Capítulo 18

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—¿Es que no me esperaba?
    No me sentía nada bien físicamente, pero ver su cara al descubrir que estaba justo detrás de ella me hizo sonreír. Había caído en la trampa más absoluta y, ¿para qué engañarme?, estaba feliz por ello.
    —¿Acaso pensaba que se lo iba a poner tan fácil? Tiene una imagen de mí muy equivocada. 
    —Te subestimé. —Reí—. No eres tan inútil y torpe como pensaba.
    —Tengo a quién salir, ¿no le parece?
    Miró hacia la puerta para intentar escapar y, aunque llevaba conmigo uno de los monitores, me interpuse en su camino.
    —¿Dónde se cree que va?
    —Apártate de mi camino.
    —No.
—Hazlo o...
    —¿O qué? —la desafié—. ¿Me va a pegar? ¿Intentará matarme? Adelante. Inténtelo, vamos. No sería la primera vez.
    Se quedó estupefacta. En la vida me había enfrentado a ella. Tenía tanta confianza en mí misma y en todo lo que pasaba por mi cabeza en aquel momento que ninguna amenaza podría achantarme.
    —Va a pagar por todo lo que ha hecho. A mi padre y a mí.
    —Nunca podrán demostrar lo de tu padre, ha pasado demasiado tiempo. —Sonreí al escucharla. Giré la máquina y le enseñé la pequeña grabadora que tenía en mi mano. Se había delatado ella misma en los últimos minutos.
    —No se preocupe, con lo que acaba de decir y con las pruebas que van a hacerle..., bueno, a estas horas ya estarán hechas... Lo demostraré.
    —¿Qué?
    —He pedido una autopsia de su cuerpo para encontrar el mismo rastro y poder encerrarte el resto de tu vida por asesinato e intento de homicidio.
    —Eso es imposible, no tienes poder ni decisión...
    —No me ha hecho falta —la corté—. Con su historial el juez me ha dado el permiso pertinente. Además, muy rápido. —Sonreí.
    —Maldita, te juro que pagarás por todo.
    —Eres tú la que va a pagar por todo. Yo no he hecho nada malo. Que tú no lo aceptes y ni siquiera lo respetes, es cosa suya. 
    Podía notar cómo se enfurecía a cada segundo y cada palabra que pronunciaba.
—Espero que se haya divertido.
    —¡Serás...! —Se me echó encima en cuestión de segundos.
    —¡Guardias! —grité cuando me tiró al suelo y me agarró el cuello con fuerza. Había un par de policías escondidos en el baño y escuchando todo, así tenía las pruebas suficientes y los testigos para el juicio. 
    Salieron en cuanto me escucharon. La cogieron y se la llevaron.
    —¡Juro por mi vida que me lo pagarás! —Fue lo último que escuché. Yo seguía tumbada, dolorida. Me había arriesgado demasiado, pero tenía que hacerlo. Al fin había ganado aquella batalla. Solo me arrepentía de no haber venido antes, quizás mi padre estaría vivo. Esa mujer pagaría por todo. 
    Los monitores sonaban con gran rapidez. Mi pulso estaba acelerado.
Los cables y el oxígeno se habían desconectado durante el enfrentamiento. Todo era un caos. El médico y una enfermera entraron a los pocos segundos.
    —Marta, tranquila. Todo está bien. Ya no hay peligro. Has sido muy valiente.
    Entre los dos me cogieron y me tumbaron de nuevo en la cama, poco a poco conectaron las máquinas y en poco más de diez minutos todo se había normalizado.
    —¿Mejor?
    —Sí, gracias por todo. 
    —Gracias a ti, has arriesgado tu vida.
    —Pero ha merecido la pena. Al fin pagará por todo. Por cierto, ha inyectado algo en el suero, creo que con el forcejeo está en el suelo. —Miró a los lados y estaba debajo de la cama—. Está todo grabado, es la misma inyección que utilizó con mi padre. Se ha delatado ella sola. —Tenía la grabadora en la mano, era lo único que no había soltado. 
    —Guárdela. El jefe de Policía quiere entrar para hablar con usted, es mejor que se la des directamente. —Asentí—. Enfermera, recoja todo esto. Voy a avisar a su familia.
    —Ahora mismo, doctor. —Empezó a recoger varios objetos que había en el suelo y guardó la muñeca que habían hecho pasar por mí—. La admiro mucho —susurró entonces—, soy una fiel seguidora de su trabajo. —Sonreí—. Me ha demostrado que detrás de la mujer escritora que es, se esconde una mujer con un gran corazón, fuerte y valiente. Ahora la admiro mucho más.
    —Gracias...
    —Lucía, me llamo Lucía.
—Gracias, Lucía, de corazón.
    —Bueno, la dejo sola. Descanse, pronto estará en casa, ya lo verá. —Sonreí y se marchó. 
   
    El plan que Marta y el jefe de Policía habían puesto en marcha iba como la seda. Todo el hospital estaba lleno de policías vestidos de paisano, excepto un par de ellos. Tal y como ella dijo, su madre volvió.
    —Hay un montón de policías, y su cara está en todos lados —habló Víctor.
    —Sí, pero cambiará su aspecto. Si quiere seguir libre es su única elección. 
    —¿Conoce a alguien que pueda prestarle ayuda? —le preguntó el jefe.
    —Sí, solo hay una persona que puede hacerlo. —Todos la miraron intrigados—. Su único hermano, mi tío Toni. Lo utilizará o le chantajeará para llegar hasta aquí. Él jamás se prestaría a algo así si no fuera por causa mayor. Debe llamarlo para que colabore, lo hará sin problemas.
    —Lo haré ahora mismo —dijo el policía—. Y usted, ¿qué hará? No puedo dejarla desprotegida.
    —Tenga a policías cerca, del resto me encargo yo.
    No podían no hacerlo. Marta era la única que conocía las verdaderas intenciones de su madre, sabía bien cómo cogerla. Pidió aquella muñeca y la habitación a oscuras, así como proteger a la que ahora era su familia. Los tres salieron, acompañados del médico. Ya sabían que aquella mujer estaba allí, todos tenían un pinganillo que así se lo había confirmado, todo estaba muy bien preparado. Los tres esperaron justo en la puerta, hasta que ambos policías aparecieron con la mujer. Estaba fuera de sí, tuvieron que reducirla para poder meterla en el coche. No podían subir hasta que el doctor les avisara. Por suerte no tardaron mucho.
    —¿Cómo está Marta? —preguntó Celia sin dejarle hablar.
    —Tranquila, está bien. Ha tenido un pequeño forcejeo con su madre, pero no ha sufrido. Ya pueden subir con ella.
    El jefe de Policía también los acompañó. Él quería hablar en primera instancia con ella y dejar todo resuelto de una vez. Habían pasado demasiado dolor y sufrimiento. 
    La puerta se abrió minutos después de que la enfermera se marchase. Apareció el jefe de Policía.
    —Señorita Granados —saludó—, ¿cómo se encuentra?
    —Feliz de que todo haya pasado. —Me bajé la mascarilla para poder hablar.
    —Debo felicitarla, todo ha salido según lo planeado. Aunque, para mi gusto, se ha arriesgado demasiado.
    —Lo suficiente para poder encerrarla.
    —¿Tiene la grabadora? —Levanté el brazo y se la tendí.
    —Todo está ahí. Sus guardias también lo han escuchado todo, podrán corroborarlo.
—Siento mucho que haya tenido que pasar por todo esto. A partir de ahora nos encargaremos nosotros de ella. Únicamente me pondré en contacto con usted cuando la fecha del juicio sea oficial. En el caso de que en esa fecha esté en el hospital haré lo posible para que sea por videoconferencia, si no, debe asistir presencialmente.
    —No hay ningún problema. 
    —Bien, nosotros nos marchamos. La felicito en nombre de todo mi equipo por la gran labor que ha hecho. Ha sido admirable.
    —Gracias a ustedes, por darme la opción y la ayuda que necesitaba. Les estaré muy agradecida. —Ambos estrechamos nuestras manos antes de que se marchase. Pero la puerta no se cerró. Celia entró corriendo a abrazarme—. Mi amor...—Se acabó —susurró con una sonrisa.
    —Estás equivocada. Esto no ha hecho más que empezar. —Sonreí—. Este es el principio de nuestra nueva vida. —Se acercó y me besó—. Te amo, pequeña.
    —Y yo a ti, Marta. 
    Sus padres entraron minutos después. Al fin aquellas miradas de tristeza habían desaparecido, cosa que agradecía.
    —¿Cómo estás, Marta? —María se acercó y cogió mi mano, sonreí y tiré de ella para abrazarla—. Gracias...
    —Gracias a ti, María. —Solo ella y yo entendimos aquel abrazo. Desde que empecé la relación con Celia no se había atrevido a acercarse, pero tanto ella como yo lo necesitábamos—. ¿Cómo ha ido todo? 
  —Tal y como planeamos —dijo Víctor—. Han tenido que reducirla abajo, estaba bastante nerviosa.
    —Estaba fuera de sus cabales. Entró en la habitación muy decidida, ni siquiera se dio cuenta de que no era yo. Se delató en pocos minutos, y al descubrir que estaba tras ella perdió el color. La he provocado lo suficiente para destaparlo todo y se la ha llevado la Policía. 
    —Nos dijo el doctor que habían tenido un forcejeo.
    —Al provocarla se me tiró encima, pretendía matarme con sus propias manos, pero no le dio tiempo. Los guardias salieron y se la llevaron. Pero prefiero no hablar más de esto. 
    Llamaron a la puerta de nuevo, el doctor venía con unos informes.
    —Disculpen. Tengo algo importante que contarles. Tal y como pensamos, hemos encontrado un pequeño rastro del mismo medicamento en el cuerpo de su padre. Tenía razón. Enviaré estos informes directamente a la Policía. En las próximas horas enterrarán de nuevo los restos de su padre.
    —Gracias por todo, doctor.
    —No es nada. —Se marchó de inmediato. Cerré los ojos y las lágrimas corrieron por mis mejillas.
    —Mi amor, ¿qué te ocurre? —Celia las limpió con suavidad.
    —Lo dejé solo. Por mi culpa ya no está aquí.
    —Marta, no puedes culparte por esto —apuntó María—. Ella es la única responsable, y pagará por ello.
    —Jamás imaginamos que podía suceder algo así —siguió Víctor.
    —Lo importante ahora es que al fin todo ha pasado —dijo Celia acariciando mi cara—, que tú estás bien y que pronto estarás en casa. Estoy segura de que Rafael está muy orgulloso de ti. Siempre lo estuvo. —La miré y sonreí.
    —Yo sí que estoy orgullosa de ti. —Todos sonreímos, se acercó y me besó—. Te quiero.
    —Y yo a ti.
   
    Con el paso de los días, todo volvió a la normalidad. Poco a poco iba recuperando la fuerza y me sentía mejor. María y Víctor volvieron a casa y al trabajo. Únicamente podía quedarse una persona, y Celia lo haría con gusto. Me acompañaba durante todo el día. Pude convencerla para que al menos cogiera sus cosas de la universidad y siguiera las clases. 
    También trajo mi ordenador. Aproveché todo ese tiempo en el hospital para terminar de escribir la secuela. Solo quedaba corregirla y añadir un par de escenas, pero quería dejarla reposar un tiempo. Le vendría bien.
    Tenía que responder cientos de llamadas y mensajes. Mi móvil durante aquellos días se había convertido en una bola de fuego; echaba humo. Al final la noticia había corrido mucho y llegó muy lejos.
    Celia me ayudó a prepararme y grabar un video.
    —¿Estás lista?
    —Sí.
    —Cuando quieras, mi amor. —Suspiré y leí el folio que tenía en mis manos.
No sabía si sería capaz de decir todo de viva voz y no quería dejarme nada. Agradecí por los cientos de mensajes y llamadas que había recibido. Expliqué que al fin todo había terminado y que, aunque me quedaban unas semanas de recuperación por delante, me encontraba bien. Pedí que, al menos en mi presencia, no se hablara del tema, ya que prefería olvidarlo y seguir con mi vida. Y por último reconocí la labor del cuerpo de Policía y del hospital, por todo lo que habían trabajado. Gracias a ellos estaba viva.
    —Muchísimas gracias por todo, de corazón. Nos vemos pronto —terminé. Celia cortó.
    —Es estupendo, mi amor. —Me besó—. Voy a editarlo y le das el visto bueno antes de subirlo.
    —Gracias por esto, Celia.
—Gracias a ti por contar conmigo. —Sonreí—. Si quieres luego te ayudo a seguir contestando mensajes.
    —Sí, tengo muchos chats pendientes y desde el ordenador puedes escribir más rápido.
    Había conectado mi móvil a su ordenador pudiendo ver así todo lo que yo veía en mi pantalla. De esta manera podía transcribir rápidamente todo lo que le decía y mandaba el mensaje al momento. Cada día me sorprendía más. Yo era nula para las tecnologías. Era una bendición tenerla al lado, en todos los sentidos. 
    Había tenido mucha suerte. Con ella, con María, con Víctor y con todos aquellos amigos y familiares que estuvieron cerca durante todos esos días. Era realmente afortunada. Los quería a todos con locura

Marcelia: 2 Generaciones de Amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora