Capitulo 15

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Pasaron varios días desde aquella cena. Durante ese tiempo, Celia había empezado a traer todas sus cosas a casa con ayuda de sus padres. Vivíamos a diez minutos, así que no había ningún tipo de problema. Yo, mientras tanto, seguía escribiendo mi libro. Había algo dentro de mí que decía que la secuela sería el último de mi carrera. Mi vida estaba en aquellos libros y, por el momento, no tenía nada más que contar. Un descanso no vendría mal. 
    De vez en cuando leía varios fragmentos a Celia para que me diera su opinión, sin spoilers, por supuesto, aún no había leído la bilogía al completo.
    —Cada línea o cada párrafo que me lees es maravilloso.
—¿De verdad lo piensas?
    —Por supuesto. Todos y cada uno de tus libros son increíbles, y este no se queda atrás, Marta. Sabes sacar todo su jugo en cada uno de ellos. Estoy muy orgullosa de ti, de todo lo que has trabajado a lo largo de los años.
    —¿Sabes lo mucho que te quiero y te adoro en este momento? —Me levanté y la besé—. Gracias, mi niña, no sabes lo mucho que significan estas palabras para mí. 
    Celia era puro amor. Siempre me estaba ayudando y apoyando en todas las decisiones que tomaba. Volví a mis redes sociales gracias a ella. Creó un diseño que me identificaba para poder hacer todas y cada una de mis publicaciones, me ayudó a editar mis perfiles y darle un toque más profesional del que ya tenían. Fue increíble. Era una crack. 
    Una mañana, mientras yo seguía enfrascada en mi libro, Celia y sus padres llegaron con la última tanda de cajas. Tras ellos llegó un repartidor, se había retrasado más de lo que esperaba.
    —¿Marta Granados? —preguntó al abrir la puerta.
    —La misma.
    —Un paquete para usted. Firme aquí, por favor. —Lo hice de inmediato—. ¡Gracias! Buen día.
    —Igualmente.
    Cerré y llevé la caja al salón. Los tres estaban sentados allí.
    —¿Qué has comprado? —preguntó Celia.
    —Lo cierto es que es un regalo para ti. —Miró sorprendida—. Estoy muy agradecida por tu ayuda con mis redes sociales, has hecho un gran trabajo y quería compensarte de alguna manera. La verdad es que es poco en comparación con todo lo que haces por mí a diario. —Sus padres sonrieron—. Espero que te guste. 
    Aquella caja contenía un iPad de última generación, el más nuevo que pude encontrar aquel día en la web. Era específico para diseño gráfico. Incluso añadí todo tipo de accesorios como la funda, el pen, guantes especializados...
    —¿No te gusta? —pregunté al verla tan callada.
    —Pero ¡¿cómo no me va a gustar?! Es demasiado, Marta. —Se levantó y me abrazó—. ¿Cuánto has pagado por esto? Es de las más nuevas, son carísimas.
    —Eso no importa, cariño. Lo que verdaderamente importa es que con ella podrás trabajar a las mil maravillas. Si no recuerdo mal, incluí un teclado —Busqué en la caja hasta encontrarlo—, así convierte el iPad en ordenador cuando lo necesites.
    —Madre mía... —susurró nerviosa.
    Pasamos toda la mañana mirando aquella pantalla, configurando la tablet y probándola. Fue todo un acierto comprarla. Solo pensaba invertir en su felicidad, en todo aquello que le gustaba. Estaba tan ilusionada que incluso llamó a varias amigas y compañeras de la carrera. Poco a poco me las había presentado a través de Facetime. Cuando estuviera totalmente instalada las invitaría a casa, eran sus amigas de toda la vida y desde aquella noche en el concierto no se habían visto.
Después de aquel día se instaló en la parte delantera de la casa para terminar aquel curso y empezar el nuevo año de universidad. Teníamos un pequeño porche que habíamos habilitado con una mesa y sillas para poder estudiar y dar sus clases tranquilas en los días soleados. Yo aprovechaba esas horas para escribir, tener algunas reuniones o hacer recados pendientes. 
    Uno de esos días en los que tenía pensado salir, la escuché hablar con alguien. Me acerqué a la puerta y vi que se trataba de mi propia madre, me escondí para que no me viera.
    —¿Quiere algo? —le preguntó Celia. Sabía bien todo lo que había ocurrido con ella, poco a poco la puse al día.
    —¿Está Marta? Me gustaría hablar con ella.
—Lo siento, pero está ocupada.
    —Ya. ¿Tú vives aquí?
    —Así es —contestó amablemente, se levantó de la mesa y se acercó a la verja. La cerraba cada vez que se sentaba fuera, ella abría cuando era necesario—. ¿Por qué está aquí? Cada vez que viene, Marta sufre, y no voy a permitir que le siga haciendo daño.
    —No quiero hacerle daño. —Ni ella creyó sus propias palabras—. Sé que lo hice en el pasado, también sé que nunca me perdonará, pero la vida se está encargando de hacérmelo pagar. Solo quiero disculparme.
    —¿Qué tramas, mamá? —me pregunté. Aunque sonaba arrepentida, nunca podría convencerme.
    —¿Puedes al menos darle esta carta? Es exclusivamente para ella.
    —Sí, claro. Se la daré.
    —Con eso me basta —contestó mientras se la entregaba—. Por cierto, estás muy guapa, Celia, has crecido mucho. La última vez que nos vimos no tuve oportunidad de decírtelo. Te pareces mucho a tu madre.
    —¿Cómo me ha reconocido?
    —Eres la viva imagen de tu madre, hija. Tus padres fueron buenos amigos míos. El tiempo y las decisiones de mi hija nos alejaron —Bastante había tardado en culparme—, pero les guardo mucho cariño. Mándales un saludo de mi parte.
    —Claro —respondió Celia sin más.
    Acabé sentada tras la puerta. Oír a mi madre me dejaba sin fuerzas, me consumía. Celia entró y al instante supo que había escuchado todo. Me dio la carta y me abrazó,  era la única manera de hacerme sentir de nuevo. Por suerte la tenía a ella.
    —¿Estás bien? —Asentí—. Lo has escuchado todo, ¿verdad?
    —Sí. Iba a salir justo cuando ella ha llegado.
    —Creo que deberías leerla. ¿Alguna vez te ha escrito?
    —No, y eso es lo que más me escama. 
    —Es exclusiva para ti —bromeó—. ¿Quieres que te deje a solas?
    —No, por favor. Quédate. Algo me dice que no trae nada bueno.
    —Parecía...
    —¿Arrepentida? —Asintió—. Puede, pero no me he creído ni una sola palabra. Llámame desconfiada.
    —No, tienes razón. Hay algo en ella que no me ha gustado. Tendrías que haber visto cómo me miraba, me ha escaneado de arriba a abajo.
Estoy segura de que sabía que estabas escuchando, en un par de ocasiones ha mirado hacia aquí.
    —¿A qué demonios está jugando? —pregunté mientras abría la carta.
    —Por mucho que diga, seguirá siendo la misma.
    —Eso me temo.
    Abrí la carta tranquila, sin saber muy bien qué dirían aquellas letras. No estaba segura de hacerlo, pero mi curiosidad de escritora me empujó a ello. Necesitaba saber qué ponía. 
    Comencé a leer en voz alta. Me esperaba algo malo, pero lo que nunca llegué a imaginar es que escribiría tal atrocidad. Empezó a faltarme el aire desde la primera línea. Todas y cada una de las letras de aquella carta no me hacían más que daño. Más aún del que ya había provocado. Cada línea me enfurecía más y más. Llegó a tal nivel que Celia llamó a sus padres de inmediato. Sabía de buena mano que después de aquello sería incapaz de controlarme. No tras ver y comprobar todo lo que insinuaba en aquella emisiva. Eran temas bastante graves. 
    Levanté mi vista hacia la puerta. Mis ojos estaban llenos de lágrimas de pura rabia. Mis manos arrugaron aquella carta y poco a poco emprendí mi camino hacía aquella casa. Siempre me había guardado mi opinión, siempre me había callado para no dañarla. Pero esto derrumbó todos aquellos límites y barreras que yo misma había autoimpuesto.
    —Marta, cariño —decía Celia con miedo al ver mi expresión—, tranquilízate.
La miré con rabia. Nada podía calmarme en aquel momento.
    —¡¿Cómo quieres que me calme?! ¿Has escuchado todo lo que he leído? ¿Lo que insinúan esas letras? —respondí con rabia—. Podrían llegar a denunciarme, incluso encerrarme por esas insinuaciones, Celia. ¡Estoy harta de callarme y de aguantar sus provocaciones! —grité—. Pero se acabó, ha acabado con mi paciencia.
    Salí de casa rápidamente. Víctor y María venían corriendo a pararme, pero no llegaron a tiempo. Ya me había montado en el coche en dirección a casa de mis padres. Justo cuando aparcaba, esa mujer que me había dado la vida se estaba despidiendo de algunas vecinas y se montaba en un taxi. Me bajé con prisa y me acerqué de inmediato, no quería que se escapase. Abrí la puerta del taxi y la cogí del brazo.
    —¿Ahora sí quieres hablar? —insinuó tranquila delante de aquellas mujeres, las cuales se apartaron al verme llegar.
    —Eres una desgraciada. ¿Cómo te atreves a insinuar todo eso? —le grité.
    —Marta, cálmate, por favor —habló desde atrás una de las vecinas. Ni siquiera las miré.
    —Es la verdad; mi verdad. Y si no, ¿qué haces aquí? —Sonrió descarada.
    —Eres despreciable, no voy a permitir que te salgas con la tuya. Ha llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa.
    —Nada me impedirá hacerlo —susurró bajándose y quedando a dos centímetros de mí—. Tu corazón va a fallar en unos minutos, según tengo calculado —susurró mirando su reloj.
    —¡¿Qué?!
    —Eres tan ingenua como tu querido padre. Pronto se encontrarán. 
    —¿De qué estás hablando? —grité mientras le cogía por el cuello de su camisa.
    —Esa carta, querida hija, lleva el mismo medicamento por el que murió tu padre. —Mis manos se aflojaron al escucharla—. Haz sido el mayor error de mi vida. 
    Di dos pasos hacia atrás, totalmente incrédula por lo que había oído.
    —Tú... ¿Tú mataste a papá?
    —La escritora ha resuelto el misterio —se jactó.
    No sabía de qué manera reaccionar en ese instante. El dolor y la rabia me habían invadido. Pretendía acercarme de nuevo y pedirle explicaciones, pero, tal y como había asegurado, algo falló. Mis pulmones comenzaron a cerrarse. Sentía mi corazón latir cada vez más rápido y cómo era incapaz de respirar. Lo peor de todo era ver su mirada de victoria mientras caía al suelo sobre mis propias rodillas. Se montó en el taxi con una sonrisa y se alejó.
    Segundos después sentí unos brazos agarrándome por la espalda. Eran Víctor y Celia. Me cogieron justo antes de golpearme contra el suelo.
    —¿Qué le ocurre? —preguntó Celia al verme. Llevé mi mano al pecho.
    —Tiene que verla un médico. Creo que está sufriendo un ataque al corazón —respondió Víctor.
Él me cogió en brazos y me metió en su coche para llevarme a urgencias. Llegamos en apenas unos segundos, pero les recomendaron que me llevaran al hospital más cercano, ya que no podían hacerse cargo de mí, los médicos de guardia estaban en una urgencia. Sentía cómo la vida se me escapaba entre los dedos. Me tumbaron en la parte de atrás del coche, apoyada en las piernas de Celia.
    —Mi amor, háblame —decía con lágrimas en los ojos.
    —Dime... —Suspiré—... Dime que no has tocado la carta.
    —¿Qué?
    —¿Has cogido la carta de mi madre?
    —No, no... ¿Por qué? —Cogí aire varias veces hasta poder responderle.
    —Estaba envenenada. —Se quedó blanca al escucharme—. Hizo lo mismo con mi padre... ¡Agh! —Mi corazón no aguantaba mucho más.
    —Aguanta, Marta, por favor, hazlo por mí. —Sonreí al escucharla.
    —Sabes que te voy a querer siempre, ¿verdad?
    —No, no digas eso. 
    —Has sido el amor de mi vida, pequeña. —Mis ojos me pesaban demasiado.
    —No te despidas, Marta. No me hagas esto —me reprochaba con rabia. Lloraba cada vez más.
    —Cásate conmigo —susurré. Sentía mi cuerpo cada vez más cansado.
    —¿Qué?
    —Cásate conmigo —repetí con las pocas fuerzas que me quedaban. 
   Sentí sus manos entrelazando las mías. Sonreía, lloraba y se enfadaba al mismo tiempo por la situación, era un cúmulo de emociones. Sus padres habían escuchado esa última propuesta. Los miró y su respuesta fue lo último que escuché antes de rendirme.
    —Claro que me casaré contigo, mi vida. —Ya podía irme en paz. 
    Toda aquella fuerza y presión que ejercía sobre mí misma, salió de mí al escucharla. Sentía mi cuerpo cada vez más pesado. Mi visión cada vez más oscura. Me iba feliz por haber escuchado esas últimas palabras, y siendo Celia la última imagen que veían mis ojos. 
    Mi madre había ganado esa batalla.

Marcelia: 2 Generaciones de Amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora