Capítulo 16

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Ver a Marta en aquel estado fue realmente angustioso. En primer lugar, nos asustamos muchísimo por la llamada de Celia. Por el tono de su voz salimos corriendo y no presagiamos nada bueno al ver su mirada. Después, verla caer sobre su propio cuerpo mientras le daba el ataque en plena calle. Y, por último, escuchar cómo se despedía de Celia durante el camino al hospital. 
    Oír cómo le pedía a mi hija que se casara con ella en aquel estado fue lo más trágico y romántico que había visto y oído nunca. Estábamos a punto de llegar al hospital mientras esto pasaba. De repente, Celia pasó de estar feliz por su respuesta a llorar y gritar muy nerviosa.
    —No, no. Marta, ¡Marta!
—¿Qué ocurre? —Me giré de nuevo y vi a Marta totalmente blanca e inmóvil en las piernas de Celia— No, no, no... ¡Corre, Víctor! —Aceleró al segundo de mirar hacia atrás. Adelantó a varios coches y en pocos minutos llegamos. 
    Víctor la cogió en brazos mientras yo llamaba a un médico. En cuanto la vieron, actuaron, la montaron en la camilla y se la llevaron. No estaba consciente y mucho menos respondía a nada.
    —¿Qué ha ocurrido? —nos preguntó el doctor mientras la exploraba.
    —No sabemos —respondí.
    —Ha tenido una acalorada discusión y creemos que ha podido ser un ataque al corazón —siguió Víctor.
—No. —Celia habló detrás de nosotros, muy angustiada—. La han envenenado.
    —¡¿Qué?! —Los tres la miramos.
    —Me lo ha dicho antes de desmayarse. —Su mirada de dolor y rabia, amén de las lágrimas, nos hizo saber que todo aquello era verdad. Estaba impresionada, perpleja en el sitio. No dejaba de mirar el cuerpo de Marta.
    —Voy a ocuparme de ella —dijo entonces el doctor—. Pero prepárense para lo peor.
    Fue lo único que nos dijo antes de marcharse corriendo con ella. Los tres nos quedamos totalmente petrificados en el sitio al escucharlo. ¿Este era el fin de Marta? No podía ser posible. 
  Análisis, exploraciones físicas y una prueba toxicológica completa. El médico no dejó nada por hacer. Pero todo ello, después de realizar una RCP durante varios minutos, Marta no reaccionaba. Médicos y enfermeras se desvivieron por ella durante todo ese tiempo. Finalmente, y desesperados ante la falta de respuesta después de utilizar 5 veces el DESA, pararon, excepto el propio médico.
    —Doctor, no podemos hacer nada más —susurró una de las enfermeras.
    —No, no, vamos. —Seguía con el masaje cardíaco—. ¡Una vez más! ¡Carga a 300! —gritó. Cogió las palas, se preparó y, por suerte, esa última descarga devolvió la vida a Marta.
El sonido de los latidos del corazón llenó la habitación de un pequeño rayo de esperanza. Ahora solo quedaba eliminar todo rastro de aquel supuesto veneno y cuidar a Marta para que su recuperación fuese lo más rápida posible. Se había aferrado a la vida hasta el último momento y esto es algo que el propio doctor le agradeció. 
  Estuvimos más de tres horas en aquella sala de espera. Nadie nos decía nada. No había consuelo alguno. Según pasaba el tiempo, más nerviosos nos poníamos.
    —Tranquila, mi niña, se pondrá bien, ya lo verás —le decía Víctor a nuestra hija. Terminó apoyada en él mientras lloraba.
—Marta es una luchadora, saldrá de esta, estoy segura —añadí mientras la acariciaba. Cogió mi mano y la apretó con fuerza. Sabía que también era muy duro para mí. 
    —¿Acompañantes de Marta Granados? —Una enfermera apareció de repente.
    —¡Nosotros!
    —Vengan conmigo, por favor. 
    Fuimos tras ella y nos llevó hasta una habitación vacía.
    —¿Dónde está? —preguntó Celia.
    —El doctor vendrá a hablar con ustedes ahora mismo, esperen aquí. —Se fue sin decirnos nada más.
    La espera fue de varios minutos, pero se hicieron eternos. El doctor apareció solo.
    —Siento mucho la espera.
    —¿Cómo está? —pregunté.
    —¿Dónde está? —me siguió Celia.
—Marta, tal y como dijo la joven, ha sido envenenada. —Suspiró mientras limpiaba sus gafas—. Hemos hecho unos análisis completos y hemos encontrado gran cantidad de un medicamento en su sangre. Suele utilizarse para personas con problemas de corazón, pero en dosis tan grandes como la de ella puede llegar a dar complicaciones como esta. No les voy a mentir, nos ha costado mucho recuperarla. Ha estado más de diez minutos en parada. Su corazón no respondía a nada. Finalmente lo hemos conseguido, aunque está muy débil. —Suspiramos al saber que estaba viva—. Se quedará ingresada durante un tiempo, necesita descanso. 
    —Todo el que sea necesario, doctor —respondió Víctor. Celia y  yo éramos incapaces de hablar—. Gracias por salvarla, han hecho un gran trabajo.
    —Estará monitorizada en todo momento. También le hemos puesto oxígeno, parece que el medicamento ha afectado levemente a sus pulmones, y de esta manera no tendremos ningún susto. —Asentimos.
    —¿Podemos estar aquí con ella? —preguntó Celia.
    —Sí, acabo de ver sus análisis y el rastro en su cuerpo es muy leve. Además, no es contagioso. Poco a poco terminará de expulsar el medicamento. ¿Cómo se ha producido la intoxicación?
    —Ella me dijo que la carta que había leído llevaba ese medicamento —explicó Celia nerviosa—. No sé...
    —De acuerdo, no se preocupe, espero que ella pueda explicarnos mejor. Al ser un envenenamiento provocado por otra persona, me he permitido llamar a la Policía. Debo suponer que esa persona en cuestión está libre.
    —Sí, así es.
    —Hay que denunciar y buscarla, no podemos permitir que siga libre. Tendrán que hablar con ellos cuando lleguen.
    —Yo me encargaré —dijo Víctor. El médico asintió. Justo en ese instante, dos enfermeros traían a Marta en una cama. Estaba dormida y llevaba consigo varios monitores que la controlaban. La dejaron en la habitación y se marcharon.
    —Tardará unas horas en despertar —explicó el doctor—. Intenten mantener la calma, cuídenla, es lo único que necesita en este momento.
    —Gracias, doctor —hablé al fin.
—En cuanto llegue la Policía vendré a verlos. —Asentimos al escucharlo. Se marchó en ese mismo instante.
    Miramos a Marta en completo silencio. Solo se escuchaba el sonido de aquellas máquinas y su respiración. Le costaba respirar, podíamos sentirlo. Celia se acercó lentamente a ella, sus piernas temblaban a cada paso. Verla rodeada de cables era muy doloroso.
    —Mi amor... —susurró cogiendo su mano y acariciándola con suavidad. Lloró durante varios minutos, aunque no fue la única. Víctor y yo presenciamos todo desde más atrás. Pero esa tristeza se convirtió en rabia—. Te juro que esa mujer pagará por todo. No voy a permitir que quede libre después de todo lo que te ha hecho. A ti y a tu padre. Esto no va a quedar así...
—¿De qué estás hablando, Celia? —pregunté entonces.
    —Esa mujer mató a Rafael —dijo sin poder mirarnos—. Usó el mismo medicamento que con ella. 
    —¡¿Qué?! —Nos miró y asintió, segura.
    No podía ni quería creer nada de lo que nos estaba diciendo. Nos explicó cómo se lo dijo Marta en aquellos pocos segundos.
    —Tenemos que encontrarla —habló Celia, levantándose—. No podemos dejar que quede libre. No está bien de la cabeza.
    —No lo vamos a permitir. Ante la incapacidad de Marta, yo pondré la denuncia. Esa mujer ha hecho demasiado daño. Rafael y Marta son nuestra familia y no merecían nada de esto. 
    En ese momento, nuestras miradas fueron de unión, seguridad y fuerza. Lucharíamos por ella y también por él. Ambos habían sido importantes para nosotros. A nuestra familia nadie le hace daño. La familia es sagrada. 
    Unos veinte minutos después, el doctor llegó acompañado de dos agentes de policías. Víctor y Celia salieron para hablar con ellos y ponerlos al corriente de todo. Yo me quedé acompañando a Marta mientras tanto.
    —Ay, Marta. —Me senté a su lado sin poder parar de llorar—. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo no nos hemos dado cuenta de la verdadera cara de esa mujer? Ni yo misma puedo creer que todo esto sea verdad. —Suspiré—. Siempre te he querido y siempre lo voy a hacer, tanto como tú a mí. Por eso mismo tienes que prometerme que lucharás y te pondrás buena pronto.—Cogí su mano mientras le hablaba—. No solo por mí, también por Celia. Ella te quiere y te necesita. Todos te necesitamos. 
    —Mamá... —Celia llegó en mi busca—. Quieren hablar contigo.
    —Claro. —Me levanté y besé su frente—. ¿Te quedas con ella?
    —Sí.
    Estaba siendo una de las etapas más duras de toda nuestra vida, por no decir la que más. Marta siempre ha sido parte de nuestra familia, siempre ha sido una más. Y estábamos dispuestos a luchar lo indecible por ella. No merecía nada de esto. Esa mujer no se iba a salir con la suya.
Después de muchas preguntas, interrogatorios y alguna que otra fotografía para constatar en la denuncia el estado de Marta, Víctor se marchó junto al cuerpo de Policía para recoger aquella carta. Sabían el peligro que suponía, pero llevaban a especialistas para que nadie más sufriera por ello. Se encargarían de limpiar la zona para evitar cualquier otro incidente similar. 
    Celia y María se quedaron con ella mientras tanto. Pasaron más de tres horas hasta que Víctor volvió.
    —¿Ha pasado algo? —preguntó María por la tardanza.
    —No, solamente se han asegurado de dejar todo desinfectado, por lo que pudiera pasar. Celia explicó los movimientos de Marta, y han querido limpiar todo por seguridad. —La miró con calma—. ¿Cómo está?, ¿algún avance?
    —No. Todo sigue igual.
    —Señor García. —Un policía llegó en busca de Víctor—. Perdonen la interrupción. La denuncia ya se ha interpuesto y la imagen de la mujer estará en todos lados en menos de media hora. Hemos puesto una alerta para que no pueda escapar ni salir del país. 
    —Eso es estupendo.
    —¿Quieren algún tipo de vigilancia? Tenemos a su disposición un equipo de seguridad. Este tipo de criminales son muy concienzudos, en cuanto se sepa que la mujer está viva puede intentar volver.
    —Yo me quedaría más tranquila —apuntó María—, no quiero que nos haga daño.
—No se preocupe, no pasará. Nosotros nos encargaremos de ello. 
    —Gracias por todo. Están haciendo un gran trabajo —felicitó Víctor. 
    Aquel policía nos dejó a solas al segundo. A los pocos minutos un guarda se colocó justo en la puerta. Todo estaba en marcha. 
    El estómago de Celia rugió a media tarde, llevábamos todo el día sin probar bocado.
    —Celia, cariño, ¿por qué no bajas con tu padre y comen algo? Yo bajaré después.
    —No. No voy a separarme de ella.
    —Hija —Su padre se acercó—, no le pasará nada. Necesitamos comer algo, debemos estar fuertes para ella. Mamá se quedará con Marta. Volveremos enseguida, te lo prometo.
Celia lo miró con pena, él siempre conseguía hacerla entrar en razón y esta era una de las ocasiones en las que más se lo agradecí. Apenas tardaron veinte minutos, habían comprado unos bocadillos y unos refrescos. Víctor traía el mío.
    —Ten.
    —Gracias. —Lo besé—. ¿Ha comido?
    —Sí. Le ha costado, pero ha cedido al final. —Miré a Celia, volvió a sentarse en la misma posición, sin dejar de mirarla, entrelazando sus manos.
    —¿Y tú?
    —También. —Sonrió—. ¿Crees que despertará pronto?
    —Es lo único que espero. Aún no me creo que esté pasando todo esto. Desde que se marchó, su madre cambió mucho, pero jamás imaginé que pasaría esto. Saber que también lo hizo con Rafael es... —La rabia me consumía—. Era un gran hombre, un buen amigo. No merecía esto.
    —Ninguno de los dos merecía algo así. Ahora debemos pensar en el futuro, cuidarla y protegerla hasta que esa mujer esté presa. 
    —¿Se sabe algo de ella? —preguntó Celia.
    —Nada de momento.
    —Sería capaz de matarla con mis propias manos —susurró Celia.
    —¡Celia! —exclamaron ambos. Los miró con rabia y siguió hablando.
    —Me da igual lo que pueden pensar en este momento. Sería capaz de dar mi vida por Marta. Ojalá pudiera cambiarme por ella. —Su mirada se volvió triste de nuevo—. Es una mujer increíble. No he conocido a nadie igual en mi vida. Buena, trabajadora, inteligente, con una personalidad y fuerza que envidio. A pesar de todo, ha seguido adelante y ha conseguido todos sus objetivos. Por esto estoy tan orgullosa de ella. Por eso, cada segundo y cada minuto que paso a su lado es el mejor de toda mi vida. Cuando pienso que no puedo quererla más va y hace algo que supera esos límites. —Sonrió mirándola—. Eres el amor de mi vida, Marta —le susurró entonces—. Lucharemos y conseguiremos todo juntas, te lo prometo. 
    Aquellas palabras dejaron sin habla a sus propios padres. Estaban de acuerdo con todo lo que había dicho y no podían reprocharle nada. Celia tenía razón. Marta merecía vivir, había luchado demasiado a lo largo de toda su vida para terminar así. 
  Tiempo y paciencia, lo único que podían hacer en ese momento era esperar. Lo harían eternamente, se lo aseguro.

Marcelia: 2 Generaciones de Amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora