Capitulo 9

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Despertarme al sentir sus dedos recorriendo con suavidad cada centímetro de mi piel. Pagaría por amanecer así el resto de mi vida. No pude evitar sonreír cuando se tumbó sobre mi espalda y me abrazó. Era la sensación más maravillosa de toda mi vida.
    —¿Sabes que me encanta verte sonreír? —susurró besando mi cuello.
    —¿Y tú sabías que el motivo de mi sonrisa eres tú? —pregunté buscando su mirada. Se acercó y me besó con dulzura—. Buenos días, pequeña.
    —Buenos días. —Bajó y se tumbó a mi lado—. ¿Qué te apetece hacer hoy?
    —No lo sé, de momento quedarme un ratito más en la cama —respondí remolona mientras me acomodaba a su lado—, mirándote, acariciándote... —Volvió a besarme—. Besándote... —Reímos—. ¿Qué te apetece hacer a ti?
    —Hace muy buen día —Miró por la ventana—, podemos salir a pasear un poco, quiero ir a mi casa y coger algunas cosas.
    —Vale, me parece estupendo. Llevo dos días sin salir y me apetece.
    Mirarla se había convertido en mi nuevo hobbie, no podía despegarme de sus ojos, de su dulzura y de la tranquilidad que me transmitía. Poco a poco el color de sus mejillas fue adquiriendo un tono más rojizo.
    —Me pones muy nerviosa cuando me miras así.
    —Lo sé. Tú me pones muy nerviosa cuando te acercas. —Miré todo su cuerpo—. Y cuando salgo del baño y una fina camiseta te cubre, también —admití.
    —¿Por eso te quedaste distraída frente al espejo anoche? —Asentí.
    —Pensaba en la suerte que tengo de tenerte, pero también en cómo retener estos instintos que llevo dentro. —Reímos—. No me lo pones nada fácil, asúmelo.
    —Tienes razón, pero tú tampoco a mí, con esas miradas, esos abrazos, tu sonrisa...
    —No lo hago de forma consciente, te lo prometo, pero es mirarte y sale solo. —Se abrazó a mí, quedando sobre mi pecho.
    —Marta.
    —¿Sí?
    —Voy a esperar el tiempo que haga falta. —Se incorporó para mirarme—. Pero quiero saber porqué quieres esperar, ¿cuál es el motivo?
    Acaricié sus mejillas con suavidad antes de contestarle.
    —Quiero estar segura de que lo que sentimos ambas no es un capricho, que no se acabará cuando compartamos una noche juntas, que hay algo más que una atracción física. Pero, sobre todo, quiero hablar con tus padres y contarles todo antes de que eso suceda. —Su mirada fue de sorpresa—. Quiero sincerarme con ellos y decirles lo que siento por ti, que estaría dispuesta a dar mi vida por la tuya si hiciera falta y que lo único que quiero en esta vida es hacerte feliz. 
    —¿De verdad? 
    —Por supuesto. ¿Crees que te mentiría con algo así? —Negó—. Te quiero, Celia. Te quiero de verdad y quiero compartir el resto de mis días contigo.
    —Yo también te quiero, Marta —respondió a punto de llorar.
    —Ven aquí. —Tiré de ella para abrazarla.
    Nuestros cuerpos estaban totalmente entrelazados, acariciaba con suavidad toda su espalda y dejé un rastro de besos en su cabeza y sus mejillas hasta que se tranquilizó. Era una prueba de fuego, Víctor y María no se esperaban nada de esto y tenía mucho miedo por la reacción de ambos, sobre todo por la de él. 
    Pasadas las diez nos levantamos de la cama, desayunamos, ordenamos un poco la habitación, nos pusimos ropa cómoda y salimos a caminar para aprovechar el buen tiempo. Fue una mañana realmente hermosa. El campo, la tranquilidad, el sol y su compañía, no necesitaba nada más.
    —¿Qué tienes que coger de casa?
    —Otra muda para mañana, solo tengo esta. Quería darme una ducha también.
    —¿Sabes que tengo baños en mi casa? —Reímos.
    —Lo sé. —Se acercó y me besó—. Pero aquí tengo todo, mis productos para el pelo, cremas... Es más sencillo.
    —Venga, te espero aquí. —Me senté en el salón de su casa.
    —¿No preferirías acompañarme? —insinuó mientras subía las escaleras. La miré, sonreí y me mordí el labio.
    —Ya te gustaría —apunté.
    —No sabes cuánto —dijo sacándose la camiseta y subiendo a toda prisa. No pude parar de sonreír.  
   Apenas tardó diez minutos, cuando bajó yo estaba mirando una foto del pasado, un selfie que nos hicimos semanas antes de marcharme. Estábamos los cuatro: María, Víctor, la pequeña Celia y yo. Me traía tantos recuerdos...
    —Mamá sacó la foto días después de irte —dijo Celia desde la escalera—. Eras una más de la familia y no queríamos olvidarnos de ti.
    —Es un gesto muy bonito de su parte.
    —Sigues teniendo la misma mirada —habló—. No hay un día que no haya mirado esa foto.
    —Un buen corte de pelo y unos kilos menos es lo único que nos diferencia a mí y mi yo del pasado. No sabes cómo odio el pelo largo, no lo aguanto. Por eso decidí hacerme este corte.
—Era muy bonito, pero a mí me encanta así. —Peinó mis rizos e hizo un pequeño masaje sobre el cuero cabelludo—. Hagas los cambios de hagas, siempre estarás guapa. —Me giré y cogí su cintura.
    —Zalamera. —Sonreímos antes de besarnos—. ¿Tienes todo?
    —Sí, ya podemos irnos.
    Una buena ducha fría al volver fue la mejor idea. La dejé entretenida con las cajas de la mudanza que aún no había vaciado. Un par de ellas llenas de material deportivo que había comprado a lo largo de los años. Siempre entrenaba en casa, me gustaba marcar mis propios ritmos, aunque de vez en cuando volvía al gimnasio, pero en muy pocas ocasiones. Buscaba ejercicios y rutinas, y a estas les sumaba los consejos y nuevos avances o técnicas que mi entrenador me proporcionaba. Era el combo perfecto.
    Cuando fui a buscarla a la habitación, había colocado todas y cada una de las pesas y gomas en un lugar, literalmente me había montado el gimnasio, incluso había cogido un banquito y unas sillas que tenía en el patio, para las cuales no tenía utilidad aún.
    —Vaya..., como decoradora tampoco te iría mal —bromeé, se levantó tras colocar las últimas cosas y se quedó a mi lado—. Impresionante.
    —No es nada. ¿Te gusta?
    —Sí, gracias. —Cogí su cara y la besé.
    —Tienes más material de lo que pensaba.
    —Lo he ido comprando a lo largo de los años. A ver si entre las dos le damos más utilidad a partir de ahora. 
    —¿Entre las dos?
    —Bueno, me dijiste que me ayudarías, ¿no?
    —Me encantaría.
    —Listo entonces. Programaremos unos días a la semana que no interfiera en nuestros trabajos ni estudios y entrenaremos juntas. —Me abrazó por la espalda al oírme.
    —Suena maravilloso. 
    Habíamos pedido de comer en uno de los restaurantes del pueblo, no me apetecía cocinar y tampoco quería que ella lo hiciera. El repartidor llegó justo a las tres. Nos quedamos directamente en el salón, habíamos planeado una tarde de cine. Me dejé asesorar por ella, yo apenas veía la televisión, solo algunas series en mi tiempo libre.
—Estas tres son nuevas, aún no he tenido tiempo de verlas. 
    —Estupendo, tenemos entretenimiento para toda la tarde. —Sonreí.
    Y tanto que fue así, cada película tenía una duración aproximada de hora y media. Lo cierto es que me quedé dormida a mitad de la segunda, estaba apoyada sobre ella y sus caricias me relajaron muchísimo. Su voz me hizo despertar, al abrir los ojos descubrí que la película estaba parada y que ella hablaba justo enfrente. Se había separado de mí.
    —La bella durmiente se está despertando —dijo mirándome mientras me incorporaba. Se sentó a mi lado y me dejó un beso en la mejilla, pero manteniendo las distancias, al ver la pantalla de su móvil lo comprendí.
    —¡Pero bueno! —Eran María y Víctor—. ¿Cómo me enfocas con la cara que tengo? —bromeé tapándome.
    —Exagerada —dijo dándome con el codo—. Está guapísima, ¿verdad?
    —No contesten  —advertí—, pregunta trampa. —Todos rieron—. ¿Qué tal? ¿Cómo va el trabajo?
    —Estupendo, hemos terminado, pero nos han invitado a una cena esta noche a la que debemos asistir, hay muchos clientes y no queremos hacerles el feo —respondió María.
    —Sí. ¿Y ustedes?, ¿cómo va su día? —preguntó Víctor.
    —Muy bien —respondió Celia—. Hace muy buen día y hemos salido a pasear, teníamos sesión de cine hasta que se ha dormido.
    —Lo siento. —Me avergoncé—. ¿Saben que me ha montado un gimnasio en casa?
    —Tiene un montón de material, yo solo lo he colocado en la habitación que tenía vacía, como me has enseñado, papá. —Sonrieron.
    —Ya le he dicho que será mi entrenadora personal, necesito retomar de nuevo y se ha ofrecido para ayudarme. Ya tengo una edad y necesito cuidarme. 
    —Cuidado, la energía de esta niña es inagotable —advirtió María con una sonrisa.
    —Empiezo a darme cuenta. —Reímos.
    —Ey... —Celia puso morritos, yo cogí sus mofletes y los apreté para hacerla rabiar más, puso la misma expresión que cuando era bebé.
    —Vaya par —habló Víctor mientras reíamos—. Bueno, deberíamos marcharnos, quiero aprovechar para pasear un poco antes de la cena.
—Sí, yo también. Chicas, mañana nos vemos. Estaremos en casa a la hora de comer, nos pasaremos por allí.
    —Estupendo, chicos, mañana nos vemos. ¡Adiós! —Celia colgó y soltó el móvil sobre el sillón—. ¿Estás enfadada? —Me miró y supe que era así—. Perdóname, no pensé que ese gesto te molestaría tanto. 
    —No me gusta que me trates como a una niña pequeña cuando ellos están delante —dijo entonces.
    —No te trato como una niña pequeña, solo bromeaba. 
    —Pues no me gusta. —Se levantó de golpe.
    —Celia. —Me levanté y la seguí—. Celia, por favor, lo siento, perdóname. —Cogí su muñeca y la giré—. Lo siento, no lo haré más. —Era incapaz de mirarme—. ¿Qué pasa? 
    —Sé que no te das cuenta, pero haces referencias constantemente de la diferencia de edad que nos separa: «ya no tengo edad de», «estoy muy mayor para...». No me gusta escucharte decir esas cosas.
    —Celia...
    —No —me cortó—. Me da igual la edad que tengas, si nos llevamos veinte o treinta años. ¡Me da igual, joder! Yo te quiero, Marta, eres muy importante para mí. Y necesito que empieces a valorarte como yo lo hago. —Sus palabras me hicieron reflexionar, lo cierto es que no me había dado cuenta de que lo hacía, y mucho menos de que podía llegar a molestarle—. Sé que necesitas tiempo, y lo estoy respetando, pero las dos debemos poner de nuestra parte si queremos que esto salga adelante. Estamos de acuerdo en eso, ¿verdad?
    —Sí —respondí. Suspiró, dejando salir todos sus nervios—. Perdóname, supongo que mi subconsciente me traiciona. Tienes razón. 
    —¿Por qué tienes tanto miedo? —Cogió mis manos y las apretó con fuerza.
    —Porque no quiero hacerte daño.
    —¿Y quién te ha dicho que me haces daño? No me haces daño, Marta. —Me abrazó—. Me haces feliz. Te lo repetiré las veces que haga falta hasta que entre en esa cabecita. —Sonreí al escucharla—. Anda, vamos a terminar de ver la película, que estaba muy interesante. —La paré antes de que pudiera avanzar.
    —¿Me perdonas por lo de antes? Solo era una pequeña broma.
    —No tengo nada que perdonarte, amor. —Se acercó y me besó. Tenía que trabajar en esas inseguridades o terminaría perdiéndola, y esto era algo por lo que no estaba dispuesta a pasar. 
    Tal y como avisaron, sus padres estaban a la hora de comer al día siguiente. Supusimos que venían cansados y les preparamos una buena comida.
    —Estaba todo riquísimo —dijo Víctor—. Te gusta mucho la cocina, por lo que veo.
    —Bueno, me defiendo. Todo el mérito es de Celia, que me ha dado algún truquito para la receta. Tienen una hija maravillosa. Se lo dije a ella la otra noche, pero necesitaba decíroslo también a ustedes. Estoy muy orgullosa de la persona en la que se ha convertido. —Cogí la mano de Celia y la apreté con fuerza—. Y es que tiene a quién parecerse. —Miré a ambos.
—Gracias, Marta —respondió María con una sonrisa—. Nosotros también estamos muy orgullosos de ella. 
    La tarde pasó sin más, se quedaron unas horas y estuvimos charlando hasta que empezó a anochecer.
    —Bueno, deberíamos marcharnos, mañana toca trabajar, y seguro que quieres descansar —dijo María—. Gracias por este favor, y por cuidar tanto de ella. —Miré a Celia y sonreí.
    Quise tener la charla con sus padres en ese momento, pero entre unas cosas y otras me cambiaban de tema y con los nervios no fui capaz.
    —Es un placer.
    —Nos vemos mañana —dijo Celia antes de salir—, ¿a las 9?
    —A las 9 —confirmé, se acercó y me abrazó—. Te quiero —susurró.
No pude contestarle porque sus padres me miraban, pero la mirada antes de cerrar la puerta bastó como respuesta. 
    Dormir separada de ella esa noche sería un auténtico calvario. Me gustaba sentirla a mi lado, escuchar su respiración, sus caricias sobre mi piel. Era incapaz de separarme de ella, cada vez la necesitaba más y no había marcha atrás. Necesitaba encontrar el momento adecuado para hablar con sus padres. O al menos esa era mi intención.

Marcelia: 2 Generaciones de Amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora