El despertador suena en mi celular, pero ya estoy combatiendo cucarachas en el baño tras cepillarme los dientes. Intento no pasarle importancia a las paredes de la ducha que se descascaran por la humedad tras meterme aquí y mis pensamientos resuenan en mi cabeza con un "Bienvenida a otro día de aventuras en la selva de asfalto", con el pelo mojado y una expresión que podría rivalizar con la mismísima Mona Lisa, me enfrento al espejo limpiando lo empañado y le doy un breve saludo a mi reflejo poniendo en práctica la técnica del espejo que me enseñó Louise Hay en alguno de los innumerables libros que ya me he leído sobre motivación práctica, eduación espiritual, financiera y hasta de política con la idea de que en algún momento de mi vida, tendré que tomar decisiones en algunas de estas áreas creyendo en que tendré un futuro mucho más interesante que ayudar a mi padre en los campos donde trabajaba con la cosecha de girasoles de Ohio, o bien, en una lucha contra la humedad o ignorando a la cucaracha que me mira fijamente con sus antenas apuntando en mi dirección desde un borde del ventilete mugriento, cual amenaza al estilo "en cualquier momento saldré volando, ¡sujétate las pantaletas, Stephanie, muajajá!"
Decido darme prisa y salgo del baño camino a mi habitación. La dueña de casa aún no se ha despertado mientras que de la habitación del otro inquilino su puerta está cerrada, aunque proviene algo de música y ruido como si estuviera ocupado en algo. Opto por no querer averiguarlo y entro en mi habitación.
Me dirijo al armario donde he colocado algunas de mis prendas, pero admito que no muchas, para evitar que se metan insectos entre medio y el resto lo mantengo dentro de mi maleta con cierre. Me tiene más paranoica el asunto de las alimañas que cualquier otra cosa aquí.
Después de hojear varias opciones, decido que mi atuendo debe reflejar mi amor por la Navidad sin perder la elegancia necesaria para un día de trabajo. Tengo la ropa preparada que consta de una camisa blanca, un saco, falda y zapatos. Opto por aretes, pulseras y collar y salgo.
Después de enfrentarme a mi reflejo en el espejo y asegurarme de que mi entusiasmo de novata no sea exagerado, agarro mi bolso lleno de adornos navideños y salgo del piso compartido dejando mi puerta personal con llave, llevando una sonrisa de oreja a oreja.
Luego de tomarme un tren para llegar, paso por la cafetería más cercana.
En la esquina, me encuentro con la barista, que parece haberse graduado en arte abstracto al hacer mi café. Café en mano y un croissant que, me dirijo a la empresa del señor Grant.
Pero...un momento ¿qué es eso? Un chofer elegantemente vestido junto a un auto que probablemente cueste más que mi deuda estudiantil en caso de haber tenido una educación universitaria formal, aguarda en el estacionamiento reservado y Valerie yace a su lado hablando por su móvil.
—Hummm, ¿tú eres Stephanie?—me saluda el chofer, con una sonrisa que dice "Bienvenida a la Liga de las Decoradoras Navideñas VIP". Definitivamente no me esperaba esto. Valerie sigue con una acalorada conversación al móvil.
Es un hombre maduro con una mezcla de elegancia y calidez paternal, se erige frente al deslumbrante automóvil. Su porte es tan imponente como reconfortante, como si llevara consigo los secretos de la sabiduría acumulada a lo largo de los años. Las canas de su cabello peinadas elegantemente hacia atrás no le dan aires de arrogancia sino de sabiduría y experiencia.
—¡Sí, soy yo!—contesto sorprendida de que se sepa mi nombre—. ¿El Santa Claus corporativo decidió que merezco un paseo en su trineo de lujo? —le respondo, señalando el auto como si fuera el reno principal.
El chofer sonríe como si fuera el narrador de una comedia de situaciones y me abre la puerta del auto.
—Creo que debería acusar recibo de mi llegada con mi jefe—le digo.
—Tu jefe te aguarda aquí, Estéfana.
La voz del mismísimo Grant proviene de la parte de atrás del auto de lujo. Claro, ¡es su auto! Un momento, ¿acaso llego tarde? ¿Me estaban esperando a mí?
—Lo siento, aquí estoy—Valerie se acerca a nosotros aún tecleando en su móvil—. Buen día, Stephanie. Ahora mismo te envío unos formularios que necesito me completes para el empleo y los trámites formales.
—Sí, claro.
Me los envía y me señala que ya podemos subir al auto.
Mientras subo al auto de Grant, mi pulso parece haber decidido que bailar salsa en velocidad x125 es la actividad del día. Su presencia a mi lado en el asiento, emana una mezcla embriagadora de elegancia y autoridad que me deja completamente aturdida. La seriedad de su mirada choca de frente con el destello travieso en sus ojos, creando una combinación tan magnética que casi puedo sentir las chispas en el aire.
—Bu-buenos días, señor Grant —digo, tratando de mantener una compostura que mi corazón parece haber abandonado en algún lugar del camino—. ¿Se supone que estoy llegando tarde?
Estoy segura de que quedan diez minutos para el horario de ingreso que me han dado.
—Teníamos una reunión pactada a primera hora, pero apostaba a que te veríamos un poco antes de lo común.
—¿Dónde se supone que vamos? Envié todo lo que me pidieron ayer, creo no haberme olvidado de nada.
Mientras el chofer arranca el auto, Grant se desliza hacia el asiento junto a mí con la gracia de un felino. La cercanía repentina consigue dejar de lado mi desesperación por la hora, de hecho me hace sentir como si hubiera sido transportada a una escena de una película romántica, y mi mente, por un momento, pierde la capacidad de formar oraciones coherentes.
—Me gusta cuando la gente de más inclusive de lo que se le pide.
Su voz, un tono de profundo encanto, resuena en el espacio del auto, y cada palabra parece diseñada para hacer que mi corazón golpee con mayor fuerza y velocidad dentro de mí.
—¿D-dónde vamos?
Valerie habla desde la parte de adelante y advierte:
—Nos vamos al Times Square. Tenemos algún evento que podría venir de maravilla tu opinión formada al respecto.
¡Qué rayos!
—¡¿Es en serio?!—digo, sorprendida, con mi mandíbula a punto de agujerear el asiento—. ¡¿Realmente voy a conocer el Times Square?!
Grant sonríe y mira hacia la ventanilla.
¡No puede ser cierto!
—¿En verdad no conocías el Times Square?
—Ayer pasé apenas, pero...
—¿Acaso te criaste dentro de una caja de porcelana? Qué suerte que un día decidiste romperla, quién lo diría, con esos pulgares tan pequeños.
La voz me llega como un chirrido a los oídos.
¿En serio va a provocarme de esta manera? Prefiero sacarlo por la tangente.
—Su comparación me da la pauta de que tiene muchas ganas de iniciar otra batalla de chistes malos, señor Grant—le aseguro con suspicacia y consigo que su mirada se vuelva a mí.
Estoy segura de que se está aguantando las ganas de sonreír, pero se mantiene de cera.
—¿Con temática navideña o aves que salen del nido al fin?
—Tengo un bagaje muy amplio.
—Prefiero que hablemos de la reunión que tendremos a continuación, ¿puede ser?—advierte Valerie y opto por regresar a la seriedad y a la normalidad.
Okay, sueños de colores en las pintorescas pantallas y edificios del Times Square, aquí estoy lista para saber qué tienes para ofrecerme.
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Chica nueva, jefe nuevo
RomanceStephanie, la reina indiscutida en quemar palomitas de microondas, aterriza en Grant Enterprises para una entrevista con Alexander Grant, el CEO con menos expresión facial que un emoji. Lo que debería ser una entrevista seria se convierte en un duel...