atravesando lo desconocido 🪡

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Montañas a las afueras de Bonn, Alemania.

-doctor Hoffman, ha llegado antes de tiempo- expresa Meyer, encargado de la portada.

-ya sabe usted, el tiempo es oro- asiento con la cabeza educadamente y camino hacia la puerta principal.

El aire campestre siempre ha sido una de mis debilidades. Soy esto, yo y mi maletín. Un título y un gran compromiso a seguir aparentando ciertas cosas, a cambio de una buena vida y prestigio, aunque mentalmente no siento que poseo riqueza. Frente a mis narices está el gran letrero del hospital psiquiátrico, "verruckter Müller".

(Insanos Müller) un nombre que causa escalofríos, pero si se trata de algo insano, estoy en el lugar correcto.

La puerta se abre con un rechinido bestial. Deduzco que en unos próximos años, este hospital va hundirse o desplomarse acorde a las condiciones en las que se encuentra. El aire es sombrío, un silencio que incomoda y me reprime. Remojo mis labios y arrugo la frente, debo tranquilizarme, es la primer vez que voy a laborar en un verdadero sanatorio psiquiátrico y no desde un hospital normal.

- Alan Hoffman en persona-camina hacia mi Roland Müller, director y creador de verruckter Müller.

-señor...- asiento con la cabeza y permito que tome la siguiente palabra.

-me han hablado bastante de usted, sígame-da la vuelta y lo sigo.

Mientras nos dirigimos a su despacho, ciertos recuerdos aterrizan en mi cerebro y mi rostro se desencaja. Sacudo mi cabeza y vuelvo a retomar mi compostura.

-bienvenido al corazón del sanatorio, siéntese- su manera de hablar es extremadamente delicada, tiene facciones misteriosas y unas ojeras que tocan las mejillas- iré al grano, doctor Hoffman- toma la pipa y se sienta en su silla giratoria- la paciente de la que usted se encargará hasta que su tiempo acabe aquí, le hago saber que ella es algo... cortante, callada.

-de quien hablamos, señor Müller.

Suspira y sonríe, como si supiera que mi trabajo será un caso difícil- su nombre es Liz Neumann, 24 años de edad. Amante a las hojas de los árboles, las recoge como su más tesoro preciado. Aunque todos los psiquiatras que la han tratado se deshacen de ellas, ya que opinan que es una gran estupidez que las conserve.

-¿Cómo algo que nos hace feliz y nos ayuda, puede llegar a ser el camino hacia la estupidez?- expreso con indignación.

-supongo que tiene razón, desde eso la señorita Neumann no sonríe. Por cada profesional que la trata es un desastre más en el expediente. Ella expresa sentirse como rata de laboratorio en cada tratamiento. Perdió el aura de mujer tierna desde que se metieron con su colección de hojas, eran su punto de...

-escape, supongo- le interrumpo.

-correcto- asiente con la cabeza y absorbe de nuevo la pipa.

-¿Qué hace ella aquí? ¿Qué le ha sucedido?

- Liz, ella era una mujer muy codiciada, caballeros le sobraban señor Hoffman. Pero eso parecía nunca llenarla. No se saciaba a base de halagos o detalles materiales. Tenía un pequeño árbol en su huerta, era como su marido, invertía tiempo en el más que en ella. Todo era normal hasta que se enamoró. Un empresario aparentemente honorable, averiguaba los gustos de Liz para saber por dónde endulzarla. Y como el corazón es ingenuo, ella cayó rendida a sus brazos. Pasaron meses, parecían felices y este le pidió matrimonio a ella. La señorita Neumann estaba loca por él. Pero aquí llega la peor parte.
Todos estaban ya reunidos en la iglesia, pero pasaban los minutos y el novio no llegaba. Ella guardó la calma, suponía que él podría tener nervios y por tal motivo era la tardanza. Lo lustre de la historia es que él nunca llegó al altar.
En medio del desasosiego y con el maquillaje hecho trizas por las lágrimas, esta decide ir a casa por si lo lograba encontrar allí, pero no, encontró algo peor. Fue rápidamente a su huerta, su corazón paralizó, el llanto aumentó y sus rodillas cayeron al suelo. Su pequeño árbol había sido arrancado y en el tallo quebrado había una nota, decía que ella había sido una apuesta, sus amigos le retaron a enamorarla, pedirle matrimonio y dejarla plantada. Le habían arrancado su primer amor, las esperanzas. El arbolito que tanto le otorgó tranquilidad vida.
Rápidamente Liz se dirige a la despensa del baño y saca sus pastillas, las tomó como pudo, frenéticamente. Entre gritos, sollozos y golpes, y así pues, pasaron 2 horas y sus familiares se hallaban preocupados, vivía con su hermana, así que esta fue de inmediato a casa para saber su estado y la encuentra boca arriba, con heridas en las muñecas y el vestido de novia manchado de algo de sangre. Fue remitida aquí desde ese entonces, logró salvarse y bueno. El resto te toca descubrirlo a ti.

AMOR O CORDURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora