Prólogo

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Las emociones son efímeras. En el mismo instante en el que sientes un arrebato provocado por un flujo de sentimientos irreparables, es cuando debes valorar tus palabras y medir tus acciones. Practicar antes de competir, leer antes de escribir, tener una daga antes de blandir una espada. O al menos eso es lo que le han enseñado desde que cumplió diez.

Durante muchos años fue víctima de miradas acusatorias. Tomaba las manos de los niños a los que consideraba amigos y les susurraba una fecha. Muchos huían aterrorizados sin saber que lo que ella intentaba era salvarlos. Pero... ¿cómo podía aquella niña predecir cosas que aún no habían ocurrido? Peor aún, ¿cómo se atrevía a decir el día de sus supuestas muertes?

«¡Es una niña del mal!, alejadla de nuestros hijos y de nuestra casa.»

A los once, su única compañía eran sus dos hermanas. Tenía una melliza llamada Ciara y una hermana menor, Vanya.

Las calles eran bulliciosas, las personas pasaban de largo a su lado mientras todo lo que ella intentaba era pasar desapercibida. Caminaba aprisa, deseaba llegar a casa lo más pronto posible. El mundo humano no estaba hecho para alguien como ella que había sido criada en Evigheden.

La tierra de los hechizos y los dragones, un lugar donde los ríos nunca se secaban, la juventud era eterna y las montañas se movían con una palabra tuya. Pero así como era de mágico, también lo tenía de malvado.

—¿Por qué vas con tantas prisas? Ni siquiera sabes por dónde vamos. —dijo Vanya a su lado, arreándole una pequeña patada a una piedra en su camino.

—No es cierto. Mamá nos está esperando en casa, recuerdo esta calle, debemos estar cerca. —masculló entre dientes, apresurándose para ser la siguiente en golpear la piedra que rodaba frente a ellas.

—Siempre crees tener la razón. Ayer dijiste que iríamos a la tierra de los magos pero aquí seguimos. —La pequeña niña se cruzó de brazos.

Viviana pateó la piedra con más fuerza y esta se perdió en alguna esquina.

—Mamá dijo que nos llevaría hoy. Lo prometió.

Su madre tuvo una discusión con su padre, una tan grande que la obligó a llevarse a sus hijas arrastras al mundo humano al que habían ido contadas veces. Cada vez que preguntaban cuándo volverían ella seguía insistiendo que sería el día siguiente, pero de eso ya han sido dos largas semanas.

Estaba perdiendo sus clases de hechizos. Aunque quizás ellas no lo extrañaban tanto como ella. Después de todo, Viviana un día las hizo ladrar en lugar de hablar. Al siguiente, convirtió sus comidas en gusanos y al otro, transformó al gato de Vanya en una rana.

Su hermana suspiró.

—Mejor vámonos, se está haciendo tarde.

Viviana no dijo nada, estuvo dispuesta a seguir su camino de no haber levantado la mirada. El corto enojo se esfumó de sus facciones y, en su lugar, señaló una puerta de madera vieja y desgastada con sorpresa, correteando hacia ella para tocar el timbre que a penas alcanzaba.

—¡Ven Vanya! ¡Hemos llegado! Te dije que-

La puerta abriéndose abruptamente la interrumpió. Ciara, su hermana melliza, las observaba a las dos con los brazos cruzados y una expresión de desaprobación en el rostro.

—Dame una razón por la que deba dejaros pasar. —dijo tajante y sin moverse ni un pelo.

—Si no lo haces lanzaré un hechizo a todos esos libros que tanto te gustan para que se quemen mientras duermes. —contraatacó Viviana con una sonrisa maliciosa.

—¡No puedes hacer eso! —exclamó Vanya dando un paso en frente—. Déjanos pasar, hace frío. Dijimos que daríamos un paseo pero nos perdimos, no nos escapamos.

La promesa entre estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora