La cena había sido un poco tensa, gracias a la imprudencia de Luffy.Una vez que la cena terminó, todos decidieron retirarse a sus habitaciones, cada uno sumido en sus propios pensamientos.
Sin embargo, la tranquilidad nocturna no duró mucho. Luffy, con su apetito, había salido de su habitación en busca de un bocadillo nocturno, su estómago gruñendo de hambre.
Zoro, por su parte, no tenía intención de dormir aún y decidió salir a buscar un trago o más. Hani, quien también se sentía inquieta, decidió vagar por los pasillos para matar el tiempo.
Mientras caminaba despreocupadamente, Hani divisó la silueta de Zoro más adelante en el pasillo. Una sonrisa traviesa apareció en su rostro, y decidió que era el momento perfecto para jugarle una broma.
Se deslizó silenciosamente detrás de él, pero antes de que pudiera siquiera hacer un ruido, Zoro se giró con la rapidez de un rayo. En un movimiento fluido, la empujó contra la pared, su espada colocada firmemente contra su cuello, mientras su otra mano cubría su boca para evitar que gritara. Los ojos de Hani se abrieron con sorpresa.
—No deberías sorprender a un espadachín, Hani. —susurró Zoro, su voz grave y de advertencia.
Estaba tan cerca que Hani podía sentir su aliento en su rostro, una proximidad que solo aumentaba la tensión.
A pesar de la situación, Hani no pudo evitar sonreír tras su mano, sus ojos brillando con malicia. Cuando Zoro finalmente bajó su mano, Hani no perdió el tiempo en hablar.
—¿En serio? ¿Tanta precaución solo porque me acerqué un poquito? —se burló ella—. Casi pensé que me estabas esperando.
Zoro soltó un leve suspiro, manteniendo su mirada fija en la de ella.
—Lo que me sorprende es que sigas probando tu suerte —dijo, pero en el fondo, su tono tenía un toque de diversión.
Hani inclinó la cabeza, sin borrar su sonrisa.
—Y lo que me sorprende a mí es que nunca te aburres de atraparme.
Zoro frunció el ceño, pero no apartó la espada. Sentía cómo su autocontrol comenzaba a resquebrajarse ante la provocación de Hani, pero se negó a ceder.
—Solo me aseguraba de que no fueras un enemigo —respondió secamente, aunque ambos sabían que no era la verdadera razón—. Y te recuerdo que este tipo de bromas pueden salirte caras.
Hani soltó una risa suave, aunque en su voz se notaba un leve desafío.
—¿Ah, sí? —preguntó, inclinándose un poco hacia él, a pesar de la espada—. ¿Y qué vas a hacer al respecto, Zoro? ¿Vas a castigarme?
Zoro sintió que el calor subía por su cuello, mientras luchaba por mantener la calma. Sabía que debía alejarse, pero la cercanía de Hani y la chispa en sus ojos lo mantenían paralizado.
—Debería. —respondió, tratando de sonar firme, aunque su voz traicionaba una pequeña vacilación.
Hani notó el cambio en su tono y aprovechó la oportunidad para seguir empujando sus límites.
—¿Deberías...? —murmuró.
El corazón de Zoro latía con fuerza en su pecho. Podía sentir la tentación creciendo en su interior, como si una parte de él quisiera ceder, dejarse llevar por el momento y acortar la distancia que los separaba.
Poco a poco, comenzó a bajar la espada, sus ojos atrapados en los de Hani. El tiempo pareció detenerse mientras sus rostros se acercaban lentamente.
Zoro sentía una extraña mezcla de ansiedad y deseo, una lucha interna que nunca había experimentado antes. Pero justo cuando sus labios estaban a punto de encontrarse, un grito entusiasta rompió el hechizo.
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