Capítulo 5

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Un recuerdo teñido de soslayo recorrió los lugares más recónditos de su memoria, extrayendo una entrañable lección. Viviana se encontraba sentada sobre la rama de un árbol, haciendo el vago intento por atrapar una libélula. Era el octavo cumpleaños de las mellizas y Ciara había expresado su desagrado por celebrarlo en el bosque donde los insectos saltaban entre la larga hierba y revoloteaban de vez en cuando a su alrededor. Vanya, por otro lado, intentaba a duras penas imitar a su hermana que se atajaba entre ramificaciones.

—Vivi, ¡enséñame a hacerlo como tú! —exclamó la menor, alzando sus manos.

—Vanya, ella está llena de tierra y mugre, mamá la va a reprimir. ¿Quieres ser la siguiente? —acusó Ciara, palmeando el polvo invisible de su vestido.

—No le hagas caso, Cici no sabe divertirse. Prefiere jugar con sus tazas y muñecas de porcelana, ¿qué sabrá ella de jugar de verdad? —rió Viviana, deslizándose en descenso hasta volver al suelo—. Solo está enojada porque volvió a fallar la práctica de hechizos con papá.

Vanya reprimió una risilla, una inocente, incapaz de comprender lo que sus palabras realmente significaban. Fallar una vez no era lo mismo que verte totalmente incapaz tras incesantes intentos. Practicaban cada vez que se asomaba el alba, probaban elevar rocas del suelo, cambiar el color de la ropa que vestían y realizar hechizos que desafiaran las leyes de la naturaleza. Viviana encantó flores para que bailaran al son del viento, convirtió hojas en pájaros, y Ciara... ella solo pudo observar.

Su melliza bufó.

—He tenido que invitar a mis amigos porque tú no tienes. Nadie puede aguantarte, con esa actitud de creerte mejor que todos. Es normal que no se te acerque ni una mosca. —dijo Ciara entre dientes, incapaz de reprimir el enojo que subía como espuma hasta su pecho.

—¡No necesito a nadie! No soy como tú.

—¿Como yo? —reclamó.

—Buscando atención por dondequiera que vayas. —contraatacó, cerrando los puños con fuerza.

—Ese chico que te gusta ha venido. Vino por mí, ya que no te has atrevido a invitarlo.

Viviana miró a su melliza atónita y abrió la boca, como si estuviera a punto de soltar un chillido. El bochorno y la irremediable vergüenza se enredaron en su garganta, llevándola a actuar por instinto; usó las palmas de sus manos para empujar a Ciara, logrando que su melliza cayera en la tierra húmeda, arruinando así su nuevo vestido.

Vanya se apresuró en ayudarla, pero Viviana todavía estaba cegada por el enojo.

—¡Vivi, para! ¡Las dos! —gritó su hermana menor, sujetándole las manos a la de hebras castañas para sacarla del pequeño pozo de tierra.

—Prefiero estar sola. —protestó, dándose la vuelta para irse.

Viviana caminó deprisa, estampando sus pies sobre el suelo con cada paso, sin prestar atención a su entorno. Dobló una esquina, haciendo caso omiso a las hojas húmedas adhiriéndose a sus piernas, esquivando las mesas preparadas para el festín de la tarde. El decorado y los preparativos quedaron en un segundo plano mientras sus piernas comenzaban a moverse más rápido.

Corrió lejos, tanto como pudo, escapándose de una realidad que se resistía a afrontar. La gélida brisa azotó su rostro, sus pulmones se expandían y punzaban con cada inhalación agitada. Apartó como pudo los largos mechones de cabello que se ondeaban con el viento, hasta que el temblor en sus piernas advirtió de su agotamiento.

¿Cuánto se había alejado? En un intento por comprobar tropezó torpemente con una raíz sobresaliente, dejando salir un "¡auch!"

Se llevó la zurda hacia la rodilla que sufrió el impacto y suspiró. No se levantó, en cambio, hundió los dedos en la tierra e inhaló profundo. Ese chico... ¿realmente había asistido? Ni siquiera sabía su nombre, solo lo había visto cuando su padre venía junto con otro hombre para hablar de temas demasiado complicados o, como Viviana quería catalogarlo: demasiado aburridos.

La promesa entre estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora