Epílogo

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Es una locura lo rápido que pasa el tiempo y cómo avanzan las cosas. Habían pasado cinco años desde el «Sí quiero». Un poco más de seis años desde ese «Ey, ¿no ves que no quiere nada contigo?». Pero por mucho que pase, no podré olvidar ni un solo día a su lado. Se los aseguro. 
    Había llegado la hora de salir de allí. Cogí la mochila con todo lo indispensable, aquella maleta que llevaba preparada varias semanas. Un par de mantas y algunas mudas para las dos. Me aseguré de que no se me olvidara nada y corrí hasta montarme en el coche. Víctor, María y Celia me esperaban.
    —¡Ya estoy! ¡Ya estoy!
—¿Has cogido todo? —preguntó Celia mientras cogía aire y lo soltaba con rapidez.
    —Sí, todo listo. —Miré a Víctor, que estaba en el asiento del conductor, y a María, que estaba justo a su lado—. ¡Vámonos!
    Pisó el acelerador a toda prisa y no frenó hasta que llegamos al hospital. Era un jueves 12 de junio, el reloj marcaba las 22:45 de la noche. Celia estaba de 41 semanas y había roto aguas hacía varios minutos, durante la cena. Al final decidimos esperar a que Celia terminase la carrera para aumentar nuestra familia. Yo sabía que, si empezábamos el proceso antes, al final lo dejaría o lo aplazaría, y no quería eso para ella.
    —¡Ahhhg! ¡Este niño me va a matar! —Sonreí.
    —Tranquila, mi amor. Ya no queda nada. Mantén la respiración constante —le decía calmada mientras acariciaba su espalda, era el único método que la aliviaba en las últimas semanas.
    —Cada vez tengo más ganas de empujar —susurró—. ¡¿Cuánto falta?! —María y yo no pudimos evitar mirarnos y esconder nuestra sonrisa. 
    Unos cinco minutos después llegamos al hospital. Habíamos avisado al médico y a la ginecóloga de Celia, y nos estaban esperando en la puerta de urgencias. La llevaron a la habitación de inmediato y la exploraron.
    —¡Vamos a paritorio! —exclamaron—. Está totalmente dilatada y en la próxima contracción el bebé podría nacer. 
    Todos se movieron con profesionalidad y rapidez por el hospital. Una enfermera me acompañó par darme la típica bata y gorro para poder entrar con ella. Cuando llegué, Celia estaba totalmente preparada. Cogí su mano y besé su frente.
    —Muy bien, Celia, en la próxima contracción puedes empujar, ¿de acuerdo?
    —Estupendo.
    —Ya está aquí, mi vida —susurré acariciándola.
    —Estoy deseando verlo. —Sonreí.
    —Y yo.
    A los pocos segundos, Celia empezó a tensarse, esa contracción había llegado y en poco más de cinco minutos nuestro hijo había nacido. Por suerte todo fue bien, no hubo ningún tipo de complicación y ambos estaban sanos. 
    Pusieron al pequeño en el pecho de Celia. No paraba de llorar, y nosotras tampoco. Se lo llevaron para hacerle las pruebas pertinentes y se quedaron con Celia unos instantes más. Me pidieron que saliera, en pocos minutos estaría con ellos de nuevo. Fui directa a la habitación, sus padres esperaban allí, nerviosos.
    —Hola —susurré con una sonrisa, captando la atención de ambos.
    —¿Ya está? —preguntó María.
    —Ya está —contesté sin poder contener ni una lágrima más. Ambos me abrazaron—. En unos minutos vendrán. Pero todo ha salido muy bien. El pequeño está estupendo y, la madre, aunque cansada, también lo está. 
    Los tres terminamos sentados y sin poder quitar la sonrisa de nuestras caras.
    —En toda mi vida había llorado tanto —admití con una sonrisa—,
¿quién me lo iba a decir a mí...? Ser madre a los 49 años.
    —Nunca es tarde, ¿no? —dijo María.
    —Y tanto que no. Se han dado cuenta de que son abuelos, ¿verdad? —Reí.
    —Bueno, ya era hora —se quejó Víctor. María y yo reímos—. Pensé que nunca sería abuelo. Pero saber que es así y que viene de su mano me hace aún más feliz.
    Se levantó y me abrazó. Nuestra relación en los últimos años había mejorado muchísimo. Había vuelto a ser la misma que 25 años atrás, antes de mi marcha. Pasábamos mucho tiempo juntos y la confianza volvió a ser la misma. ¿Había algo mejor que invertir nuestro tiempo con la familia? Para nosotras no. 
    Finalmente, Celia se convirtió en una gran diseñadora gráfica, de las mejores de su promoción. Yo empecé a dar charlas, cursos y conferencias de escritura, amén de colaborar en algún libro de varios compañeros de profesión. Era todo un placer para mí hacerlo y jamás me negué. 
    Tardaron unos veinte minutos en traer a Celia, venía completamente dormida, rendida por el agotamiento.
    —Se ha quedado dormida durante la cura —apuntó la enfermera.
    —Lleva días sin dormir más de una hora —expliqué mientras besaba su frente, al sentirme se despertó—. ¿Y el pequeño?
    —Lo traerán ahora mismo, están terminando de vestirlo —dijo antes de marcharse.
    —¡Lucía! —Se volvió—. Gracias, por todo. Ha sido un placer coincidir de nuevo contigo.
    —El placer es mío, Marta. Felicidades a ambas, es un niño precioso.
    —Gracias —contestamos ambas.
    —¿Cómo te encuentras, hija?
    —¿Cómo no me dijiste que esto dolía tanto? —Todos reímos.
    —Tú al menos has parido rápido —apuntó María—, ¿cuántas horas estuve yo hasta que dilaté, Víctor?
    —Unas 15, y bastante largas, por cierto.
    —Uf, bueno, me consuela —Sonreí—. Y lo siento tanto al mismo tiempo.
    —¿Se puede? —la ginecóloga llegó con el pequeño en brazos—. Enhorabuena, chicas. El pequeño está sanísimo y ha pasado las pruebas con nota. —Lo puso en su pecho—. Prueba a darle el pecho, Celia.Lo intentó al segundo y, por suerte, lo cogió. Teníamos miedo de que no lo hiciera. Ella lo quiso así desde un principio.
    —Estupendo. Estarás un par de días por aquí para comprobar que todo esté bien y luego podrán marcharse a casa. Los dejo a solas, familia. Cualquier cosa, por favor, pulsa el botón y vendremos de inmediato.
    —¡Gracias, doctora! 
    María, Víctor y yo nos quedamos mirando embobados aquella preciosa imagen. El pequeño estaba comiendo y miraba a Celia con los ojos muy abiertos.
    —Es igualito que tú —dijo entonces Celia mirándome—, tiene tus ojos y tu nariz.
    —Y es tan precioso y bueno como tú. —Me acerqué y la besé—. Te quiero, mi vida. Los quiero —dije mirando al pequeño.
   —Y nosotros a ti, mi amor. 
    —¿Qué nombre le van a poner? —preguntó entonces María. Habíamos quedado en no decir nada hasta el día de hoy. Miré a Celia y sonreímos.
    —Víctor, como su abuelo —dijo entonces.
    —¡No puede ser! —El abuelo gritó emocionado—. ¿Es verdad lo que acabo de escuchar?
    —Tan verdad como que estamos aquí —respondí—. Víctor Granados Molina.
    Ambos abuelos se acercaron para cogerlo tras terminar de comer. María lo hizo en primera instancia, y luego pasó a los brazos de Víctor. En ese instante María dio un paso atrás y me llevó con ella mientras los mirábamos.
    —Pensé que le pondrías el nombre de tu padre
—Fue una opción, no puedo engañarte. Me habría hecho mucha ilusión, pero prefiero tenerlo en mis recuerdos. Si llamara a mi hijo por su nombre todos los días de mi vida, una parte de mí no podría olvidar la fatídica historia de su marcha. Tengo olvidado todo lo que pasamos y no quiero volver atrás. Igualmente, siempre lo llevaré aquí. —Señalé mi pecho. Terminé tatuándome su nombre, tal y como dije—. Y para mí es más que suficiente. Además, a Celia le hacía mucha ilusión que llevara el nombre de su padre...
    —Nunca vas a cambiar, Martita—dijo entonces, hacía demasiado tiempo que no me llamaba así y no pude evitar sonreír—, y es maravilloso.
    —¿A qué te refieres?
—A que, desde el día que nació, te has desvivido por ella. Y desde el día que se reencontraron solo buscas su felicidad. Lo supe en aquellos momentos y lo sé ahora. Eres la persona adecuada para ella. Eres su persona.
    —Te voy a querer siempre, ¿lo sabes?
    —Lo sé, claro que lo sé. Igual que yo te voy a querer a ti. 
    Ambas nos miramos tras aquellas últimas confesiones y nos abrazamos. Siempre nos habíamos tenido la una a la otra, y así sería hasta el final de nuestras vidas.
    El amor no es pasajero, se siente o no se siente. Y en nuestros corazones siempre estará latiendo. 
    Si me llegan a decir hace treinta años todo lo que llegaría a vivir, no me lo hubiera creído. Creo que me habría dado para escribir otro libro. No es mala idea, ¿no? 
    Aunque, quizás, ya esté escrito.
   
   
    FIN

Marcelia: 2 Generaciones de Amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora