. Era él mismo, pero distorsionado por la oscuridad, por el mal. La sombra se alzó lentamente, deslizándose hacia él con una malévola gracia. Diego retrocedió, sintiendo el frío del terror recorriendo su espalda.

― ¿Quién eres? ―susurró, con la voz temblorosa.

La sombra se contorsionó, adoptando formas que desafiaban la realidad misma. En la oscuridad, una voz susurró en la mente de Diego, una voz que resonaba con un eco ancestral.

"Soy tu miedo, tu oscuridad interior", dijo la sombra, su voz una melodía de tormento. "He estado contigo desde el principio, esperando el momento adecuado para reclamarte."

Diego retrocedió, incapaz de apartar la mirada de los ojos vacíos de la sombra. La verdad golpeó con la fuerza de un huracán: la sombra no era un ser externo, era una parte de él mismo, alimentada por sus propios temores y dudas.


Al día siguiente, sus padres lo encontraron en su habitación, pálido como la luna que aún se aferraba al cielo matutino. Su rostro estaba congelado en una expresión de terror, como si hubiera visto algo indescriptible en las sombras de la noche. No había signos de lucha ni de entrada forzada; simplemente, Diego había desaparecido, como si la misma oscuridad lo hubiera reclamado.

Los sueños de Diego, una vez confinados a la noche, ahora parecían habitar la casa durante el día. Los susurros de la sombra llenaban cada rincón, cada grieta de la casa antigua. Sus padres intentaron racionalizar su estado, culparon a la imaginación de su hijo, a la oscuridad de la casa, pero en el fondo, sabían que algo más siniestro estaba en juego.

Las noches se convirtieron en un eco de terror, un recordatorio constante de la presencia que acechaba en las sombras. La casa antigua, una vez un refugio, se convirtió en una prisión de pesadillas, donde los secretos susurraban entre las paredes y las sombras danzaban con una malévola gracia.

Y así, la sombra reclamó a otro alma perdida en la noche, mientras la casa antigua se alzaba, impasible, entre los árboles retorcidos, una guardiana de secretos oscuros y misterios sin resolver. Y en su abrazo frío, Diego encontró su final, perdido para siempre en las sombras de la noche.

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