Sir Winston empuja la puerta y quedo en evidencia ante ambos hombres que han estado conversando.
No tengo ninguna duda: han estado hablando de mí y, en segunda instancia, saben que les he escuchado.
—Stephanie—dice el anciano mi nombre y quedo con el corazón achicharrado porque no puedo creer que ese viejecillo que tan bien me trató haya reconocido que me han intentado meter en algo complicado y que él ha estado advertido.
—No puedes estar escuchando detrás de las puertas—contesta Alexander Grant.
Sir Winston se orina en una maceta grande que hay en el suelo y me arranca un suspiro volver a la realidad a medias porque mi costado que alude a la sensatez me sigue señalando que lo que he escuchado ha sido terrible, aún me cuesta procesar. De hecho, no sé muy bien qué se supone que debo procesar
—Yo... Estaba buscando a Sir Winston—les digo, tratando de recordarme a mí misma cómo debo respirar.
Alexander Grant está furioso. Siempre me resultó muy difícil de descifrar, pero esta vez está claro que no le ha venido en gracia mi escucha detrás de la puerta.
El silencio es fatal. Me sienta terrible que esté sucediendo esto, no sé exactamente qué hacer y creo que se traduce en mi lenguaje corporal. Me cuesta mover las piernas e ingresar a la sala para recibirle el perro al señor Grant.
Hay un ligero momento de contacto visual, pero las palabras de George resuenan en mis pensamientos. "¿Ya te acostaste con ella?"
Una parte de mí pensaba que lo que sucedió anoche entre los dos pudo haber sido especial.
Juraba que había química entre los dos.
Juraba que se respiraba un magnetismo delicioso entre ambos, que pudo haber significado algo, pero parecía que lo había planificado. ¿Pudo parecerme que en algún momento estaba celoso de Johnny o simplemente vio el momento oportuno para hacer realidad algo tan terriblemente planificado?
Llegar a su cama, dormir a su lado, preparar el desayuno, ir a trabajar en su auto, era... Era demasiado bueno para ser real.
Grant no es bueno en absoluto.
Johnny me lo advirtió e igual caí en sus manos.
—Gracias—digo con apenas un hilo de voz sosteniendo nuevamente al perrito en mis manos—. Ya me... Ya me iba.
—Luego hablaremos tú y yo, Stephanie—sentencia Grant y su tono podría zanjar la tierra entre nosotros dos.
Solo hago silencio y me aparto, pero antes de llegar a la puerta, George me detiene:
—Stephanie, no. No hablarás luego con mi nieto. Hablarás conmigo y será ahora.
Me le quedo mirando con cierto temor. Sir Winston debería ir a dar un paseo, no debería quedarse acá, no quisiera enfurecer a Kaneki.
George se vuelve a su nieto y le habla con un tono de firmeza y seguridad que nunca antes había notado en él.
Lo tenía por un viejecillo amable, humilde y agradable.
Es bueno conocer todas las facetas de una persona, pero algunas de esas facetas realmente no quieres conocerlas una vez que se revelan ante ti.
—Alex. Regresa a la reunión.
Mi jefe se vuelve a su abuelo con cierto gesto de incomprensión.
—¿Qué?
—Hazlo. Ve.
—Pero, abuelo, no puedes estar hablando en serio. Yo hablaré con Stephanie.
—No. Stephanie...—acto seguido George se vuelve a mí—. No sé qué tanto escuchaste, pero lo poco que hayas podido captar es muy serio y estoy dispuesto a responder todo lo que necesites saber.
—Yo... ¿Me han metido en problemas? —De pronto mi cabeza hace un repaso mental de todo lo que hice desde que puse un pie en este sitio.
¿Firmé papeles? Sí, los que Valerie me envió. Y ni siquiera los leí salvo por encima cuestiones que me resultaron difíciles de entender porque estaban escritas de una manera difícil y recursos para pagar a un abogado no tengo.
—¿Por qué dijeron que puedo ir presa?—les pregunto con el horror calando profundo en mí.
—Por favor, ve a la reunión—insiste George con su nieto.
Alexander Grant pasa por mi lado y me interpongo entre él y la puerta sosteniendo a Sir Winston con un brazo mientras me opongo a darle el paso.
—¿En serio fue planeado?—le pregunto con cierta acidez derrapando en mi lengua al hablarle.
—¿Qué?
—Acostarte conmigo. ¿Era un objetivo para conseguir qué, Alexander? ¿Para qué me usaste?
Inspira profundamente, de seguro que furioso porque acabo de tutearlo en su oficina. ¿Tutearlo en su casa también era parte de su plan?
—Hice lo que tenía que hacer—me suelta con firmeza esas palabras.
Pero en otra oportunidad hubiese reaccionado con miedo.
Con temor a él y su semblante.
Con temor a perder mi trabajo.
Pero ya no.
Y reacciono soltándole una bofetada que queda suspendida en el aire ya que Grant me sujeta la mano antes de llegar a su rostro.
—No hagas algo que te podría perjudicar por el resto de tus días, Stephanie Taylor—me suelta en tono de amenaza.
El perrito comienza a ladrar y todos nos exasperamos.
—¡Ya, deténgase los dos!—interviene el anciano.
Grant me suelta y yo bajo el brazo. Acaricio a Sir Winston para que deje de ladrar y mi jefe se va.
George se queda de pie delante de mí y me señala un juego de sillones en la sala.
Sigue siendo firme y frío, el anciano amable que creía que era ya no existe para mí. Su fachada de amabilidad y respeto se ha transformado en malicia digna de hacer retroceder inclusive a un elfo que trabaje para Santa Claus. La navidad ha dejado de ser tan mágica para mí.
—Stephanie, por favor, toma asiento.
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Chica nueva, jefe nuevo
Storie d'amoreStephanie, la reina indiscutida en quemar palomitas de microondas, aterriza en Grant Enterprises para una entrevista con Alexander Grant, el CEO con menos expresión facial que un emoji. Lo que debería ser una entrevista seria se convierte en un duel...