Capítulo 2

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Ignorando los murmullos a sus espaldas proviniendo del chico sin nombre en un vano intento por detenerla, Viviana sumergió sus pies en el río. Por suerte no era demasiado profundo, el agua le llegaba por encima de la cintura. Debía tener cuidado, no quería llegar a un punto en el que sus pies no pudieran alcanzar el fondo. No sabía nadar.

Al otro lado, la joven pelirroja se aseguraba de que el chico se mantuviera en las aguas, empujándolo hacia atrás cuando intentaba incorporarse. Su chillona voz resonaba de tal manera que incluso los animales del bosque correteaban para alejarse.

—¡Vamos, mortal! ¡Repite ese encantamiento! —exclamó ella.

Un hombre de cabellos rizados y piel tostada, uniéndose a la burla, se acercó a la pelirroja.

—Oye, Noreen, ¿por qué no le enseñas tú cómo se debe hechizar a otros? Muéstrale.

Ambos se miraron y su boca delineó una sonrisa ligeramente maliciosa. Luego, carraspeó y alzó las manos, como si estuviera a punto de pronunciar las últimas palabras en un gran festín.

—Yo, Noreen Varuna, hija del sol y el árbol madre, condeno que el poder natant abandone tu cuerpo.

Inmediatamente cuando dijo aquello, Viviana se detuvo y observó como el chico era llevado por una fuerza mayor a las profundidades del río. El poder natant era el que permitía a las personas nadar o flotar, al arrebatárselo con una palabra, el chico no volvería a la superficie por mucho que luchara. Se ahogaría. Sus extremidades se cansarían. Moriría.

Las carcajadas regresaron, y esta vez Viviana no deparó en las consecuencias. Disparó su flecha con precisión, alcanzando a Noreen y rozándole el hombro, causándole una herida superficial. La mujer cayó de bruces en la alta hierba por la sorpresa, soltando un grito ahogado, dándole el tiempo suficiente para cargar otra flecha.

—¡Devuélvelo a la superficie! ¡Hazlo y nadie más saldrá herido! —exclamó Viviana.

Ahora, todas las miradas se dirigieron hacia ella.

Viviana nunca había sido fácil de intimidar; jamás necesitó de su magia para silenciar a los abusones. Aquella situación le recordaba a Vanya, abrazándose a sí misma mientras chicos le tiraban del pelo.

Al final del día, dichos niños terminaron con tierra en sus bocas.

No era un recuerdo que le reconfortara ahora.

—¿Y tú quién eres para dar órdenes y atentar con nuestras vidas? Somos mucho más valiosos que tú. Incluso si intentas algo hoy, mañana serás castigada. —espetó el chico de cabellos rizados mientras que ayudaba a Noreen.

—Puedo olerlo desde aquí, ¡eres una asquerosa humana, igual que él! —chilló la pelirroja—. Te has atrevido a hacerme un corte...

—Habría preferido perforar tu brazo, es una lástima que te movieras al último segundo. —interrumpió Viviana con un fulgor iracundo en la mirada—. Devuélvelo a la superficie, o a la próxima no pienso fallar el tiro.

—No sé qué elogiar más de ti... —Una nueva voz interrumpió la conversación. Por primera vez, el hombre del que le habían advertido se dirigió a ella—. Tu valentía envuelta en estupidez o la espectacular forma en la que tensas el arco.

Era Kairav Iorwerth.

Solo había escuchado rumores, pero ninguno hacía justicia a la realidad. Decían que olvidarías respirar en su presencia, pero nadie te advertía sobre sus ojos ambarinos, como los de un lobo, que te atravesaban con tanta intensidad que, por un breve instante en el silencio que se formó, Viviana juraba que podía escuchar su propio corazón latir desbocado. Tenía la certeza de que se burlaría de ello, pero en su lugar, ambos compartieron miradas en silencio.

La promesa entre estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora