El silencio reinaba la habitación ubicada en la parte más oculta de la fortaleza. Un preocupado pirata no dejaba de caminar de un lado a otro, pensando en las diferentes maneras en las que podría escapar de alguna situación de peligro.En contraste, Hani se encontraba sentada en una especie de trono improvisado, con los ojos cerrados y jugueteando con una navaja. Su expresión parecía relajada, casi indiferente, pero había una tensión sutil en su postura, como si estuviera lista para saltar en cualquier momento.
Un pequeño ruido lejano interrumpió la quietud. Hani no abrió los ojos, pero sus sentidos estaban alerta. Con un suave suspiro, habló con su voz calmada y sarcástica.
—Está aquí —murmuró, dirigiéndose al pirata.
El hombre palideció y, sin decir una palabra, corrió a encerrarse en su escondite, temblando de miedo. Hani sonrió levemente al sentir el aire vibrar con la presencia del recién llegado.
Cuando le ofrecieron el trabajo creyó que era una broma. ¿Qué era más loco? Un pirata asustado porque un cazarrecompensas que apenas estaba siendo conocido iba por su cabeza, o pagarle a una adolescente de dieciséis años por protección teniendo a toda una tripulación allá afuera.
No importa. De cualquier manera le pagarían.
Mientras el pirata se ocultaba, Zoro, el cazarrecompensas, avanzaba con pasos decididos hacia la sala principal de la fortaleza. No se detuvo ante las puertas cerradas ni ante los piratas que intentaron bloquear su camino. Sabía que su objetivo estaba cerca.
Al llegar a la sala, Zoro empujó las puertas y se encontró con Hani, quien aún se mantenía en su trono, observándolo ahora con ojos entrecerrados y una sonrisa no del todo amistosa.
—Vaya, vaya, si no es el famoso Roronoa Zoro —dijo Hani, su tono lleno de una mezcla de ironía y curiosidad—. Parece que los rumores no mentían. Tienes una presencia que es difícil de ignorar. Y eres guapo también.
Zoro frunció el ceño, desconcertado por la actitud relajada de Hani. No esperaba encontrar a alguien tan tranquila en un lugar como ese, aún así, no se molestó en responder a los comentarios de Hani. No estaba allí para charlar.
Sus ojos recorrieron rápidamente la sala, pero no encontró rastro del objetivo.
—No tengo tiempo para juegos. Dame lo que quiero y no tendrás que salir herida.
Hani soltó una risa suave.
—¿Herida? —Hani se levantó del trono con elegancia, deslizándose hacia adelante con la espada en mano—. No sé si eres valiente o simplemente tonto, pero si quieres al jefe, tendrás que pasar sobre mí primero.
Zoro desenvainó su espada sin dudarlo. El ambiente en la sala se tensó al máximo, como si incluso las paredes contuvieran la respiración.
Ambos se lanzaron al combate, con Hani moviéndose con una agilidad felina y Zoro respondiendo con la brutal fuerza de su estilo. El choque de espadas resonó en la habitación, cada golpe llenando el aire de tensión. Hani, con su mezcla de seriedad y sarcasmo, mantuvo a Zoro en constante alerta, lanzando comentarios que lo desconcertaban e irritaban.
—¿Es esto todo lo que tienes, espadachín? —dijo Hani, esquivando un ataque—. Pensé que el famoso Roronoa Zoro sería un desafío mayor. No decepciones.
—No te preocupes —respondió Zoro, su voz tensa pero segura—. Solo estamos empezando.
El combate continuó, ambos guerreros empujando sus límites. Hani finalmente logró encontrar un punto débil en la defensa de Zoro. En un movimiento rápido y calculado, lo desarmó y lo inmovilizó contra el suelo, su espada presionando peligrosamente contra el cuello del espadachín.
Zoro respiraba con dificultad, pero no mostró señales de rendirse. Hani, sin embargo, no dejó de sonreír, su tono juguetón volviendo a aparecer.
—¿Lindo gatito, o debería decir zorro? —mal chiste—. ¿Alguna última palabra antes de que acabe con esto?
Zoro la miró a los ojos.
—Hazlo si puedes.
Antes de que Hani pudiera responder, una explosión sacudió la fortaleza. El suelo tembló violentamente bajo sus pies, y las paredes comenzaron a desmoronarse. La explosión los obligó a separarse cuando parte del techo se desplomó entre ellos, cortando su pelea de manera abrupta.
Hani se levantó rápidamente, evaluando la situación. La fortaleza estaba colapsando y no había tiempo que perder.
—Parece que este lugar va a derrumbarse —comentó con una calma sorprendente—. Qué inconveniente. Aunque esto le añade un toque dramático, ¿no te parece?
Zoro no perdió tiempo en responder. Sabía que era hora de salir de allí antes de que todo colapsara sobre ellos.
—Hay que salir. No vale la pena morir aquí.
Ambos dejaron de lado su pelea y corrieron hacia la salida. Esquivaron los escombros y el caos de la fortaleza en ruinas.
Finalmente, llegaron a la orilla, justo a tiempo para ver el barco de del pirata alejándose rápidamente hacia el horizonte. Ambos se detuvieron, respirando con dificultad, mientras la realidad de su fracaso se hacía evidente.
—No me pagaron lo suficiente —rodó los ojos—. Bueno, parece que fallamos. No te preocupes, será un secreto —le guiñó el ojo.
Zoro, frustrado pero impresionado, no pudo evitar soltar un pequeño gruñido de aceptación.
—Sí... pero esto no ha terminado.
Hani lo miró de reojo, con una sonrisa en sus labios.
—Tienes agallas. Me gusta eso en un hombre. Pero no te hagas ilusiones, la próxima vez que nos encontremos, no me contendré.
—Espero que no lo hagas —respondió Zoro con un destello de desafío en sus ojos—. No me interesa pelear con alguien que no esté dando su mejor esfuerzo.
Hani dejó escapar una suave risa, antes de dar un paso atrás, preparándose para marcharse.
—Entonces, hasta la próxima, Zoro. Quizás la próxima vez, tenga que dejar de lado los chistes... o no.
Zoro la observó mientras se alejaba, una figura atractiva y letal, pero llena de una dualidad que lo intrigaba. Sabía que se volverían a encontrar, y la idea no le molestaba para nada.
Mientras Hani se desvanecía entre los árboles, Zoro giró sobre sus talones y comenzó a caminar. Había perdido la recompensa, pero había ganado algo más valioso: un adversario digno, y tal vez, un aliado inesperado.
Todos los personajes a excepción de Hani no fueron creados por mí.