Capítulo 4

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Escuchar su voz fue realmente maravilloso, sonreí después de muchos días. Dejé la taza sobre la mesa y abrí la puerta. El sol deslumbró mi ojeroso rostro frente a ella, su mirada era triste. En cuanto me vio se abalanzó a abrazarme. Di un paso hacia atrás y cerré la puerta.
—¿Estás bien, Celia? —pregunté buscando su mirada.
—Estaba preocupada por ti —admitió casi sin poder mirarme—. Me he enterado de lo que ha ocurrido. —Cerré mis ojos dejando escapar unas lágrimas—. Vine a verte esa misma noche, pero no abrías.
—Lo siento, no tenía fuerzas para recibir a nadie. Te agradezco que te preocupes por mí, pero no es necesario.—Claro que lo es —dijo entonces—, tú me acogiste en tu casa y cuidaste de mí esa noche, no puedo hacer menos. —Sonreí y dejé un dulce beso en su frente.
—Gracias.
Su móvil empezó a sonar, al mirarlo frunció el ceño, se disculpó y lo cogió.
—Hola, mamá. Sí, estoy dando una vuelta, ahora voy. Vale, no tardo. —Colgó y suspiró—. Lo siento, tengo que irme. Pero me quedo más tranquila sabiendo que estás bien. —Sonreí—. Nos vemos pronto, ¿vale? —dijo antes de cerrar la puerta y marcharse a toda prisa.
Qué encanto de chica.
Cogí de nuevo el café y me senté a leer un libro. Necesitaba evadirme, aunque solo fueran unos instantes. Pero era casi imposible. Diez minutos después volvieron a llamar. No contesté, no quería abrir, pero la persona en cuestión pasó un sobre por debajo de la puerta y mi curiosidad actuó por mí. Me levanté y abrí la puerta de golpe. El sol volvió a deslumbrarme. Tras unos segundos, pude enfocar mi vista encontrándome con ella, recuerdos del pasado volvieron a mi memoria al verla.
—María —susurré, notando cómo las lágrimas volvían a mis ojos y corrían por mis mejillas. No dije nada más, ella se acercó y me abrazó con fuerza. Estaba igual de guapa que hacía veinte años.
—No sabes lo mucho que te he echado de menos, Marta. —Sonreí, su voz era más madura y grave de lo que recordaba—. He estado unos días fuera por trabajo. En cuanto he llegado me he enterado de todo, de que habías vuelto y... Bueno, de todo lo sucedido.
—Ya, las noticias corren como la pólvora. —Sonreí triste—. Pasa, por favor, y perdona el desorden y mis pintas, no estoy teniendo mis mejores días.
María cerró la puerta y cogió la carta. Se me había olvidado por completo que estaba ahí.
—Estás igual —dije mirándola.
—Tú has cambiado mucho, estás preciosa. —Sabía que no era verdad, al menos en ese momento. Mi estado era deplorable, pero ella siempre tenía palabras bonitas para mí. Nos llevábamos diez años de diferencia, pero al conocernos nos hicimos buenas amigas. Aunque yo la sentía como algo más que una amiga en aquellos tiempos, cosa que nunca reconocí en voz alta antes de irme.
—La fama es lo que tiene. Necesitaba un cambio de look, de perspectiva.
—Pues te sienta muy bien. —Se acercó y acarició mis rizos—. Siempre me gustaron —habló mientras los peinaba— así, más cortos, están perfectos. —Sonreí—. Toma, quería traerte esto. —Levantó la mano y tendió el sobre.
—¿Qué es?
—Es una carta que tu padre me dejó unos días antes de morir. Me la dio a espaldas de tu madre.
—¿Qué?
—Nadie sabe esto —dijo—, se lo prometí a tu padre. Nadie puede saber que he estado aquí para dártela. Si en algún momento nos encontramos tendremos que fingir que nos vemos por primera vez, ¿de acuerdo?
—Claro, pero...
—La carta que me escribiste antes de irte, ¿te acuerdas? —En ese momento lo recordé, la mayor chiquillada de mi vida—. Víctor la encontró y pensó que tú y yo estábamos juntas, que me iría contigo. —Cerré mis ojos sintiéndome muy culpable—. Casi pierdo a mi familia.
—María, yo...
—No, no pasa nada. En parte es culpa mía —habló mientras se dirigía a la puerta—, nunca pude negarle que había sentido algo por ti.
Sonrió y cerró, dejándome sola, de piedra. No podía creer lo que había escuchado. ¿María había sentido lo mismo que yo en aquellos tiempos? Todo me daba vueltas en ese momento. Su llegada, el reencuentro, las cartas... No sabía qué estaba pasando, pero debía poner mi vida en marcha de nuevo y solucionar todo aquello, y había que empezar por el principio; es decir, por mí.
En cuanto María cerró la puerta, comprendí que no podía seguir lamentándome por lo ocurrido. Ya no había solución ni vuelta atrás. Me di una buena y larga ducha, recogí toda mi casa y me senté en la encimera de la cocina con un segundo café. Tenía curiosidad por saber qué decía aquella carta y no quería demorarlo más.

Marcelia: 2 Generaciones de Amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora