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Episodio 4

—Creo que cometí un error.

—Sí, cometiste un error. ¿Por qué trajiste al niño?

En el carruaje que se dirigía al callejón Dekia.

Bell miró con una mirada aturdida a su maestra, mientras se agarraba con desesperación la cabeza.

Inmediatamente después de que ella usara la magia azul, el niño se curó por completo. Huesos rotos, heridas internas, viejas cicatrices y todo.

Caron, que observó esa escena con una mirada inexplicable y había murmurado algo.

«¿Qué fue lo que dijo? ¿Que ya no se oían los gritos?»

Lo último que vio de él, fue su rostro que parecía tener un toque de desilusión.

Por cierto, ¿denunciaría al palacio que la magia azul había resucitado?

«Que lo haga. No hay ninguna evidencia de lo que hice.»

Jeryl, que aún guardaba rencor por la discusión, resopló por dentro.

Ahora había un problema más importante, el niño.

Ella sostuvo el documento de renuncia a la custodia y acarició el cabello del niño.

El nombre del niño era Stefan. Tenía diez años y, como se esperaba, estaba siendo maltratado por sus padres.

—Hermana, ¿de verdad no tengo que volver a esa casa?

El niño de aspecto demacrado parpadeó. En el carruaje tambaleante, Jeryl le sonrió débilmente.

—Claro. Solo tienes que firmar este papel y se acabó.

—…¿Entonces puedo vivir contigo, hermana?

Ella ya estaba a punto de preguntarle al Marqués Rubian. Sabía que la iba a regañar mucho.

Habían vivido juntos durante más de diez años, pero aún tenía una relación incómoda con el Marqués.

—Te acogí porque eres un mago azul. Como jefe de la familia Rubian, tengo el deber de protegerte.

Escuchó que el primer mago fue un miembro de la casa Rubian.

No era una locura que los magos rojos y azules fueran raros y escasos. Los magos azules eran aún más raros que los rojos.

Porque usaban la energía vital en lugar de la maná. No era un concepto que se agotara para siempre, pero si usaban la energía vital sin dejarla recuperarse, ponían en peligro su vida.

En el pasado, hubo muchos casos de gente que se murió por abusar de la magia sin conocer sus límites.

Por eso, la casa Rubian tenía una regla especial que se transmitía de generación en generación.

No ignorar a los magos rojos y azules que necesitan ayuda.

«Qué familia tan tradicional. Una regla que nadie respeta ahora…»

De todos modos, fue una suerte para Jeryl. Gracias a eso, ella no tendría que no volver vivir en la pobreza.

—Señorita, hemos llegado al callejón Dekia.

Jeryl bajó del carruaje y levantó la cabeza. El callejón seguía siendo oscuro y sombrío.

Ella tomó la mano del niño y caminó un buen rato hasta llegar a una casa vieja. De repente arrugó la nariz. 

«¿Olor a quemado? ¿Alguien habrá prendido fuego?»

-Toc toc-

—¿Hay alguien? Abran la puerta.

CEUCACCEVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora